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Londres

Unas lágrimas de Fraga por Carlos Abella

La Razón
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Como es casi natural, como gallego y como diplomático he tratado de estar siempre muy cercano a mi famoso y admirado paisano. Recuerdo que tras ingresar en la Carrera fui a verle a su despacho de ministro de Información y Turismo. Como era su educación y costumbre me recibió con afectuosa amabilidad y me felicitó por entrar en una Carrera sobre la que dijo que los gallegos estaban especialmente capacitados. A continuación me llenó de libros y, me acompañó hasta la puerta y así, curvado por su ciencia, salí del Ministerio.
 
Años más tarde siendo él I embajador en Londres y yo Secretario General del Instituto de Cultura Hispánica, cargo que Fraga había desempeñado mucho tiempo antes, solicitó un buen despliegue diplomático para estar presentes en Venecia en la elección del nuevo Secretario General de la Unión Latina, entonces poderoso instrumento competidor de nuestro Instituto y que había sido fundada por Francia e Italia para tratar de diluir el papel histórico cultural de España en America, y que ambos países usaban para captar votos de los países iberoamericanos en organismos internacionales, comenzando por las Naciones Unidas.

Aunque Fraga estaba como embajador en Londres y ocupándose intensamente de aquella neófita primera transición dentro del régimen de Franco, no dejaba don Manuel de acudir allí donde hubiera algo que ganar para España. A Alberto Aza y a mí nos encargó no perder de vista a los delegados iberoamericanos y conseguir sus votos. «Si es preciso, acompañarlos hasta el baño», dijo perentoriamente.
 
Cuando mucho tiempo después me encontraba yo desempeñando nuestra Embajada cerca de la Santa Sede, tuve la dicha de que una de las primeras beatificaciones de las muchas que apoyé y asistí fuera la del maestro gallego y farmacéutico Padre Faustino Miguez, fundador de diversas escuelas y hospitales. Solicité la ayuda de Fraga quien me envío sesenta gaiteros de Orense –quizás los mismos que honraron sus funerales en Perbes– y que atronaron alegremente con sus gaitas la plaza de San Pedro.
 
Al acercarse el Año Compostelano de 1999, Fraga como Presidente de la Xunta de Galicia tenía gran interés en que Juan Pablo II viajase a Santiago, ya que además allí se celebraría la famosa Jornada de Jóvenes Europeos. Se hicieron todos los esfuerzos y a petición de Don Manuel, el Presidente Aznar y hasta el propio Rey escribieron al Papa.

Conseguir que el Papa fuera a Santiago era difícil. Su salud ya era precaria y los pocos viajes que aún podía hacer eran escasos y en Santiago ya había estado. Yo se lo expliqué a don Manuel, pero él nunca se daba por vencido. Me contestó que vendría a Roma, y a los dos días estaba yo acompañándole a unas urgentes entrevistas con el Cardenal Re y con el Secretario de Estado Cardenal Sodano.

El presidente Fraga multiplicó los argumentos, expuso mil razones, invocó al Apóstol, y viendo que el Secretario de Estado seguía en sus trece, comenzó a derramar unas sentidas lágrimas. Aquello nos afectó a todos. Los Cardenales dijeron que verían una vez más lo que se podía hacer. A la salida no le dije nada, pero Don Manuel mencionó el tema y me dijo: «Como verás, como vi que estaban muy dudosos he utilizado hasta el recurso a las lágrimas». «Desde luego, Presidente, nos has conmovido a todos», le contesté.

 El viaje del Papa no fue posible, pero el propio Secretario de Estado se convirtió en extraordinario Legado Pontificio para el Año Santo Compostelano de 1999.

Estoy seguro de que allá arriba el Patrono de España le habrá recibido y dicho: «Gracias Don Manuel por lo mucho que has hecho por España, por Galicia y por mi Santiago de Compostela. Reposa tranquilo».

Carlos Abella
Embajador de España