Campaña electoral

El aval y la reválida por Alfonso Merlos

La Razón
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Sin sorpresas y sin discusión. La lectura de la gran victoria del Partido Popular debe ser obligatoriamente nacional. Es como mejor se entiende en un tiempo crucial. Y forzosamente en una doble clave por la que han apostado los electores: la de aval y la de reválida.
Es un aval porque los gallegos, delegando su voto en la figura de Alberto Núñez Feijóo, se han mostrado partidarios de responder de lo que haga Mariano Rajoy. No han firmado en el recuadro inferior de ningún documento, ni la contraparte es entidad bancaria alguna; pero los ciudadanos se han presentado, voluntaria y libremente, como garantía del gran proyecto de reformas en el que está embarcado y con el que está comprometido firmemente el gobierno de España.
Es una reválida porque después de una primera fase impopular y dificilísima de ajustes, el vasto impulso de regeneración que apenas ha iniciado su curso ha superado un examen, en condiciones de extrema adversidad. En efecto, ya en la primera ocasión y en una región histórica, el pueblo soberano ha ratificado, confirmado y dado nuevo valor y firmeza al mandato que con carácter global le fue dado al centro-derecha en las generales de hace casi un año. Ésa es la verdad, guste mucho, poco o nada.
Pero la moneda del 21-O tiene una segunda cara. Y la exégesis de lo que en ella está inscrito vuelve a trascender los confines autonómicos. De largo. ¿Dónde queda la fuerza y la razón de los que consideran ineluctable y urgentísimo que se proponga, apruebe y convoque un referéndum sobre los recortes del Partido Popular? ¿Dónde queda la legitimidad de los que proponen asaltos estrafalarios y rodeos atolondrados al Congreso de los Diputados apelando al rechazo masivo y sin excepción a los políticos de este país? ¿Dónde queda el fuelle de una convocatoria de huelga general planteada sobre la base de que casi del primero al último de nuestros compatriotas está convencido de que caminamos en línea recta hacia el suicidio económico y social? ¿Dónde queda, en definitiva, la bravata de la izquierda política y sindical que le niega el pan y la sal por sistema a conservadores o liberales?
Parafraseando al mejor Clinton, cabría decir ahora a quienes se obstinan en deslegitimar el ejercicio del poder por parte de Mariano Rajoy: «¡Es la democracia, estúpidos!». No una democracia asamblearia, en la que las iniciativas populares se transforman en peticiones directas a los poderes del Estado para que produzcan o cambien las leyes; o en la que las consultas se emplean de forma sistemática para aprobar o rechazar determinadas políticas; o en la que el pueblo ejerce el derecho contumaz de destituir de su cargo a los altos funcionarios que se desvían de sus competencias e incumplen sus funciones.
La democracia representativa de la que nos hemos dotado, constitucionalmente reconocida y amparada, implica la delegación del poder y la soberanía en la figura de una minoría de representantes que se enfrentan y procuran resolver de oficio los problemas públicos. Es así. Y aun así, será una quimera pensar que la izquierda va a dejar de utilizar ruidosamente sobre el asfalto el mantra de que el Partido Popular está gobernándonos de forma fraudulenta.
No darán un paso atrás. Porque si acabasen mañana mismo con esa patraña y esos insidiosos argumentos no encontraría el Partido Socialista de Pérez Rubalcaba ni la UGT de Cándido Méndez ni las CC OO de Ignacio Fernández Toxo más manifestantes que los justos y necesarios para agarrar una pancarta. Y para conseguir a duras penas mantenerla en pie de punta a punta de la calle.