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La Campos todavía no ha vendido su «Villa meona»

«Desmentido queda, al menos de momento, que ya no tenga esa enorme mansión de las rozas»

Las Campos
Las CamposGENGTRES

Ha sido lo más noticiable de este aún corto pero ya muy cálido verano. Por encima de que si Palma de Mallorca volverá por los fueros y alardes anteriores en tiempos del ahora tan cuestionado Don Juan Carlos –¡a buenas horas!– y cuando Marbella ya no tiene personajes con el tirón de Julián Muñoz, Jesús Gil, Carmina Ordóñez, Pitita Ridruejo o la rubísima Gunilla Von Bismarck con los que presumir, y entonces convertidas, sin buscarlo, en propaganda estival de nunca acabar. Añoro aquellos tiempos donde todo parecía, y lo era, más significativo en su intrascendencia o banalidad. Eso no ocurre con la dilatada e insuperable época televisiva de María Teresa Campos, que hizo de lo mejorcito de la historia en diferentes cadenas televisivas. Todas se la disputaban y nadie parece ahora acordarse de ella aunque haya batido récords de audiencia en una especie de ensayo, prueba o estudio para su rentré. Supo a poco y aumentó la nostalgia de los que la apreciamos, ¡ay! Nuevamente sorprende y airea su poder comunicador, la simpatía, el desenfado incluso en temas difíciles y, sobre todo, su imagen incomparable por la proximidad. Cualquier comparación con lo que vemos y tenemos ahora queda empequeñecida.

Fue muy grande y por eso el morbo curioso de si ha vendido o no su casoplón del extrarradio madrileño animó los calurosos días que soportamos ya en libertad tras terminarse el estado de alarma que nos tuvo, eso, alarmados. Al principio, lo puso en siete millones, y ahora rebajó, tal parece o calculan, a poco menos de tres. Tremendo para una residencia con diez habitaciones y ocho baños. Sí, una «Villa Meona» como se apodó en su día a la de la reina de corazones, Isabel Preysler. «Antes de la pandemia estuvimos a punto de hacerlo, luego vino lo del Covid-19 y lo dejamos para “más adelante”. No han vuelto a decirme nada. Estoy a la espera», me dijo ayer desde su estío madrileño pendiente de dejarse caer por su querida Málaga a finales del mes. Es una cita a la que nunca falla. Su tierra le tira mucho, como a casi cada uno la suya. Desmentido queda, por tanto, al menos de momento y en un verano socialmente seco, que María Teresa haya vendido su enorme, imponente y desproporcionada mansión de Las Rozas, un exceso urbanístico que en su momento ninguno entendimos y así se lo decíamos a nuestra «jefa» y «maestra televisiva». Fue un alarde desproporcionado e innecesario, insisto y repito. Intentó, sin conseguirlo, compartirlo con las niñas de sus ojos, ellas que siempre están unidas en todo, aunque parece que por entonces no estaban por la labor. Ellas se lo perdieron.