Opinión

El "otro" 23-F, el de Felipe de Borbón

El discurso del Rey tras el 1-O tranquilizó en gran medida al país. Muchos catalanes no independentistas perdieron el miedo a expresar su opinión y se animaron también a salir a la calle

El Rey, durante su discurso del 3-O de 2017
El Rey, durante su discurso del 3-O de 2017EfeAgencia EFE

Septiembre de 2017. Cataluña parece fuera de control. Está anunciado un referéndum de independencia para el 1 de octubre. Felipe VI sigue los sucesos al minuto. Ha cancelado compromisos y aplazado toda actividad externa. Se mantiene en contacto con los principales políticos del país. A lo largo del mes, habla todos los días con el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Y recibe a los líderes de PSOE y Ciudadanos.

El Rey tiene tomada la decisión de dirigirse a los españoles, pero no ha cerrado cuándo hacerlo. Consulta a expertos en derecho político y constitucional sobre el margen que la Constitución da al Monarca para ejercer su labor de arbitrar y moderar el funcionamiento de las instituciones.

A La Zarzuela llegan voces de que «haga algo», de que lance a la nación un mensaje de tranquilidad garantizando la unidad de España. Un famoso articulista escribe: «O el Rey habla como hizo Don Juan Carlos el 23-F o puede pasar a la historia como Felipe VI el Quieto».

Los sucesos del 1 de octubre, con la dramática celebración del referéndum ilegal, le convencen de que ha llegado el momento de dirigirse a los españoles, si bien durante 48 horas guarda las formas institucionales. Esa demora le provoca a Felipe un nuevo desgaste de imagen. En las redes, el apodo «Escondido» se convierte en trending topic.

Habla con su padre sobre la oportunidad de salir a la palestra. La respuesta de Don Juan Carlos es que era «imprescindible». Que lo hiciera, y cuanto antes.

Tomada la decisión, lo comunica al presidente del Gobierno, cuyo permiso es preceptivo. También recibe el visto bueno de los líderes de los otros dos partidos constitucionalistas, PSOE y Ciudadanos.

Ese martes, 3 de octubre, el 3-O como es conocido ahora, pasadas las seis y media de la tarde se anuncia que el Rey se dirigirá a la nación por la noche.

El mensaje se emite a las nueve, desde el mismo despacho en el que su padre habló la noche del 23-F. Sentado en la mesa, con traje oscuro, planos cortos, sin adornos, mostrando un semblante muy serio, hasta con el ceño fruncido, como enfadado. Felipe VI habla con determinación y contundencia, accionando con las manos para dar rotundidad a sus palabras.

La alocución dura seis minutos. Se la sabe de memoria. La recita de un tirón. «Estamos viviendo momentos muy graves para nuestra vida democrática». Acusa de deslealtad a las autoridades catalanas, de situarse «totalmente al margen del derecho y de la democracia». Asegura que el Estado cumplirá su deber de «asegurar el orden constitucional».

Más de seiscientas palabras. Ni una sola en catalán. Y sin referencias al «diálogo». Para muchos, ese día Felipe se jugó la Corona a una carta. A la vez –se escribe–, «el Rey se hizo necesario. Y se revistió de legitimidad». Es el 23-F de Felipe VI.

«Yo he jurado bandera dos veces», llega a afirmar Felipe poco después, en la recepción con motivo del 12 de octubre en el Palacio Real, para justificar la firmeza de su actuación el 3-O.

La intervención televisada produce un efecto inmediato. De entrada, tranquiliza en gran medida al país, incluyendo las personas que se sentían desamparadas en Cataluña, al escuchar que no se encontraban solos.

A partir de esa fecha, muchos catalanes no independentistas perdieron el miedo a expresar su opinión, y se animaron también a salir a la calle en masivas manifestaciones por la permanencia en España, marchas que apenas se habían organizado hasta entonces. Las banderas constitucionales se hicieron presentes en las vías urbanas, y se vivieron escenas de agradecimiento a los miembros de la seguridad del Estado en lugares donde hasta ese momento se les abucheaba.

Los apodos manejados por la izquierda más radical, por los independentistas catalanes y los nacionalistas vascos, dejaron paso a este otro: «el Rey de Bastos».

Sin embargo, entre los catalanes y los vascos, que representan un tercio de la población de España, una mayoría se sintieron a partir de entonces un poco más lejos de esa Corona que Felipe lucha por institucionalizar. El 3-O se ganó al país, aunque de alguna manera perdió Cataluña. Al menos temporalmente. Lo sabía, pero no cabía otra opción. Tuvo que sacrificar, por un bien mayor, largos años de inmersión personal e institucional en Cataluña.

Además del impacto directo en los ciudadanos, el análisis de los medios nacionales fue positivo: había superado su 23-F. Así lo entendió incluso la prensa internacional. Le Monde habló de «acto de nacimiento del Rey Felipe VI», destacando que había sorprendido a los españoles, que hasta ese momento solo le veían como «un VIP de lujo».

Otros afirmaron que el discurso «marcará su reinado» y sus consecuencias «serán estudiadas por los historiadores en años por venir». Y así ha sido.