Sevilla

El origen del misterio

Ventanas cerradas, movimientos en su interior, gente que entra con sigilo, inquilinos que se van. Ha sido la casa de los abuelos de Ruth y José, donde se les vio antes de que el padre denunciara su desaparación

Las desapariciones de Madeleine McCann y Marta del Castillo siguen siendo un misterio, aunque ya se las da por muertas
Las desapariciones de Madeleine McCann y Marta del Castillo siguen siendo un misterio, aunque ya se las da por muertaslarazon

En la calle Don Carlos Romero de Córdoba hay una casa con un secreto durante esta semana. La vivienda pertenece a Bartolomé y Antonia, abuelos paternos de los niños Ruth y José. Y ha sido la casa que ha centrado la actualidad informativa en España. Los vecinos de Córdoba y más concretamente del barrio de la Viñuela, han vivido una semana pegados a esa casa, a lo que veían con sus ojos o lo que contemplaban después por la televisión: los paseos de la Policía y las carreras de los periodistas en busca de una información que se sustentase en algo más que rumores, a la espera de que alguno tuviera fundamento de verdad.

Un día aparecía un imagen del padre en el parque, otro decían que un prestigioso abogado había puesto en su Facebook que tenía noticias de los niños, pero rápidamente la noticia era desmentida por el despacho de abogados, no daban crédito a los bulos que circulaban sobre eso.

La ciudad, el barrio ha hervido mientras la casa en la calle Don Carlos Romera seguía cerrada y en silencio, con las sombras escondiéndose. De repente aparecía otro testigo que aseguraba que había visto al padre en el parque Cruz Conde, buscando desesperadamente a sus hijos. También mencionó a una prima suya, que sospechaba de un pederasta que a veces pasea por el parque. Aunque el repentino testigo enseguida añadió, como arrepentido de lo que estaba diciendo, «pero eso quizá no tenga relación con este caso».

Donde empezó todo
Ha sido la incertidumbre lo que ha mantenido a un barrio en tensión, todo el día en la calle y lleno de habladurías, mientras una casa permanecía cerrada y en silencio. Todo empezó a las 14.00 del sábado 9 de octubre. Hacía calor. Varias vecinas afirmaron haber visto a los pequeños en el portal. La Policía confirmó que comieron en el interior del domicilio.

Casi cinco horas después, el padre, José Bretón, de 40 años, llamó a la Policía. Los niños se habían perdido, dijo, e indicó un lugar, el parque Cruz Conde, de 14 hectáreas y muy alejado del barrio. La investigación comenzó y las pruebas se dirigieron una y otra vez, como en un bucle sin resultados, hacia la residencia de los abuelos. El punto de partida. La pista se había perdido aquí. La investigación fue rastreando varios senderos pero, de repente, se topaban con un muro. A empezar de nuevo. Y el principio era siempre el portal.

Tras la «pérdida» de Ruth y José, mientras se ataban cabos, se buscaron pistas por los alrededores de la zona y el barrio de la Viñuela, se convertía en un campamento improvisado de prensa, vecinos, policías secretas y curiosos. Las mujeres empujaban carros de la compra y sorteaban micrófonos. Los hombres jugaban al dominó mientras contestaban preguntas. Los agentes se relajaban. Pero la parada fija era el número ocho. Allí mismo jugaba el padre de Ruth y José, con sus tres hermanos, cuando era pequeño. Allí se sentaron sus hijos el mismo día en el que los «perdió».

Desde el sábado 8, los vecinos no han visto a Bartolo y Antoñita, como los llaman sus amigos. Al padre, sí. Acude allí a dormir. El mutismo es la premisa. El hecho de que José atravesara «un momento delicado», como lo definen sus allegados, al encontrarse en proceso de separación de su esposa y madre de los niños, la onubense Ruth Ortiz, de 38 años, disparó las alarmas de un nuevo episodio de violencia de género, que asolan España.

En un bar cercano, El Bolondro, la dueña reconoció haberle servido un refresco unos días antes del siniestro. José acudió con otro amigo, Rafael, también de la calle. «Le vi más tristón, un poco más serio de lo habitual», afirmó un testigo que vio a ambos y sólo intercambió un saludo rápido con José. «Otras veces solíamos hablar. Estaba raro», precisó.

Él se encontraba en paro. Ella es veterinaria. Sus reacciones machistas son conocidas –a pesar de que el entorno de la madre prefiere no hablar de momento–. Los niños no parecían vivir ningún trauma antes del sábado 8 de octubre. Una vida como tantas. «Han sido siempre niños buenos y nobles. No han sido de malas juntas ni malas ideas», explicaba A.R, de 73 años, amiga de la abuela.

Los abuelos
Bartolomé, agricultor jubilado, y Antonia, ama de casa y costurera en sus ratos libres, son los dueños de la finca. Él acudía cada día a la peña a jugar al dominó. Sus compañeros, en el bar, señalan su silla vacía y se encogen de hombros. «No faltaba ni un solo día, de 9.00 a 13.30», asegura Antonio, el dueño. Antonia siempre cosía con la puerta abierta. Desde el día 11, la casa permanece cerrada a cal y canto. Las persianas, echadas. La única parte visible del interior, en la segunda planta, está cubierta por una lona verde. A veces se mueve. Es el padre de los menores, que se asoma desde dentro.

Allí se mueve libremente. Uno de sus dos hermanos varones le acompaña a veces. Pero la familia no está sola en la vivienda. En la parte trasera de la finca, comunicada por un patio interior, que da a la calle Julio Altolaguirre, número cinco, entran y salen más personas. Uno, rapado y corpulento, alquiló una habitación hace meses. Una chica menuda, de pelo corto y negro, se instaló en otra. El pasado jueves, a preguntas de los periodistas, la joven comenzó a correr asustada. Puede que la Policía haya pedido silencio.

 «Buenos, serviciales, educados…». La mayoría de los vecinos alaban las bondades del matrimonio y coinciden en que «este disgusto va a acabar con ellos». En ocasiones, entraban a comprar naranjas ya que la familia posee una finca de frutales a las afueras de la ciudad, en el polígono Las Quemadillas, donde se pensó que había trasladado a los pequeños. Allí, la Policía rastreó cada metro cuadrado en busca de pistas. También se peinó el río, por si los niños hubieran caído (o hubieran sido arrojados) al agua, pero nada.

En un principió hubo sospechas de que los niños no hubieran llegado a Córdoba. Pero las vecinas vieron a Ruth y José, tranquilos, en el portal de la casa. Aurora, dueña de la cuchillería de situada a pocos metros de la vivienda, explicó que Antonia, la abuela, había preparado unas croquetas para sus nietos. «Estaba contenta de verlos, cocinó lo que les gustaba», afirmó la amiga, que conoce a la familia desde hace 30 años.

La puerta cerrada
La búsqueda tiene en vilo a Córdoba y también a Huelva, donde podrían continuar las pesquisas. Carteles con la carita de los niños se encuentran en escaparates y farolas. Se organizaron manifestaciones silenciosas en señal de apoyo. El entorno paterno se observó con microscopio. Todas las llamadas se han investigado. La fachada de la vivienda, de apenas seis metros, concentra la atención de todo el mundo, vecinos cercanos y todo el resto de España.

A ratos, desde la casa, el, padre se asomaba y miraba a la calle. Alrededor todo ha sido movimiento y ruido, testigos, declaraciones, búsqueda. Decenas de cámaras en la calle y tambié al otro lado de la Avenida de Barcelona, cerca de la comisaría.
Pero en la casa cerrada, sólo silencio.

Jeremy, Madeleine, Marta del castillo...
Jeremy Vargas, Marta del Castillo, Madeleine McCann… Los casos de los niños desaparecidos son siempre tremendos y emocionalmente muy complicados para todos. Atraen la atención de la gente y durante un tiempo, toda la información se vuelca con ellos. En España se calcula que hay hasta 14.000 desaparecidos, no todos niños. Son casos terribles para las familias, que no saben cómo aguantar la falta de noticias, algo a lo que agarrarse y consolarse al menos. Algo parecido han vivido los familiares de Ruth y José durante esta semana.
El Cuerpo Nacional de Policía, en colaboración con los responsables de la investigación en Córdoba, Madrid y Sevilla han ido sumando elementos concluyentes. La confianza de los familiares en su eficiencia ha prevalecido ante todo. La Policía se vuelca y parece que el tiempo se para mientras los niños no son encontrados. La incertidumbre se convierte en inaguantable.
Mientras tanto, la angustiosa búsqueda ha levantado el interés de la ciudadanía, que durante esta semana todos han ido recordado los nombres de Jeremy Vargas, en Canarias, Madeleine McCann, en Portugal, o Marta del Castillo, en Sevilla.