Tribuna
El «silencio vasco», título para un film
Los homenajes son una píldora somnífera más en la dieta a la que nos somete el Gobierno
Distraídos por apocalípticos cambios climáticos, esperpénticos planes ministeriales con variadísimas y pintorescas propuestas o debates o leyes o proyectos de leyes, en toda la gama posible de intervención en la vida privada, ya sean climáticos, energéticos, económicos, pero donde los de tipo sexual son la estrella, parece hasta secundario, por amortizado, el estado de las cosas en esta parte pequeñita del norte de España.
Entre las desconcertantes decisiones gubernamentales que peligrosamente consiguen paralizar la capacidad de respuesta de la ciudadanía está la de hacernos creer que el desarrollo de su plan para la «normalización» del País Vasco es fruto de un talante de índole exclusivamente humanista por la convivencia pacífica en el que son absolutamente indiscutibles sus medidas prácticas. Se ha «pacificado» un lugar gracias a la política negociadora socialista, sin pagar precio alguno por ello, eliminando así el peligro de muerte en él.
Maravilloso. Ahora, pues, es momento de llegar al objetivo final: sacar a los presos terroristas de la cárcel cuanto antes. Bueno, y de no poner problemas para que los nacionalistas sigan gobernando en esta dichosa tierra. En eso consiste la paz que se nos vende. Paz a la que contribuye el misterioso y épico silencio reinante entre los espectadores. «El silencio vasco» podría ser un buen título para una nueva película. Los entrevistados serían todos psiquiatras.
Bendito lugar éste de donde salieron varias generaciones de intrépidos militantes por la paz y la negociación que se deshicieron de complejos para la práctica del asesinato contra niños, mujeres, trabajadores, y cómo no, contra policías y militares, y a donde ya, pasada su guerra, vuelven victoriosos. ¿He dicho victoriosos? Hombre, vean cualquier vídeo de estos actos de recibimiento. No solo no se esconden: se exhiben. Se exhiben para que constatemos que apoyan sin fisuras a todos los/sus militantes, incluidos los más asesinos, porque todos ellos se merecen admiración y veneración por su arriesgada entrega.
Cantan y tiran cohetes mientras los vecinos hacen como que no oyen. Ahora se saben impunes: cero presión del Gobierno nacional y del autonómico. Y lo peor es que los demás lo hemos asumido. Hay que dejarles hacer. Bien parece que esos llamativos homenajes son por tanto una píldora somnífera más en esta dieta a la que se nos somete desde el actual Gobierno de la nación.
¿Y la policía? ¿Dónde está la policía que conoce la existencia de un acto de enaltecimiento del terrorismo amparado expresamente por una ley? ¿De verdad que no son actos humillantes, y no solo para las víctimas? Quiero pensar que está donde le indican sus mandos, es decir en el lugar donde no molesten a los promotores.
Aquella policía que fue objetivo número uno de los terroristas, cuyas tumbas pasan desapercibidas en los cementerios de numerosos lugares de España, tiene un mando que aunque fue también posible víctima de los asesinos, ahora, en un giro inesperado, los ve con otros ojos. Serán los de la ideología, esa que funciona como eximente moral, o dicho de otra forma, ocupa el lugar de la moral, como explica Jean-Francois Revel.
Pueblos vascos y navarros bajo mando bilduetarra (o no exactamente), admiten con normalidad la exhibición (realmente ininterrumpida desde la transición) de toda la parafernalia proterrorista. Jóvenes emborrachándose bajo fotos sonrientes de asesinos, leyendo de reojo reivindicaciones de amnistía, bailando música ideologizada y agresiva, es lo normal, la persecución a militantes y los escraches a cualquiera de los partidos no nacionalistas que osen acercarse en período electoral, no tiene ningún precio. Paralelamente sus monsergas sobre la justicia social, sus películas sobre las torturas policiales a sus militantes, la palabra «derechos humanos» continuamente en sus labios, son atendidas con atención hasta por la prensa.
Siempre viene bien que recordemos que en todo lo relativo al terrorismo, la capacidad de normalidad en la Comunidad vasca en los peores tiempos del terrorismo ya superó lo increíble, así que ahora, pasado lo peor, realmente todo resulta muchísimo más llevadero. Cuando no ha escandalizado la muerte violenta, todo lo demás son pequeñeces.
Son tantas cosas extrañas las que nos estamos tragando en los últimos años que es difícil ordenarlas por orden de trascendencia. La normalidad que tanto se saca a pasear debe de ser esto: que nadie proteste por nada. Lo cual genera mucha paz social, no lo voy a negar. Suele ser la paz de las dictaduras, de la falta de libertad, pero allá cada uno con su análisis.
Encarrilado el asunto de los presos (vascos, naturalmente), hasta de los que han conseguido los más brutales historiales asesinos, el nacionalismo enarbola la bandera de la Agenda 2030, de lo ecosostenible y de cosas así, que son tan el signo de los tiempos, como la contemplación pasiva de la ciudadanía del proceso de su propia destrucción.
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