Cargando...

Partido Popular

La imputación de Montoro agita la guerra de Génova con el 'sorayismo'

El exministro militaba en el grupo de la vicepresidenta que la nueva dirección ha orillado. «Mala hierba»

Cristóbal Montoro se da de baja como afiliado del PP Fernando AlvaradoEFE

En el año 2013, Alberto Núñez Feijóo proyectaba un liderazgo sólido, en auge. En su primer asalto político, 2009, había conseguido hacerse con la Xunta de Galicia con mayoría absoluta y rápidamente se consagraba en Madrid como un delfín preclaro del Partido Popular. Una esperanza blanca.

Cuando encaraba su segunda reelección, y con el evidente fin de disuadirlo ante cualquier tentación de ambicionar carismas mayores, una madrugada oscura, desde arriba, le dejaron la cabeza de un caballo en lo alto de su cama con aquella fotografía subido a un barco junto al narcotraficante Marcial Dorado. Un aviso que procedía, cómo no, del fuego amigo, siempre el fuego amigo.

Aunque el aludido nunca ha querido señalar a nadie, no son pocos, tanto dentro como fuera de su formación, los que apuntan a una misma persona como la autora de semejante pisotón: Soraya Saénz de Santamaría, la todopoderosa vicepresidenta del Gobierno, con la que nunca hizo buenas migas y que buscaba una autopista despejada para agarrar el testigo de Mariano Rajoy como presidenta del Partido Popular... y del Gobierno.

En esos años, trascendió la némesis entre Soraya y María Dolores de Cospedal, nada comparado con la pésima relación que la primera siempre tuvo con el presidente gallego, que se cobró su venganza con elegancia y astucia. No le hizo falta esforzarse mucho. En realidad, lo que hizo fue exactamente... nada.

Cuando llegó el momento, y después de que Rajoy dejara el terreno abonado para que Soraya se hiciese con el control de la formación en el congreso de 2018, fue la neutralidad de un territorio, Galicia, la que inclinó el resultado final en favor de Pablo Casado, que a priori partía con escasas opciones. En aquel proceso orgánico, los dos principales colaboradores de Feijóo, Miguel Tellado y Diego Calvo, echaron un capote al joven aspirante, que se llevó la palma contra todo pronóstico.

Por soterrada que fuera, la guerra entre Sáenz de Santamaría y Feijóo, al que siempre le ha caracterizado una obsesión enfermiza por la discreción, existió. No volaron los cuchillos por el aire, aunque sí que se detonaron bombas por debajo de los túneles.

Años más tarde, la imputación judicial de Cristóbal Montoro, que fue mano derecha de la vicepresidenta y uno de sus principales apoyos en la carrera hacia la presidencia del partido tras la caída de Rajoy, ha echado sal a una herida que nunca terminó de suturar.

Desde que trascendió el sumario que pone en el disparadero al exministro, el PP ha marcado una distancia sideral. Ayer mismo, el propio Feijóo se pronunció públicamente: «No hablaré ni de persecución de los jueces ni de pseudomedios. Lo que haya que investigar, que se investigue». Ni el más mínimo atisbo de solidaridad. Una equidistancia real, puesto que el vínculo entre ambos es inexistente, que también tiene que ver –y mucho– con los episodios del pasado.

"Erradicar el sorayismo"

Desde que se hizo cargo de Génova, su equipo más estrecho ha trabajado sigilosamente por «erradicar el sorayismo», que algunas personas de su máxima confianza describen como «mala hierba que crece por todos los rincones».

El golpe definitivo tuvo lugar en el congreso nacional de este mes de julio, en el que se borró toda impronta que pudiera quedar de la vicepresidenta. Especialmente, en el terreno de las ideas. A juicio de algunos de los dirigentes más próximos a Feijóo, no fue cosa de Rajoy, sino de Soraya, la indefinición que durante tanto tiempo afligió al PP, orientado única y exclusivamente al poder y viciado por las políticas que hoy se denominan woke.

En el último cónclave de la formación, al que no asistió Soraya, Feijóo proyectó un partido más binario, en el que las cosas son negro o blanco. Ubicado en el centro, sí, pero con la clarísima vocación de ocupar el espacio electoral de la derecha.

Ahora, el nombre de Montoro, que hizo entente en el Consejo de Ministros con Soraya contra el eje Luis de Guindos-José Manuel Soria, vuelve a estar de actualidad, para disgusto de Feijóo, que se desentiende de un escándalo judicial que en su equipo, vistos los primeros indicios, reprueban sin matices. «Reconozco que no me gustan nada las informaciones que estamos conociendo, ni los testimonios que vamos conociendo poco a poco», sentenció ayer Alma Ezcurra, flamante número tres de la cúpula como vicesecretaria de Coordinación Sectorial. Uno de los rostros a los que el presidente popular acaba de encumbrar a lo más alto.

En la reciente renovación acometida por Feijóo destaca el nombre de Alberto Nadal, que comandará ni más ni menos que el área económica del partido. Durante año y medio, ocupó el puesto de Secretario de Estado de Presupuestos y Gasto. Es decir, fue el número dos de Montoro en el organigrama del Gobierno desde la segunda investidura de Rajoy hasta la moción de censura.

No obstante, en las filas populares aseguran que, a diferencia de su hermano Álvaro, él siempre fue «un casco azul». No formó parte del sorayismo. Más bien, era del equipo contrario, puesto que perteneció al núcleo duro de Soria, quien lo nombró secretario de Estado de Energía. Otra prueba de su lejanía con la vicepresidenta es que siguió colaborando con el PP en la etapa de Casado.

«Alberto Nadal llegó en la parte final, en la segunda legislatura, y su papel fue más el de tener la interlocución con todos los ministerios», explica un veterano del partido. En el auto que trascendió esta semana, que también pone la lupa en el grueso de altos cargos que dependían de Montoro, no aparece el nombre del próximo vicesecretario popular.

En la dirección descartan que el estallido de este caso le pueda afectar. Básicamente, porque solo hubo una relación jerárquica con Montoro. Por tanto, queda fuera de toda duda su incorporación, que se hará efectiva en septiembre, cuando termine sus obligaciones laborales en Washington. Eso sí, en el PP son conscientes de que la izquierda tratará de usar su fichaje para atizar a Feijóo, que en su contienda contra la corrupción de Sánchez se tropieza, una vez más, con el fuego amigo.