Opinión
El diario de Amilibia: La Yoli: lo que tu digas, pulpo mío
"Ella ablanda los corazones con el cariñoso tacto de sus tentáculos y, en todo caso, sólo golpearía con saña y fuerza al pulpo Feijóo, especie gallega como ella"
Antaño se llamaba pulpo al novio muy tocón y habilidoso en el arte del sobeo. En Roma es fama que un italiano experimentado puede tocar un culo merecedor de ser tocado con tal rapidez que para cuando ella reacciona, él ya ha desaparecido de la escena del crimen. La Yoli se fue a la fiesta del pulpo en O Carballiño y la hemos visto con el pañuelo rojo al cuello y levantando el cefalópodo del puchero con la alegría de una miss recién coronada (sin lágrimas) diciendo que «hay que hacer más para alcanzar pactos progresistas», un equivalente al emotivo discurso de la paz mundial y a la justicia social para todos, más o menos.
Ya dijo Belarra que «el amor es el motor de la política», aunque no aclaró nunca si era diésel o eléctrico o cuándo dejó de ver a Sumar como el templo de Cupido. El pulpo expulsa tinta, se camufla muy bien, es escurridizo, tiene tres corazones, cambia de color fácilmente y se adapta a su entorno mediante un asombroso mecanismo de supervivencia, o sea, que lo que estaba levantando del puchero la Yoli era la exacta metáfora del político. No me la imagino golpeando al pobre octopus contra el casco del barco, como es preceptivo antes de cocinarlo. Ella ablanda los corazones con el cariñoso tacto de sus tentáculos y, en todo caso, sólo golpearía con saña y fuerza al pulpo Feijóo, especie gallega como ella.
Y en cuanto pisa la Moncloa, la Yoli acepta pulpo como animal de compañía, esto es, lo que tú digas, pulpo mío. Con sus tres corazones, oigan.
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