Opinión

El “pacificador” Sánchez

Su jugada catalana consiste en aumentar la guerra entre independentistas y aprovechar el odio mutuo y el impulso propio de todo radicalismo a la caza de brujas y el cainismo.

Todo estratega profesional que se precie busca debilitar al adversario tanto o más que fortalecer al bando propio. Es más fácil desprestigiar al otro que dar brillo al mediocre, sobre todo cuando se cuenta con el aparato del Estado y muchos medios afines. Solo hace falta conocer los puntos débiles de los demás, y dirigir el discurso y la política en esa dirección.

El plan sanchista es justamente el descrito. Incapaz de sumar simpatía en el electorado por la zafiedad y negligencia de su acción de gobierno, se dedica a debilitar a los otros. En el caso de Feijóo es evidente. Este PP y los anteriores han tratado de evitar determinadas cuestiones por considerarlas un riesgo que pone en peligro ese voto del centro tirado a la izquierda con el que siempre suspiran. De ahí que (casi) siempre y (casi) todos los populares pongan la economía en primer plano, y orillen el resto de temas.

La izquierda sabe que los populares pasan de puntillas en toda cuestión que tenga que ver con el género, el aborto, el mal llamado «matrimonio gay» o la transexualidad. Lo mismo ocurre con la alianza con Vox, que se convierte en un anatema porque tiene mal encaje con el centrismo calculado con el que el PP quiere hacerse con el elector socialdemócrata. Las consecuencias son que Feijóo no quiere ni en pintura otra «foto de Colón», y que el sanchismo hiperventile hablando de pérdida de los «derechos de las mujeres».

La jugada catalana de Sánchez va en el mismo sentido: debilitar al nacionalismo catalán usando su división ancestral e irremediable. La «pacificación» de Cataluña de la que habla el sanchismo consiste en aumentar la guerra entre independentistas, aprovechar el odio mutuo, y el impulso propio de todo radicalismo a la caza de brujas y el cainismo.

La cascada de concesiones del Gobierno de Sánchez a las exigencias de ERC en todos los aspectos, tanto normativos como formales, ha disparado el conflicto civil entre nacionalistas. Si Sánchez regala el Código Penal a los republicanos, los indulta, y defiende públicamente que fueron unos santos varones en 2017, lo que queda de Junts se echa al monte. Este choque entre catalanistas aumenta el ruido y la violencia verbal, las acusaciones de «botifler» y de «cobarde» o «traidor». Un poco más y vuelan tortas, empujones y palazos.

Mientras, al otro lado, Sánchez aparece como el «pacificador», el hombre de Estado sensato y demócrata que, ajeno al mundanal ruido, es capaz de poner orden y razón ante tanto despropósito. El resultado: sube en las encuestas en Cataluña. La ruta está bien trazada. Las cesiones, que pueden llegar hasta un tipo de referéndum sobre la comodidad del catalán viviendo en el Estado español, fortalecen en Cataluña la imagen de Sánchez como árbitro y vigía de la democracia.

La jugada, que incluye el referéndum si las necesidades sanchistas lo demandan, puede crear controversia en el resto de España y restar votos. No obstante, Sánchez ya tiene al Constitucional donde quería, y conoce la reacción de la oposición, las críticas del PP y Vox, y el aplauso de los miembros de la coalición Frankenstein. Todo calculado.

Por eso el sanchismo piensa alejar la posible consulta lo más posible de una convocatoria electoral. Cree que puede controlar la respuesta a la convocatoria independentista con su política de cesiones aumentando previamente la comodidad del catalán en España con mimos y dinero.

Un resultado negativo en la consulta de autodeterminación podría colocar a Sánchez en el lugar más aventajado en unas generales, repitiendo el relato del estadista de talla internacional que resuelve los problemas por encima de la debilidad, división e irresponsabilidad de sus adversarios. Es una estrategia a medio plazo, capaz de revertir a su entender el mal resultado de las elecciones de mayo de 2023, y callar para siempre a la tímida oposición interna.