Política

Martín Prieto

Nuestra mejor hora

En estos cuarenta años, España ha viajado del consenso el populismo. Hoy parece que la Carta Magna no satisface a nadie por la ignorancia y las mentiras sobre su nacimiento

Suárez y Felipe González en una imagen que no sería fácil conseguir hoy. No porque fumen en público y en el Congreso, sino porque el clima de acuerdo parece impensable
Suárez y Felipe González en una imagen que no sería fácil conseguir hoy. No porque fumen en público y en el Congreso, sino porque el clima de acuerdo parece impensablelarazon

En estos cuarenta años, España ha viajado del consenso el populismo. Hoy parece que la Carta Magna no satisface a nadie por la ignorancia y las mentiras sobre su nacimiento.

Dos breves discursos en lengua inglesa pasaron a los anales de la oratoria en tiempos de tormenta: el de Lincoln en el osario de Gettysburg («Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo») y el de Churchill en Los Comunes cuando el Reino Unido quedaba solo ante el desmoronamiento de Europa («No dudemos de que si el Imperio Británico dura mil años los hombres del futuro dirán: aquella fue su mejor hora»). Lo que después se conocería como la Transición política venía gestándose desde antes de la muerte de Franco. El secretario comunista, Carrillo, se preguntaba en sus mítines italianos: «Después de Franco ¿qué?». Desde el régimen se replicaba: «Después,las Instituciones». Las Fuerzas Armadas, con una cúpula integrada por generales y almirantes que habían hecho la guerra civil de tenientes o alféreces provisionales, no eran tan optimistas y el 20 de noviembre de 1.975 ya estaba en marcha la «Operación Lucero» que establecía el protocolo militar del sepelio del dictador. Se hizo coincidir el óbito con el aniversario del fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera en un Alicante republicano, ya que Franco («Que duro es morir») fue sometido a una medicina encarnizada por su yerno el Marqués de Villaverde, por mal nombre el Marqués de Sade.

Los pensamientos del coronado Rey Juan Carlos eran un arcano tras décadas de silencio como Príncipe de España, pero había ocupado su tiempo en recibir a todo el mundo tejiendo un cesto de reivindicaciones esenciales, a más de asesorarse de un hombre providencial: el hoy desconocido Torcuato Fernández Miranda, conocido por «Biotato» desde que juró con camisa blanca y no la azul mahón falangista como Secretario General del Movimiento. Antes que franquista o falangista (cuando no se podía ser otra cosa) Torcuato era un intelectual, catedrático de Derecho Político, Rector de la Universidad de Oviedo e inclinado a ahondar en la filosofía jurídica. Había sido preceptor de Juan Carlos y fue quien diseñó el tránsito de la Dictadura a la democracia representativa, de la ley a la ley, sin vacÍos de poder. Fue el amanuense de las leyes de la Transición que Adolfo Suárez ponía sobre la mesa con la anuencia del Rey, principalmente la Ley de Reforma Política por la que los procuradores franquistas hicieron su harakiri o seppuko. El Rey padre había soportado hasta los desdenes («Este chico me va a dar a mí lecciones») de Carlos Arias Navarro como Presidente del Gobierno y último nombramiento de Franco tras el asesinato de Carrero Blanco. El asesinado sustituido por el Ministro de la Gobernación encargado de su seguridad. Toscas maniobras familiares con un Franco envejecido hasta la confusión. ETA, cuyos análisis políticos eran de primero de EGB, creyó que matando a Carrero yugulaba la sucesión. Nunca fue así. Arias, con la mochila de los fusilamientos tras la toma de Málaga, tendió cortinas de humo con el espíritu del 12 de febrero, por un discurso falsario que pretendía oler a apertura, o unas asociaciones políticas, remedo controlado de los partidos, hasta que el Rey le citó no en Zarzuela sino en el Palacio Real para usar la solemnidad en la exigencia de su dimisión. Torcuato, en la Presidencia de las Cortes y del Consejo del Reino, vuelve a ser servomando del Rey y tras deliberaciones de brujo asturiano logra una terna del Consejo con Federico Silva Muñoz (tecnócrata democristiano), Gregorio López Bravo (Opus Dei) y un joven Ministro del partido único de Franco, Adolfo Suárez, por el que nadie apostaba. Su nombramiento dejó estupefacta a la clase política. Ricardo de la Cierva, que luego sería Ministro de Cultura con Suárez , escribió un alegato titulado «¡Qué error, qué inmenso error!». Era lo que pensaba la ciudadanía, que el Rey había optado por la involución. Era todo lo contrario. Cerrado el triángulo Rey-Torcuato-Suárez el triciclo de la Transición podía andar. Abiertas las puertas del campo empezaron a ser visibles la Junta Democrática (sin el PCE), la Plataforma de Convergencia Democrática (con el PCE), la Platajunta (por fusión), universo de partidos, sindicatos, organizaciones sociales y hasta individualidades y egos desaforados, hirviendo las calles y radiando la policía: «No detengan a un tal Felipe González. Repito: No detengan a un tal Felipe González». Pese a que se vertió sangre más allá del crimen de los abogados laboralistas, el clima general era de esperanza, de renacimiento, de alegría de vivir directamente la Historia. ETA no miró lo que estaba pasando consciente de que la Transición le resultaría letal. El Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico (FRAP), formado por padres de algunos diputados de hoy, respaldado por la siniestra y opaca Albania maoísta, recuperaba armas de los guardias desnucados. Los Grupos Revolucionarios Antifascistas Primero de Octubre 80 asesinatos), llegaron a secuestrar al Presidente del Consejo de Estado y al del Consejo de Justicia Militar, siendo tan surrealistas que consideraban a la Unión Soviética como un régimen de ultraderecha similar al franquismo. La ultraderecha se sindicó en Fuerza Nueva y su líder el notario Blas Piñar (notario de Ava Gardner), nutriéndose de la escoria de la Brigada Político-Social e importando sicarios argentinos de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina). Es un dato fácilmente constatable que aquella izquierda irreal mató bastante más que la ultraderecha, menos clandestina e infiltrada por la policía. Suárez (y el Rey) allanaron el camino de las elecciones constituyentes de 1.977 (con dos amnistías (para todos, reconciliatorias) que hoy se cuestionan como ilícitas y la peligrosa legalización del Partido Comunísta. En 40 años se ha dado la conjunción de los astros y pareciera que la Constitución del 78 no satisface a nadie, es papel mojado, contubernio de franquistas y demócratas oportunistas o pergamino extraído de las cuevas del Mar Muerto. Este declive constitucional empieza con los cordones sanitarios al PP. Los sucesos del barrio Gamonal, de Burgos, por una nimiedad urbana, fueron el ensayo general con todo del 15M en Puerta del Sol, asamblearismo ácrata del que nace Podemos y otros que también estiman que el derecho a decidir estaba en las tablas entregadas a Moises. Hoy ciudadanos de 50 años no pudieron vivir la Transición y su constitucionalismo y desprecian cuanto ignoran. Solo Franco está presente con su tumba de Tutankamón y la maldición subsiguiente que sufre Sánchez. Suárez es un aeródromo. Torcuato, ¿quién fue ese? Y del Rey viejo se hace pim-pam-pum como si la democracia nos la hubieran traído los Reyes Magos y no hubiera sido la Transición nuestra hora mejor.