Historia

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OPINIÓN: Salvaje frustración

OPINIÓN: Salvaje frustración
OPINIÓN: Salvaje frustraciónlarazon

¿Por qué luchan los hombres con tanto ahínco por su humillación e incluso voluntariamente por su servidumbre como si fuera su propia salvación? Esta pregunta clásica formulada por Baruch de Spinoza puede servir para condensar de forma sintética el recorrido del libro de Antoine Vitkine: «Mein Kampf. Historia de un libro». Aducir la simple fascinación por el mal es insuficiente.

Como muestra este magnífico ensayo, lo que resulta difícil de digerir para cualquier estómago sensible es que el nacionalsocialismo fue querido. Los nazis siempre fueron extremadamente claros en relación con sus motivaciones políticas y eugenésicas. En el ambiente de cinismo generalizado de la República de Weimar esta «insobornable» franqueza fue advertida por muchos como una gran virtud. Sobre todo, esa población engañada que había sufrido en sus propias carnes la hipocresía de una clase dirigente que había entrado en guerra bajo la coartada de los ideales más nobles. Al menos, Hitler hablaba claro: esto es lo que debieron pensar los lectores de «Mein Kampf». No deberíamos olvidar esta amarga lección en un momento histórico como el nuestro, tan repleto de políticos incompetentes cuando no aferrados al miserable oportunismo de la «Realpolitik». Las masas no fueron, por tanto, engañadas; desearon con todas sus fuerzas ser sometidas al fascismo. Como siguieron deseándolo en otros países.

Basta recordar el polémico libro de D. J. Goldhagen. «Los verdugos voluntarios de Hitler», aparecido ya hace casi una década en Alemania, para reparar en este hecho: aún no somos capaces de reconocer que el «Führer» sedujo a una inmensa masa de población deseosa de reforzar su autoestima narcisista con megalómanos sentimientos de poder antes que practicar cualquier ejercicio racional de autocrítica. El nacionalsocialismo tuvo un inmenso éxito porque ocupó el espacio salvaje de la frustración que en su día ni la izquierda ni el liberalismo supieron urbanizar política y democráticamente. Sólo desde este trasfondo psicológico-social puede explicarse el éxito de un libro tan mediocre como el «Mein Kampf». Si se convirtió en la genuina biblia del resentimiento para miles de perdedores del campo de juego social no fue tanto por su fascinante irracionalidad como porque tocaba la fibra sensible de un mundo que deseaba compensar sus humillaciones y canalizaba el oscuro rencor de una impotencia que tras la Primera Guerra Mundial se había desbordado hasta límites insospechados.