Muere la Duquesa de Alba

Familiares de la Duquesa echaron a sus íntimos del funeral

Azafatas con listas repasaban a los «vips» en el entierro y unas primas de la finada amenazaron con irse si los amigos se sentaban en su misma bancada

De izda. a dcha., Carmen Tello, Enrique Ponce y Paloma Segrelles
De izda. a dcha., Carmen Tello, Enrique Ponce y Paloma Segrelleslarazon

Azafatas con listas repasaban a los «vips» en el entierro y unas primas de la finada amenazaron con irse si los amigos se sentaban en su misma bancada

Estaba cantado porque conocen el percal familiar. Por eso a nadie le sorprendió el numerazo –en mayúsculas– montado anteayer durante el funeral de Doña Cayetana. Mientras el entusiasta y lloroso pueblo accedía a la Catedral de Sevilla por la puerta de la Avenida de la Constitución, amigos y familiares (algunos desconocidos hasta en el entorno, como algunas primas que no lo son tanto y se hicieron notar) entraban por la puerta del Príncipe. Allí unas azafatas pasaban –más bien repasaban– la lista de «vips», algo casi inaudito para funerales de tronío como los que despedían a la Duquesa liberal. «No figuran aquí», dijeron las azafatas a Carmen Tello y a Marta Talegón, creando una situación incómoda y totalmente innecesaria. La amistad de la mujer de Curro Romero y la fallecida aristócrata era más que conocida, así como la entrega mutua que se profesaban. Duró 25 años y todos evocaban cómo Doña Cayetana apoyó a Tello a renunciar al título de marquesa de Valencina y a su inmensa fortuna separándose del primogénito de los Solís. Además de esta suerte de lista de acceso, dos primas madrileñas de la estirpe Sotomayor comentaron pasmadas la «intromisión» de gente tan cercana a la difunta. Llegaron a la amenaza: «Si os sentáis ahí, nosotras nos vamos. ¡No sois de la familia!», soltaron furiosas ante Enrique Ponce y Paloma Segrelles, y en eso no perdían la razón. Sudores en el jefe de protocolo municipal, un tal Francisco no demasiado eficaz ni contenedor de ira tan inesperada. Sólo fue el principio de lo que se avecinaba. Las futuras relaciones de lo que ya son «bandos» parece que irreconciliables darán material abundante para saciar al más exigente y descarnado «corazón». Los de «¡Sálvame!» tienen una mina. No hará falta ni siquiera rascar para encontrar temas, sobre todo viendo la ausencia del doctor Paco Trujillo: «A mí sólo me interesó la salud de Doña Cayetana», y por eso como si fuese Jesús a Lázaro logró el «¡levántate y anda!» con la aristócrata. Pareció un milagro cuando ella iba abatida en una silla de ruedas. Veintidós años también la atendió Miguel Ángel Manuín, que tampoco compareció en algo que, pese al luto, fue batalla como dinástica. Daría para una gran serie televisiva como «Isabel», les dejo ahí la sugerencia.

El viudo pasó la noche en Dueñas

Sin poder levantar cabeza Alfonso Díez volvió a dormir anoche en el Palacio de Dueñas pensando sólo en retirarse a su casita de Sanlúcar –de la que ya di cuenta y dimensiones, muy de pueblo–. Elogiaron su postura de quienes lo animaban a resolver siguiendo el deseo de Cayetan: «Durante los meses de sucesión, serás el Duque con mando en plaza. La conociste más que nadie», le impulsaban. «Lo de repartir sus cenizas ha salido a última hora, ella nunca quiso ir al panteón familiar de Loeches, aunque sea repartida con Sevilla en la sede de la hermandad de Los Gitanos», me lo comentó en varias ocasiones que tocamos el tema casi valleinclanesco. Un claroscuro que tomaba a risas: «¡Es muy fúnebre ese panteón..!. «¿Y qué querías Cayetana, una rueda de la fortuna?», la inquirí ante su rechazo. «Yo quiero algo con bulla y gente. Que pasen a verme». Ahora lo harán en el columbario que no pudo erigir en el altar mayor, algo prohibido por la Iglesia: de ahí que repose en una capilla inmediata coronada por un cuadro angelical –«que da bastante pánico», me aseguran– que ella regaló como benefactora de la Iglesia del Cristo de los Gitanos.

Sevilla se hace lenguas y tiene motivo de asombro largo y tendido, especialmente sabedora de que Cayetano Martínez de Irujo prohibió a las amigas de su madre «que hablasen con la Prensa». Sonó a amenaza nada velada mientras agonizaba. Esto no ha hecho más que empezar y el desvalido viudo cree que no se atreverán a quitarle los dos mil quinientos euros mensuales de pensión que le dejó asignados Doña Cayetana. Puede ser otro contencioso en puertas. El muerto al hoyo y el vivo al bollo. Lo de siempre ¡ay!