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Miguel Ríos: «Aún siento la brisa del mediodía en el Caribe»

El primer rockero español en recibir la Medalla de las Bellas Artes dijo que se retiraba pero sabíamos que era imposible

En la foto, Miguel Ríos junto a Ana Belén, Joan Manuel Serrat y Víctor Manuel en Santo Domingo, el primer destino de su gira «El gusto es nuestro», en 1997.
En la foto, Miguel Ríos junto a Ana Belén, Joan Manuel Serrat y Víctor Manuel en Santo Domingo, el primer destino de su gira «El gusto es nuestro», en 1997.MIGUEL RIOSLA RAZON

«Esa foto está tomada en Santo Domingo, primer destino de la gira americana de ‘El gusto es nuestro’, en 1997. Estoy con Ana, Joan Manuel y Víctor. Recuerdo que ese día, después de la rueda de prensa, habíamos quedado a comer con Juan Luis Guerra en el restaurante de un amigo suyo», evoca el granadino, que lleva más de medio siglo en la brecha dándonos la bienvenida eterna como los hijos del rock and roll que somos.

«Cuando estás de gira -continúa- la vida está muy reglada y entre la promoción, los ensayos y demás compromisos, lo cierto es que te queda poco tiempo para visitar los sitios en los que actúas. Pero recuerdo que en El gusto... al ser una gira tan peculiar, formada por cuatro amigos en la carretera, sí tuvimos tiempo para socializar. Latinoamérica, además, es un territorio propicio para las emociones y, solo con estar allí, inmersos en su cultura, su colorido y su gente, te hace sentir en los espacios del realismo mágico que hemos vivido en la literatura».

El primer rockero español en recibir la Medalla de las Bellas Artes dijo que se retiraba pero sabíamos que era imposible. De hecho, ahora está trabajando en un álbum de corte acústico con canciones nuevas del que ya ha editado un single llamado El blues de la tercera edad, que habla de la soledad de la edad tardía y la forma de combatirla. Regresamos a los días en que fue tomada la instantánea y las palabras le fluyen sin nostalgia pero con una inmensa ternura: «Uno de los inestimables regalos que me ha dado esta profesión, es la ventura de estirar los veranos.

La suerte de que, después de la gira por España, pudieras seguir cantando en sitios tan singulares como, pongo por ejemplo, Guanajuato, Arequipa, Buenos Aires, Ciudad de México, San José de Costa Rica, que da la ensoñación de vivir un verano eterno, es absolutamente impagable. Que esa sucesión de rostros felices, que es lo que se ve desde el escenario, vaya cambiando de rasgos y de colores pero sigan compartiendo la misma sonrisa de felicidad, es de lo mejor que me pasó, tanto ese como otros muchos veranos de mi vida».

Son muchos los estíos que le vienen a la mente a este Hijo predilecto de Andalucía, pues lleva cinco décadas rodando por la carretera, despertando cada día en distinta habitación, ofreciendo un concierto diferente, siempre único, consciente de que son jirones de su vida los que nos ha ido regalando: «El peso del verano -analiza pausadamente- es notable en mi existencia. He tenido la suerte de mestizar en hormigarra, un cruce de hormiga y cigarra, que ha trabajado y farreado al mismo tiempo. Mi vida está llena de veranos importantes, el del 70 con el Himno a la alegría en USA, el del 83 con El rock de una noche de verano, el del 97 con el Big band Ríos o este El gusto… americano que estoy recordando para vosotros».

El hombre que ha recorrido todos los caminos que la vida le ha puesto en medio con el único fin de llegar a la patria común de un escenario, el sitio de su recreo, habla como canta: Todo a pulmón. Y con esa voz melismática y plena de intensidad que muchos llevamos tatuada en el corazón, rememora un último recuerdo de aquel verano antes de guardar la foto en su almario: «Parece que fuera hoy mismo. Siento la brisa del mediodía en el mar Caribe, veo la sonrisa de Ana, la hermandad de sus tres mosqueteros y el gesto inconfundible de Serrat que parece decir: ¿No creéis que habría que pensar en comer, chicos?».