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Muere la «abuelina» de la Reina Letizia

Menchu Álvarez del Valle, la carismática y querida abuela de la familia Ortiz-Álvarez del Valle, falleció este martes en su casa de Ribadesella (Asturias) a los 93 años

A Menchu «la nacieron» en Cantabria, que es una expresión que ella me decía cuando me hablaba de sus orígenes. De esa Cantabria salió con seis años rumbo a León, allí vivió la Guerra y según cumplía 15 años, su familia se instalaba en Asturias donde se convirtió en una celebridad, mucho antes de recibir el título popular de «abuela de la reina», allá por el año 2004 cuando su nieta Doña Letizia, con z, se casaba con el entonces príncipe Felipe. Su programa «Coser y cantar» en la radio asturiana «nos dio la popularidad. Antes había talleres de costura y nos escuchaban mucho. Ahora la gente no cose, a mi casi se me ha olvidado», eso me contaba justificando su popularidad radiofónica. Ahí, ante un plato casero de fabes con almejas, cocinado por su suegro, Jesús Ortiz, (que hoy contesta WhatsApps con un emoticono lloroso) y con un culín de sidra en la mano, el Rey Felipe entendió el «Puxa Asturies» que lleva su familia política grabado a fuego y que ahora él repite cuando le brindan la ocasión. Antes de despedirme en una de las últimas ocasiones que hablé con Menchu, me hizo un ruego: «No escribas un texto cursi». Así que no podré contradecirla, que también era una mujer con mucho carácter.

Pasó muchos cumpleaños sola en su casa en una aldea de la España vaciada, desde que su marido, José Luis, que vendía máquinas de escribir como representante, murió poco después de la boda de su nieta Doña Letizia. Eran días normales con tarta de chocolate para merendar, que ella misma encargaba en la panadería de un pueblo y que le llevaban al día siguiente junto a la barra de pan y últimamente con 12 velas para soplar. Doce porque era la suma de 9 y 3 los años que han sido los últimos que ha cumplido. «Casi me da un infarto, cuando cumplí los 90 años porque mis amigas de la tertulia “Garabatos” me organizaron una celebración sorpresa. Yo creí que era una tertulia más y me habían preparado una fiesta en la que estaba hasta el último jefe que tuve en la radio». No, no era muy de celebrarlo, más bien de pasarlo de puntillas, pero de pasarlo porque eso era señal de estar viva y ella la aprovechó hasta su último suspiro. Seguro. Cuando la llamé para felicitarla en una ocasión fue descolgar el teléfono y saludarme con esa voz fuerte y cantarina que le miente a la edad que cumplía, para ponerse a continuación a toser y no pude evitar reprenderla; ¡Menchu, sigues fumando!, «sí, sigo porque me gusta y a estas alturas pues qué quieres que te diga; me gusta y fumo. Lo he intentado dejar y mi hijo me regaña, pero a mi me gusta. Fíjate dónde llego a veces, que si está mi hijo cerca, fumo a escondidas, que es el colmo». Una vez se puso un tope de ocho cigarrillos diarios, «que unas veces cumplo y otras no, según me encuentre».

Sola pero acompañada

A Menchu la acompañaba la soledad pero era muy feliz en ella porque no se sentía sola, «mi hijo está pendiente de mi», si estaban separados, ella en Asturias y él en Madrid, todos los días la llamaba y le instaló un repetidor de internet para que pudiese usar su iPad con el que estaba enterada de todo, pero Menchu seguía defendiendo su independencia a capa y espada. Vivía sola en una aldea asturiana y su mejor cuadro era el que veía durante horas cuando se sentaba en su galería y miraba a las montañas. Menchu era afortunada y lo sabía: «Es precioso cumplir esa cantidad de años y más en buenas condiciones. Es cierto que he perdido algo de movilidad y a veces, por falta de uso, pierdo agilidad con las palabras y tengo que buscar palabras porque a veces las olvido por falta de uso pero enseguida encuentro una que también sirve. Hay días en los que apenas hablo, tan solo con mi hijo, que me llama todos los días, quizás esa falta de conversación hace que se me pierdan las palabras». Se le perdían las palabras pero no sus deseos, «que toda mi familia sea feliz, que mis hijos, nietos y cuatro bisnietas, sean felices y encuentren el camino que quieran encontrar. Yo soy vieja y ya tengo mi vida hecha, tengo de todo y no necesito nada. Qué puedo pedir para mi, si lo tengo todo. Yo sólo quiero la felicidad de los míos, que la gente sea feliz. Es mejor estar rodeado de felicidad, se contagia. Mi familia está muy pendiente de mí, demasiado diría yo porque soy muy independiente. Siempre lo he sido y aún puedo seguir siéndolo».

Espíritu alegre y positivo

Muestra de ello es que en sus últimos años se subía en su pequeño Renault Clio y ponía rumbo a Ribadesella para hacer sus compras o para participar en la tertulia «El Garabato», formada por un grupo de amigas que se juntan para charlar o escuchar las cuitas de sus invitados. A mi que condujese un viejo Clío me sorprendía y se lo comenté en una ocasión: «Mientras pasemos la ITV el coche y yo, para que quiero cosas nuevas, si soy vieja. Y los coches no me llaman la atención, el que tengo cumple su función y me va bien».

A esas alturas Menchu era más de desprenderse que de acumular y se reconocía más como «abuelina», que es como la llaman sus nietas y bisnietas. «Un beso de cada una de mis cuatro bisnietas, uno en cada mejilla, son mis mejores regalos. Qué más puedo pedir. Soy la abuelina y creo que no hay nada mejor que ello. Ser abuelina es una cosa muy bonita». Además de los besos de las cuatro bisnietas, dos de Doña Letizia, una de Telma y otra de Érika, le encantaban las flores, las peonias que le costaba criar en su jardín, el chocolate negro, los arándanos, conectarse a la tablet, fumarse sus cigarrillos griegos y sentarse en el mirador de su casa, que dista tres kilómetros del mar Cantábrico, a ver su mejor cuadro; el paisaje del valle en el que vivía porque la abuela de la Reina Letizia, era más asturiana que la sidra o las fabes.

Menchu se prejubiló a los 63 años para cuidar a su madre, pero no se apartó de la vida. De hecho era tan vital que le gustaba todo lo nuevo y estaba tan informada de lo que ocurría que podría pasar un test de la actualidad con sobresaliente.

El creador de los premios Princesa de Asturias, Graciano García, amigo de Menchu, me resaltaba «su espíritu alegre y positivo que se mantiene fresco y con vigor. No piensa en la vejez como en una época de decaimiento y de tristeza, sino de libertad. Ve la vida desde la montaña en la que decidió hace ya tiempo vivir, alejada del ruido, pero no aislada». Le preguntó por el noviazgo de su nieta con Don Felipe. La abuelina, fue escueta: «Letizia es inteligencia, fortaleza y bondad».