Literatura

Estreno

Genealogía del «friki»

El escritor Lluís Fernández analiza el fenómeno de lo grotesco desde una perspectiva histórica que se remonta a principios del XX. Un linaje que abarca la contracultura, «geeks», góticos y «Torrente»

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Un tipo colecciona miles de figuritas de «Star Wars». Otro graba sus propias coreografías en playback y enseña sin vergüenza la grabación de su dormitorio a todo el mundo por internet. Hay quienes viven en cuevas en una costa mediterránea y pasan el día haciendo malabares, y otros que, pegados al asfalto de las grandes ciudades, se pintan los ojos de negro por la noche, llevan lentillas que imitan los ojos de un reptil y se creen el Príncipe de las Tinieblas. ¿Lady Gaga es una «friki»? ¿Y entonces, qué son David Bowie o el mundo «atrezado» de Tim Burton? ¿Es posible encontrar un discurso que le ponga sentido histórico a estas actitudes, o al menos articule una narración de los excéntricos? El escritor y periodista Lluís Fernández lleva tiempo buscando.

El binomio «culpable del estropicio» es la sociedad de masas y la democratización del arte, según el autor. Una especie de batidora con tendencia a mezclarlo todo que ha terminado por «degradar las cosas serias y no elevar las frívolas», asegura Fernández, que adopta un tono crítico pero que, como reza el subtítulo del libro que acaba de publicar, «Elogio de la caspa», no es negativo, sino analítico. Que nadie se confíe, el volumen no es (sólo) un paseo por la galería de los horrores de nuestras vergüenzas ajenas, es un ensayo enjundioso sobre un tema de fondo tan serio (y divertido) como la aculturación de la sociedad. Eso sí, con un diseño y una enorme cantidad de material gráfico desternillante.

Para desentrañar el término, que no está aceptado por el diccionario de la lengua, Fernández se remonta a principios de siglo, a los Wandervögel, que recogieron la sabiduría oriental transmitida por Herman Hesse para llevar una vida ajena a la modernidad. Algunos terminaron convirtiéndose en nazis. Unos «frikis». El rastro sigue en California en los 60, cuando, desde Frank Zappa a los Ángeles del Infierno retoman la lectura del bueno de Hesse, movimientos sin los que no puede escribirse la genealogía que nos ocupa. La provocación, la vestimenta estrafalaria, el consumo de drogas, señas de comportamiento de una generación que se identifica de soslayo con la mítica película de Tod Browning «Freaks!» («La parada de los monstruos») y conectaba con sus deformes protagonistas.

La línea sucesoria de lo grotesco puede seguirse por otros linajes como el dadaísmo o la estética del objeto encontrado de Duchamp, que, según Fernández, colaborador de LA RAZÓN, dan por muertas las nociones de «lo bello y lo bueno». Después, en el arte pop, que puso la última palada de tierra en la tumba de la alta cultura. Si un bote de detergente o un urinario boca abajo son piezas de museo, algunas décadas después, dice el autor, la barrera entre la vida y el arte ha desaparecido, y se confunde lo público y lo privado. Y entonces una lata con «mierda de artista» entra en la Tate Gallery y «todo es simulacro». Pero el trampolín definitivo es la televisión. La fábrica de caspa que mejor ha aniquilado la frontera entre las miserias privadas y el ridículo público. Que se lo digan a «Crónicas marcianas», «Gran hermano» o Belén Esteban. En ese momento, el círculo vicioso de la estupidez se cierra: el friqui es, al mismo tiempo, objeto de consumo (o burla) y consumidor.


Por todas partes
La amplitud de miras del recopilador por encontrar «frikis» permite hacernos dudar. Si lo pensamos bien, ¿no es Ferràn Adrià, un tipo que deconstruye la tortilla de patatas, un «friki»? ¿y Chuck Norris? Aunque no sean necesariamente equiparables, Hunter S. Thompson y Albert Hoffman representan una categoría del libro unas páginas antes de Chiquito de la Calzada o Marilyn Manson. Estamos ante una obra taxonómica, categorizadora. Hay más autopsias a excéntricos: los seguidores de películas de «fumetas, salidos y colgados» (hay tres o cuatro cintas por década) «geeks» y «nerds» (una forma de inadaptado típicamente estadounidense que ama las tecnologías), locos de los cómics, de sagas como «Star Trek» o «El señor de los anillos» y una categoría más interesante que dura varios capítulos: «El kitsch totalitario» que toma como símbolos a Mao, Kim Jong Il, Castro convertido en zombi, y otras fantasías bizarras del nazismo. Y España. Un país tan dado al esperpento ha producido buenos ejemplos. Javier Gurruchaga, Almodóvar y McNamara o, el último de todos, el «Torrente» de Santiago Segura serían los más ilustres, aunque hay sitio de sobra para personajillos de pelaje más zafio. En el «frikismo» nacional hay otro círulo que se cierra. Es el de «Muchachada Nui», creado por el humorista Joaquín Reyes, en el que Tim Burton y otros de los citados hablan con acento de albacete. «Frikis» objeto de parodia por otros «frikis» y cuyas frases repiten sus seguidores hasta la saciedad. Moraleja: ¿de quién es la culpa? Mía y de ustedes.


El detalle
LAS MEJORES FAMILIAS DEL GÉNERO
Marcel Duchamp

tiene la culpa de casi todo. «Con él comenzó la tendencia a mezclarlo todo», dice Lluís Fernández.
Tim Burton
y sus pensamientos bizarros son inspiración para góticos y marca reiterativa de cine.
Kiss
no son los únicos con máscara y plataforma. Marc Bolan, Alice Cooper o Lady Gaga son como de la familia.


«Los friquis»
Lluís Fernández
EOC editorial
367 páginas. 22,95 euros.