
Gastronomía
Ronda de bares: Las bravas que hicieron patria
"Barcelona tiene su propia liturgia laica: la procesión de las bravas. Y en ese santoral del tubérculo, el altar mayor es el Tomás de Sarrià"

Barcelona tiene su propia liturgia laica: la procesión de las bravas. Y en ese santoral del tubérculo, el altar mayor es el Tomás de Sarrià, donde el aceite se convierte en reliquia y la guindilla en dogma. A dos calles de su ubicación original, esta bodeguita lleva abierta desde 1919, sosteniendo generaciones de parroquianos que acuden a rendir pleitesía.
Al frente, Antonio, heredero de la saga, combate desde hace años el «bulo de la lotería»: se cuenta que su tío compró el local gracias a un golpe de suerte con el bombo navideño. Nada de eso: aquí no hubo niños de San Ildefonso, sino taberneros con coraje y un porrón de paciencia. La suerte puede repartir premios, pero no fríe patatas con semejante compás.
Las bravas del Tomás han sido coronadas como las más fieras de la ciudad, hasta salir en el Wall Street Journal en 2008. Atraen a turistas japoneses, estudiantes de Erasmus y jubilados del barrio, todos igualados por el ardor feliz de la salsa. Y, sin embargo, sería injusto reducir la casa a ese bocado incendiario: aquí también manda el vermut con solera, las croquetas caseras, la empanadilla bien cerrada, la anchoa de calibre y el escabeche de bonito que recuerda a las lonjas de Bermeo.
La barra existe, aunque tímida. Barcelona nunca ha tenido la fe mostradora de Madrid, y por eso en Tomás la cultura del acodarse es casi un exotismo. Aun así, ahí se instala «el Trajinante», oficinista jubilado que pide siempre un vermut doble, hasta que llega «la Empingorotada», dama con bolso Hermès que reclama espacio y dignidad, como si la proximidad del parroquiano pudiera contagiarle maneras plebeyas. Escena de barra que es también metáfora: la ciudad siempre a medio camino entre el cosmopolitismo estirado y la taberna popular. El Tomás sigue siendo un refugio donde la memoria convive con la fábula. No hay storytelling ni chef de postureo: solo bandejas de patatas que han hecho historia.
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