Opinión
La reprobación "woke"
A este pensamiento de moda le pasa como a las dietas mágicas, que quieren hacernos creer que es mejor quien las practica
El problema de ese pensamiento «woke» que se ha puesto ahora de moda es la vocación de reprobación que acarrea. Le pasa como a esas modas de dietas mágicas; que quieren hacernos creer que es mejor quien las practica.
Por ejemplo, supongo que a ustedes les sorprenderá tanto como a mí saber que hay gente de gran importancia partidaria de beber la propia orina. Actrices como Gwyneth Paltrow, cantantes como Madonna, aseguran practicar esa dieta, presumen de ello, y se muestran en internet ingiriendo ese sublimado como si fuera un gentil poleo menta.
Madonna, si le apetece, podrá ser una versión con corpiño de Chumari Alfaro, pero espero que entienda que para cuidar nuestro tracto digestivo y equilibrio orgánico (que también incluye la cordura) los demás prefiramos un Crianza o un whisky. Si existen personas que a esos nobles digestivos prefieren anteponer el contenido de su vejiga y hacernos temer por su halitosis yo no tengo nada que oponer. No veo por qué una persona de cierta edad que desee usar el recipiente de sus propias vísceras como cantimplora portátil no pueda cumplir su voluntad. Soy un firme partidario de la gratificación de los deseos personales. Si alguien quiere beber orina no hay razón sobre la tierra que pueda impedírselo, porque la producción de esa materia es inagotable y muy asequible. Indiscutiblemente sostenible. Por tanto, de acuerdo conque la beban, a condición, eso sí, que no pretendan en ningún momento que lo haga yo.
Porque ese es el peligro de las dinámicas que genera el actual pensamiento «woke». Ese tipo de ideología es una manera de pensar cimentada principalmente en la reprobación. Su pensamiento reprobatorio aspira a vigilar, –supongo que con buena intención– todo aquello que considere perjudicial para el colectivo humano o la sociedad en su conjunto. Por tanto, no resulta inimaginable que si un gobierno de ese tipo creyera de buena fe que la orina es verdaderamente positiva para las personas no tardaría en argumentar que un mejor nivel general de salud pública –que comportaría su generalización– aliviaría las cargas de la Seguridad Social, beneficiando a todos.
Un mundo en el que un Gobierno de ideas radicales pensara que beber orina pudiera ser obligatorio o recomendable, francamente, no sé si es un lugar que me apetecería mucho presenciar. Imagino el Dry Martini, una de mis coctelerías favoritas, con las estanterías llenas de diversos tipos de ese líquido embotellado. Conociendo la capacidad trituradora de los mecanismos de comercialización, propaganda y márquetin, al poco tiempo de ponerse de moda esa consumición, no me cabe ninguna duda que las diferentes marcas pagarían cifras astronómicas a las celebridades para que les permitieran poner en el mercado sus cosechas particulares. La sensación de superioridad que experimentarían los más inseguros pidiendo en voz alta en la barra un fluido de George Clooney o Taylor Swift, etiqueta negra, sería imbatible. El garrafón y las falsificaciones los harían, eso sí, muy vulnerables. De cualquier modo, tendrían su habitual contrapartida porque seguramente, al poco tiempo se crearía la habitual gradación elitista de orinas jóvenes, crianzas y reservas. Y qué decir de los caldos selectísimos. ¿Quién puede decir lo que llegaría a valer un Reserva Pete Davidson (embotellado antes de pasar el control de alcoholemia) o un Jane Fonda de doce años, recolectado cuando volvía del urólogo (con su aséptico aroma a desinfectante aún intacto)? No dudo que habría mercado.
Incluso para los muy adictos a la política y la ideología existirían sus delicadezas porque podrían pagar por deleitarse teniendo acceso a micciones de dirigentes como Pedro Sánchez, Mariano Rajoy, Aznar, Felipe González y una gran cantidad de líderes que fueron históricos para bien o para mal. Hay quien pudiera verlo como vicio, porque al fin y al cabo lo inquietante es pensar cuántos aficionados a la lluvia dorada podrían hallar excusa en la gastronomía para colar sus prácticas. Pero, si atendemos a los pecados reales de nuestra sociedad, los peligros son más bien otros: la infantil ansia de innovación actual, el pensamiento «woke» reprobatorio, la obsesiva preocupación por la salud, el lavado de unas siempre supuestas culpas, etc. La confluencia de todos esos factores termina indefectiblemente en sumilleres con un orinal colgado del cuello.
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