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Luis Escobar: los días en que se bañaba desnudo en su piscina

En el libro «Anécdotas de la nobleza española», el autor se adentra en los vericuetos aristocráticos. He aquí el capítulo del marqués de las Marismas

Marqués de las Marismas del Guadalquivir en vida y de Leguineche en la disparatada ficción cinematográfica de Berlanga, el nombre de Luis Escobar va íntimamente unido a la reciente historia del teatro español.
Marqués de las Marismas del Guadalquivir en vida y de Leguineche en la disparatada ficción cinematográfica de Berlanga, el nombre de Luis Escobar va íntimamente unido a la reciente historia del teatro español.EFE

Muchos de quienes ya pasamos de cierta edad hemos visto, ciertamente con bastante regocijo, alguna de las películas en las que actuaba cierto simpático y prognático actor, autor y director teatral llamado Luis Escobar y Kirkpatrick, VII marqués de las Marismas del Guadalquivir. Por ejemplo, en la conocida trilogía sobre la familia del «marqués de Leguineche», obra del cineasta Luis García Berlanga. Luis Escobar, personaje de perfil habsbúrguico, de gran humor y desparpajo, de innata distinción a la vez que de una sencillez y afabilidad enormes, atraía a cualquiera. Pero fueron quizás sus películas las que me hicieron tirar del hilo y averiguar quiénes eran los Escobar.

Pertenecen a una de esas familias que conjugan el formar parte de una familia fundadora de diarios de prensa con ser miembros de la nobleza titulada, como les sucede a los marqueses de Luca de Tena. En efecto, el diario conservador «La Época» fue fundado por el diputado y consejero de Estado Ignacio José Escobar y López-Hermoso, primer marqués de Valdeiglesias, abuelo del citado actor, casado con Francisca Ramírez Maroto. (…)

El primer marqués de las Marismas del Guadalquivir era banquero, como lo fueron miembros de otras grandes familias de la nobleza europea, como los príncipes Fugger von Babenhausen, los príncipes Torlonia o los barones Rothschild con los que se relacionaba. Pero pasó a la historia no solo por refinanciar las deudas que, durante la bancarrota de la Década Ominosa, España tenía con varios países, como Reino Unido, Francia y los Países Bajos, lo que le valió el título, sino por haber sido un gran coleccionista de arte, haber financiado el Teatro de la Ópera de París o haber sido amigo de Rossini y de Balzac. (…)

Lo más curioso es que Luis Escobar, que era un convencido proustiano –no en vano el primer marqués fue un notable afrancesado– y era marqués de verdad, fue director del Teatro María Guerrero, del Teatro Español, además de dueño del Teatro Eslava, e hizo de marqués en algunas películas. Dirigió obras de Mihura, Calvo Sotelo, Muñoz Seca, Harold Pinter, J. B. Priestley, Fiódor Dostoievski, Thornton Wilder, Noel Coward, Thomas S. Eliot, Gastón Baty, José María Pemán, Jacinto Benavente, Claudio de la Torre, López Rubio, Antonio Buero Vallejo, Agustín de Moreto o Lope de Vega.

En La escopeta nacional, del citado Luis García Berlanga, representó a un excéntrico y a la vez entrañable marqués de Leguineche, que tuvo tanto éxito que dio para rodar luego dos películas más en las que el marqués volvió a hacer de marqués demostrando que ejercía tan bien de tal en la vida real como en la ficción: «Patrimonio nacional» y «Nacional III».

Luis escribió sus memorias, que tituló «En cuerpo y alma» Era llamado Panzas por sus amigos y amaba la vida de club, de esos clubes tan británicos que tenemos en Madrid, como la Gran Peña o el Nuevo Club, y en su casa del Parque del Conde de Orgaz poseía una excelente biblioteca magníficamente encuadernada, además de una piscina rodeada de esculturas donde le gustaba reunir a sus amigos. Vivía con sus cuatro perros y con un loro, primero en la calle Covarrubias. Su citada casa del Parque del Conde de Orgaz fue localizada por Pedro Almodóvar para rodar Laberinto de pasiones. Allí tenía Luis un jardín y una piscina donde se bañaba desnudo. «Al que no le guste, que no mire», decía. Y afirmaba, y decía bien, cuando sentenciaba: «Aristocracia es una palabra que los aristócratas no solemos pronunciar. Eso, ustedes. Nosotros decimos la sociedad, los amigos de toda la vida, las familias conocidas…»

En esa casa, decorada entre otros por el portugués Duarte Pinto Coelho, y con un jardín amplio con una fuente del fundidor francés J. J. Ducel, hubo tertulias con personajes como Salvador Dalí, Edgar Neville, Arthur Miller o Tennessee Williams. Allí se conservan los bocetos que Dalí realizó para el don Juan Tenorio en 1949, así como cartas de ese pintor o de Jean Cocteau, T. S. Eliot o Noel Coward.

Los solterones

Se daban divertidas y eclécticas fiestas en las que uno podía encontrar al maestro Moraleda tocando viejas canciones al piano, a Nati Mistral, a Celia Gámez, sin olvidar al propio hermano de Luis, José Ignacio, marqués de Valdeiglesias. Se cuenta que este, a la sazón un codiciado solterón, se acercó durante una castiza verbena a una guapa joven para sacarla a bailar y le preguntó: «¿Oye, y tú dónde trabajas?», a lo que la chica contestó: «En casa del señor marqués», en cuya cocina efectivamente trabajaba la moza y futura marquesa de Valdeiglesias. (…)

Luis fue un gran solterón, como lo fueron otros miembros de la nobleza titulada española, como Fernando de Aragón y Carrillo de Albornoz, marqués de Casa Torres, y tío y padrino de la reina Fabiola de los Belgas, o como Fernando Barón y Osorio de Moscoso, conde de Cabra y marqués de Ayamonte. Pero ninguno ostentó un título de resonancias tan bellamente evocadoras como el marquesado de esas marismas que están entre Sevilla, Cádiz y Huelva, ni alcanzó la merecida fama que tuvo Luis Escobar. En plena Transición, después de tomar unas copas en Oliver con el figurinista Vitín Cortezo, levantó la mano y el camarero preguntó: «¿Quieren la nota?». Luís Escobar dijo: «Queremos la cuenta. La nota ya la hemos dado nosotros».

María Asquerino relató: «Una vez, salíamos de un cóctel en casa de un amigo y Luis cogió el ascensor para bajar, cuando en la época estaba prohibido coger el ascensor para bajar, porque se utilizaba para subir. Cuando se abrió la puerta del ascensor, el portero le increpó a gritos: «¿Cómo ha bajado usted en ascensor?». «Divinamente», contestó Escobar». En 1985 el marqués de las Marismas del Guadalquivir coincidió durante una recepción con Ronald Reagan, por entonces presidente de EEUU. Después de felicitarle por su discurso añadió: «I am an actor». Un tercero concretó: «He is an actor and a marquis». A lo que el artista replicó: «A marquis you are or you are not, and that’s all. But you are an actor when you want to be». Reagan rio y hasta le abrazó. Genio y figura.

Íñigo le entrevistó en televisión y le preguntó qué consideraba él que era ser elegante. Luis le contestó que más bien podría decir qué es no ser elegante y lo focalizó en dejar traslucir toda forma de afectación. Para él, una persona ordinaria podía ser elegante. Contó que Marie-Laure de Noailles, vizcondesa de Noailles, era nieta de la marquesa de Chevigné, una de las modelos del personaje de la duquesa de Guermantes, de Proust, y fue la que patrocinó y subvencionó películas como «El perro andaluz», y sobre todo «L’age d’or», es decir, «La Edad de Oro», de Dalí y de Buñuel. Parece que la Chevigné le dijo un día a su nieta, al respecto de la elegancia: «Mira, hija mía, no lleves nunca más de dos colores a un tiempo, no hagas nunca pis delante de un hombre que te quiera y no bebas jamás levantando el dedo meñique, y con eso puedes ya ir por el mundo».