Jorge Vilches
La derecha espabilada
Las bazas del PP contra la ley de amnistía, que barrena el orden constitucional, no son muy alentadoras
Una duda ha recorrido esta semana el universo de la derecha española como un hielo descendiendo por la espina dorsal. Si la mayoría absoluta del PP en el Senado no ha sido capaz de detener el cambio del logotipo aprobado por el PSOE en la anterior legislatura, ¿cómo van a obstaculizar en esa cámara la ley de amnistía? Si han tolerado la sustitución del escudo de España por el perfil de un centro comercial cualquiera, con su banderita anunciando las rebajas, ¿serán capaces de enfrentarse al mayor pulso a la democracia desde 1981?
Las bazas del PP contra la ley de amnistía, que barrena el orden constitucional, no son muy alentadoras. Su ataque empieza en el Parlamento Europeo, una cámara más preocupada por el tiempo que los niños dedican a los videojuegos que por el ataque al Estado de Derecho en España. Este miércoles, debatido el asunto en Estrasburgo, los populares españoles mostraron que no han tenido la fuerza suficiente como para que las grandes autoridades estuvieran presentes. Solo consiguieron reunir a un tercio de los europarlamentarios. Sus Señorías tenían cosas más importantes que hacer, seguro. Reynders, eso sí, ahí estuvo, se llevó las manos a la cabeza, prometió tomar nota, y hala, a otra cosa.
Tras esta pifia, el PP seguirá el ataque en el Congreso. Ya está el PSOE temblando porque van a pedir a la Mesa de la Cámara que reconsidere la tramitación de la ley de amnistía. Cabe recordar aquí que el PP se repartió con el PSOE y Sumar los cargos de dicha Mesa, dejando a Vox fuera. Esto provocó que los diputados de Abascal no votaran a Cuca Gamarra para presidir el Congreso. Buen ejemplo de cómo el partidismo es enemigo de la democracia. Luego el plan del PP es acudir al Tribunal Constitucional. Sí, al mismo que eligió a Conde Pumpido como presidente en enero de 2023 para imponer la voluntad sanchista. La esperanza del PP es que el TC ponga algún impedimento. Bueno, es como sentarse en el monte a esperar que pase un unicornio.
El último paso del PP es el choque institucional. Quiere mostrar que existe una diferencia entre las instituciones infectadas de sanchismo y las democráticas. La primera zona de batalla será el Senado, pero los populares temen que el Letrado Mayor de la Cámara Alta siga el dictado de su homólogo en la Baja, como ha sido siempre. Si se tramita, solo queda que los senadores tiren del reglamento reformado para prolongar el debate, llevar a juristas, y montar tal debate que la opinión pública sepa que la amnistía es el comienzo del fin del orden constitucional. Pero esto ya se sabe.
Sin embargo, no piensen que Vox puede sustituir al PP, o paliar sus deficiencias. En una estrategia extraña se han empeñado en lo que llaman “Noviembre Nacional”, que consiste en armar follón delante de las sedes del PSOE, en especial en Ferraz. Han traído a una especialista norteamericana en tumultos vendibles en los medios, y poco más. Este plan no funciona. El viernes pasado, el 24, su sindicato, llamado “Solidaridad”, convocó a los trabajadores a una huelga general. Imagino que el lector ni lo sabía. Pues fue otro fiasco.
El desamparo es lo peor que le puede pasar al ciudadano que siente en peligro su democracia. La impotencia ante la supremacía del legislativo sobre el judicial es manifiesta. La sensación de que nada se puede hacer frente a esta soberanía parlamentaria usurpadora, que tiende a aprobar leyes habilitantes para un Gobierno suicida, es palpable en el mundo de la derecha. La gente que repudia esta deriva autoritaria quiere agarrarse a una institución o a un partido. Está pidiendo que esos políticos espabilen, porque da la impresión de que solo buscan acomodarse a la nueva situación y sobrevivir. Mientras, sin que esos partidos se den por aludidos, la sociedad civil menudea actos y conferencias por doquier para protestar. Por algo será.
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