El análisis
La única pugna que desde hace décadas se está dando en Cataluña es entre mestizaje y xenofobia
Los catalanes no nacionalistas estamos acostumbrados desde hace décadas a la invisibilización que el poder practica con nosotros
Que no les engañen con excusas políticas, económicas o culturales. La única pugna que desde hace cuatro décadas verdaderamente se está dando en Cataluña es entre mestizaje y xenofobia. Obedece a razones demográficas totalmente accidentales y es la misma que se dará –solo que cambiando los protagonistas– en el mundo entero el próximo siglo con la explosión demográfica del Sahel Subsahariano.
Si no hubiera existido emigración desde el interior de España en el pasado siglo los catalanes seríamos ahora dos millones y somos ocho. Esos seis millones que procedemos de mezclarnos con la emigración tenemos generalmente más lazos familiares con el resto de la península, usamos el castellano como lengua materna y somos mucho más reticentes al nacionalismo particularista. Por supuesto, origen e ideología no se superponen siempre exactamente. Hay mestizos que –para medrar o por complejo de inferioridad– hacen la pelota al tradicionalismo indígena más obtuso y también hay sagas familiares de origen autóctono que odian desde generaciones todo lo que tenga que ver con la bandera regionalista. Pero los intercambios se equilibran y al final la media hace que el panorama sea bastante fiel al origen demográfico. Baste decir que la cifra de independentistas siempre ronda aquí, curiosamente, esa cifra de dos millones.
Como cualquier zona sujeta a grandes emigraciones, Cataluña padece ese moderno virus de la xenofobia y el racismo, solo que ocultándolo con excusas para quedar bien. Muchos políticos lo aprovechan para conseguir egoístas beneficios propios o acumulaciones de poder para perpetuarse en la poltrona. Sin ir más lejos, esta semana un político español –de esos que andan ahora intentando justificar su súbito cambio de convicciones– afirmaba que, según un sondeo, el 70 por cien de los catalanes no veía mal la amnistía como herramienta. La cifra me extrañó, porque no coincidía con lo que los catalanes podemos comprobar simplemente saliendo a la calle y hablando con nuestros vecinos. Mirando las cifras con detalle, resultó que eran siete de cada diez independentistas los que pensaban así.El mandamás nacional lo que había hecho era, de nuevo, la perversa operación de identificar catalanes con catalanistas para invisibilizar a todos los catalanes que no somos nacionalistas: un espectro, este último, más proveniente de la emigración y de familias más humildes, al cual dicho político (solo supuestamente de izquierdas) sería al que teóricamente debería proteger.
Los catalanes no nacionalistas estamos acostumbrados desde hace décadas a esa invisibilización. El poder la practica siempre con nosotros. Al provenir de barrios más desfavorecidos no tenemos el peso ni los medios que tienen las clases acomodadas y es fácil dejarnos de lado e ignorarnos. A cambio, tenemos la ventaja de ser el colectivo que, por simple necesidad adaptativa para sobrevivir, es más flexible, más ágil, más resistente, más móvil y divertido. En una sociedad de tan poca movilidad social como la catalana, es en ese colectivo donde te encuentras una más constante elevación de los hijos a un pequeño escalón social más. Lo cual genera más sugerentes, interesantes y vividas situaciones que en otros sitios. Por supuesto, es frustrante que te arrebaten constantemente la voz a nivel institucional y nieguen tu existencia, pero curiosamente a cambio recibimos un gran cariño popular de la gente que se halla fuera de esas instituciones en toda España. Esa visibilización de los otros catalanes por parte del peatón de toda la península ha sido el cambio de mentalidad más importante de los últimos años. Los políticos nos ignoran, pero la población nos aprecia; rompiendo el relato hegemónico del poder.
Al igual que la mujer buscó su sitio en el escaparate social hace años, el mestizo necesitará políticos igualitaristas que defiendan su presencia. Tarea difícil para los actuales partidos de supuesta izquierda, cuando a la vista de los rifirrafes que tienen entre ellos, transparentan la imagen de estar copados por azafatas arias de casa bien que están ahí para hacerse perdonar el papel filofascista de sus familias privilegiadas socialmente. Con partidos izquierdistas convertidos en simples agencia de colocación para esos perfiles a cambio de siete votos, no será extraño que –de una manera contradictoria y contraintuitiva– sea Vox quien finalmente se haga con el apoyo y más representación de todo ese mestizaje en los barrios humildes.
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