
Opinión
Triglicéridos socialistas
«¡Ánimo, Alberto!». Sánchez es un líder sin más recurso que la chanza despectiva. Está tocado y lo sabe

Algo tiene la chistorra que la convierte en oscuro objeto de deseo. Tú la ves friéndose en su propia pringue, sin necesidad de usar aceite, y tu mente te dice que estás ante algo que, por fuerza, pertenece a aquello que indefectiblemente engorda o es pecado. Sin embargo, tu cuerpo te susurra que la vida son dos días. Y en ese choque entre espíritu y carne muchos encontramos la perdición con más gula que vergüenza. Ciertamente, estuvo avispado Koldo García cuando vio la similitud entre la chistorra y el billete de 500 euros, otro elemento fetiche al que muchos no pueden resistirse.
Antes se los conocía como Bin Laden, por lo caros que eran de ver, pero, cazado el terrorista, el símil perdió su sentido. El mundo estaba ávido de un nuevo mote para el billete unicornio y ha tenido que venir el orondo navarro, aizkolari txistorrero, a saciar esa necesidad. Ahora el problema del PSOE es que a su particular panel de la Ruleta de la Suerte se le ven demasiadas letras.
Empresarias asegurando que en Ferraz entraron bolsas de dinero, informes asegurando que de Ferraz salieron sobres con metálico sin justificar… no sé, Rick, lo de que las chistorras eran, de verdad de la buena, chistorras de comer parece falso. Koldo, al que la RAE debería dar un sillón por su actualización del idioma, también hablaba de lechugas y soles… y en Ferraz ni se han visto cogollos ni brilla el sol desde que Aldama entró por la puerta. Así las cosas, la sesión de control tomó el cariz de la consulta del médico. Con tanta chistorra, el PSOE acudía con el LDL y los triglicéridos por las nubes y con la ligera sospecha de que en el hemiciclo no le esperaba Vicente del Bosque con un yogur, sino una oposición dispuesta a darle la batalle del colesterol.
Lo bueno para Pedro Sánchez es que, como no le dice la verdad ni al médico, no teme las agujas ni las dietas estrictas. El presidente del Gobierno se sentó en su escaño luciendo corbata rojo chistorra con la convicción de que Núñez Feijóo, más que yogur, iría a la yugular. Y así fue, porque la amanecida trajo las primeras centellas del informe sobre el ministro Ángel Víctor Torres.
El líder del PP preguntó a Sánchez por su ministro y por los billetes koldianos y su intervención sonó como un ace rotundo, como esos primeros servicios que desmoralizan al que resta, si el que resta no es el marido de Begoña Gómez. Pedro Sánchez subió a la red a practicar luz de gas, a hacer dudar a su interlocutor de que la realidad es la realidad. Moncloa cree haber encontrado un filón en la página 28 del último informe de la UCO porque no prueba la financiación ilegal del PSOE, obviando que el informe tampoco la descarta y sí deja abiertas algunas dudas que podrían conducir a ese berenjenal. A Sánchez, en todo caso, se le vio con pocas ganas de hipotecarse en la guerra del colesterol y conminó a Feijóo a «elegir bien sus batallas», antes de ofrecer un repertorio de maniobras evasivas.
A veces se diría que Sánchez y sus ministros son como el osito de peluche que suelta frases preconcebidas, según le aprietas la mano o la barriguita: «sanidad pública en Madrid», «aborto», «embargo», «ustedes van a votar en contra»… Si los expertos en mercadotecnia de Ferraz estuvieran vivos, estas Navidades se forrarían. A Feijóo, en cambio, le hicieron poca gracia las frases de peluche sanchista y lo dejó claro con una respuesta desabrida: «patético, señor Sánchez».
Fueron los segundos más duros del Feijóo más duro: repaso a la familia y amigos imputados, recordatorio de que Sánchez ha vivido de la prostitución y anuncio de que el presidente será citado este mismo mes a la comisión de investigación del Senado. Gran bullicio en el hemiciclo mientras continuaban las imprecaciones: deberá decir la verdad, para inventada su biografía y está usted más pringado que ninguno.
La pringue de la chistorra escurría por todas partes y, cuanto más chorreaba, más se reía el presidente. Concluido el aplauso taurino de la bancada popular a su líder, Sánchez contraatacó. Simplemente se levantó y soltó un lacónico: «ánimo, Alberto». Displicencia nivel cinturón negro. Carcajada poligonera de María Jesús Montero para arropar la mueca traviesa del presidente del Gobierno.
Los suyos le jalearon, convencidos de que tienen al caudillo con el colmillo más retorcido. No quisieron ver que la ocurrencia de Sánchez escondía a un líder sin más recursos que la chanza despectiva. Sánchez está tocado y lo sabe. Sánchez está tocado y se le nota. Del bombardeo de drones suicidas se pasó, de repente, a un ascensor con música de la bossa nova. Esa calma súbita la trajo la portavoz del PNV con su voz de inteligencia artificial. Los nacionalistas vascos y gallegos preguntaron por las cosas del día a día y el presidente programó el algoritmo del perfecto socialdemócrata, ofreciendo un tono más sereno antes de abandonar un hemiciclo resbaladizo, embadurnado de grasas saturadas. Las que saturan una legislatura inefable.
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