Castilla y León

Eva Celada: «En Castilla y León parece necesaria una Academia de Gastronomía»

La escritora Eva Celada recibe en su cuarto de trabajo, repleto de papeles y libros, de horas de trabajo robadas al sueño. Sólo falta, al fondo de la habitación, junto a la ventana por la que entra con descaro la luz de la mañana, el león que acompaña siempre a Jerónimo de Estridón en la iconografía cristiana.

Eva Celada: «En Castilla y León parece necesaria una Academia de Gastronomía»
Eva Celada: «En Castilla y León parece necesaria una Academia de Gastronomía»larazon

Esta palentina lleva metida en el oficio de contar desde que era una niña. Sus palabras y sus gestos nos permiten vislumbrar que es tan exigente consigo misma como dibujar un alzado de la catedral de Palencia con tiralíneas y bigotera loca. Durante nuestra conversación, demuestra una sinceridad contundente y risueña, propia de su tierra. Se agradece. Dueña de una mirada cálida y curiosa, quizá también tenga algo del carácter del león:
«Lo que más me gusta de nuestra tierra es cómo somos: honestos, sinceros, puede que algo desconfiados. Nuestra austeridad es la causa de que nos bastemos con poco para hacer bien las cosas».

Esa austeridad puede ser contraproducente.
Por ejemplo, no nos sabemos vender, pues tenemos poco espíritu comercial. Y rara vez valoramos lo que tenemos.

Y podríamos hablar de cierta ingratitud.
Recuerdo que, cuando hice el libro sobre la cocina de Palencia, algunos restauradores me miraban con desconfianza, cuando se trataba de promocionar nuestra cocina. No lo comprendía.

Parece que faltara cierta identidad, en el buen sentido de la palabra.
Eso ocurre también con la gastronomía. España es un país de nacionalismos absurdos, a veces locales. En cuanto a la promoción y la divulgación, lo que debemos hacer es potenciar la gastronomía de Castilla y León. Parece que ahora al menos se está haciendo bien.

Fundaste la Academia Gastronómica de Palencia.
De hecho, sigo siendo su presidenta fundadora de honor. Estuve en ella a iniciativa de Rafael Ansón, pero me desvinculé por completo. Me di cuenta de que quien preside debe estar en todos los actos, tirando del carro, desde una feria hasta una cata.

¿Es necesaria una academia por provincia?
En absoluto. Soy sincera: lo importante sería hacer una de Castilla y León, pues la gastronomía entre provincias no es tan distinta. Lo es más entre las Rías Altas y Bajas gallegas y allí se habla sólo de cocina gallega. Cuanto más pequeño es el empuje, menos importancia tiene: divide y vencerás, que dicen.

La escritora Eva Celada recibe en su cuarto de trabajo, repleto de papeles y libros, de horas de trabajo robadas al sueño. Sólo falta, al fondo de la habitación, junto a la ventana por la que entra con descaro la luz de la mañana, el león que acompaña siempre a Jerónimo de Estridón en la iconografía cristiana.
Es un mundo muy apasionante. Me encantan los cocineros, pues acabé harta de actores o catantes, con sus particulares divismos. En cambio, los cocineros son gentes sencillas, que siguen trabajando duramente. Ferrá Adriá puede trabajar doce horas al día, pero, además, es un artista.

¿Son más agradecidos?
Valoran tu esfuerzo y que hables de ello. Son puntuales, abiertos a todo. Eso reconforta. Entienden el juego a la perfección. Hace poco, la duquesa de Alba decía que «si no hablan de ti, no eres nadie». Y eso es lo que han olvidado algunos famosos de medio pelo.

¿La gastronomía te da más libertad para escribir?
Dirijo una revista digital que se llama «Con mucha gula». Escribo en ella lo que considero oportuno. Eso sí, jamás llevaré la comunicación a un cocinero. Si te paga, ya no eres libre. Incluso no quiero que me inviten en los restaurantes, pues parece que ya debiera algo. Y por supuesto no es así.

De discurso a veces solemne y a veces ligero, pero casi siempre preciso y acertado, es colaboradora en diferentes medios, desde radio hasta prensa, además de tener su propia agencia de noticias. Ha entrevistado a personajes como Teresa de Calcuta, el Dalai Lama o Vicente Ferrer. Entre los libros que ha escrito, destacan los dedicados a nuestra campechana realeza, como Irene de Grecia, la princesa rebelde. Su erudición gastronómica se halla reflejada en libros como La cocina en Palencia o La cocina de la Casa Real Española. Aunque lo más importante es que todavía tiene ganas de contar:
«Mis primeros recuerdos de Palencia son ir con mi abuela Gaudiosa a las pastelerías de la ciudad o a otras casas de visita. Recuerdo también acompañarla a la iglesia de San José. Todo era muy entrañable y muy familiar…»

¿Cómo era tu familia?
Mi padre tenía una empresa de electricidad y mi madre se dedicaba a la casa. Ten en cuenta que me fui de Palencia muy pequeña, pues tuve polio al cumplir un año. En seguida mis padres me llevaron a diferentes hospitales del país. Vivimos en Oviedo, en Madrid, en Palma de Mallorca…

Tu madre ha sido una gran influencia.
Es una mujer con una mente muy preclara. Si en vez de nacer en los años treinta, lo hubiera en nuestros días, sería una eminencia. Tiene una inteligencia extraordinaria. Y otra cosa importante: en casa no teníamos condicionantes.

Entonces no solía ser lo más habitual.
No había libros prohibidos, entre otras cosas. Y se escuchaba a todos. Si teníamos una vecina prostituta, éramos los únicos del bloque que hablábamos con ella. El nuestro era un hogar abierto a todos.

¿Eso ayuda a pensar por uno mismo?
Sin duda. Las cosas que suceden de forma natural no me parecen extraordinarias. No tengo prejuicios. Siempre hay que tener el mayor conocimiento posible del mundo.

Sobre todo para no dejarse ganar por el cliché.
Es que no hay que ser tan estrechos y tan cortos. No todo está en Palencia o en Madrid. Tampoco España es el país en el que mejor se come del mundo, aun siendo una potencia gastronómica…

¿Regresas habitualmente a Palencia?
De niña lo hacía durante las vacaciones. Aunque no haya hecho mi vida en Palencia, me siento muy vinculada a ella, fundamentalmente a través de mi madre. Ahora vuelvo con frecuencia, pero me da un poco de rubor, porque la tierra es de quien la vive, de quien habita en ella.

Es bueno regresar. Y tampoco es lo más frecuente.
Quizá porque nuestra tierra no trate bien a su gente. Siempre hablo o escribo sobre ella, pero no percibo esa reciprocidad en la gente que está allí, sobre todo en los estamentos oficiales. Cuando me llaman, voy. Sin dudarlo.

¿Cuándo te da por contar cosas?
De pequeña, hacía obras de teatro en casa e inventaba historias. Posiblemente ese afán naciera de las operaciones por la polio, pues pasaba bastante tiempo sola, ya que los padres no podían estar tanto en los hospitales. Me inventaba historias para vivirlas.

Al final, contar, de algún modo, nos salva.
De hecho, esa capacidad imaginativa la he llevado para todo, desde los libros a la vida. Después me puse a estudiar Derecho, porque, como me decían mis padres, también era abogada de pleitos pobres. Dejé. Como no me gustaba, dejé la carrera y me puse a contar de nuevo...

¿Cómo fueron esos inicios?
Empecé a colaborar con una agencia de prensa, donde hacía de todo. Al final fui la redactora jefe de la agencia, Más tarde llegué a ser la directora jefe de varias revistas y fundé mi propia agencia. Era una agencia para temas de sociedad.

¿Recuerdas tu primer reportaje?
Es algo que no se olvida, como el primer beso. Fue una encuesta para el día de San Valentín. A partir de ahí empecé a proponer mis propios reportajes, a hacer cosas muy originales. Por ejemplo, a comienzos de los noventa, revolucioné el mundo de la prensa de sociedad.

¿Qué hiciste?
Decidí que sería interesante que esos personajes de sociedad contasen cosas en otros sitios, no lo de siempre. Creé un proyecto al que llamé «Las buenas gentes del mundo». Por ejemplo, a Antonio Banderas lo llevé a Somalia, a Plácido Domingo a Perú… Se trataba de que contasen al lector esas realidades. Funcionó muy bien.

¿El periodista puede elegir?
Hace el papel que le toca. Los que trabajamos por nuestra cuenta tenemos que vivir de lo que nos encargan. Ahora mismo, dado que tengo muchísimo trabajo, puedo permitirme elegir. Si me piden que prepare un libro sobre Belén Esteban, aunque vaya a ser un best seller, voy a decir que no.

A veces es necesario negarse. Casi una obligación.
Decir que no cuando tienes que pagar las facturas con tu trabajo no es fácil. Por ejemplo, dije que no al programa Tómbola. Iba a suponer un conflicto entre mi forma de entender el periodismo y lo que ellos hacían. A lo mejor ahora estaría forrada…

¿Este oficio sólo se aprende trabajando?
Desde luego. Un día me dije que quería hacer radio y comencé a hacer programas por mi cuenta, en una radio en la que no cobraba. Cuando consideré que ya sabía hacerlo, empecé a colaborar en distintas cadenas. Ahora estoy en Radio Nacional de España. Soy una autodidacta, pues es así como se aprende.

Lo que no es fácil.
Este oficio es muy puñetero. No todo el mundo vale para él. Hay que tener cierta raza. El periodismo es una forma de vida, como ser cura o médico. No eres cura de ocho a tres ni periodista de ocho a tres.

Quizá porque responda a una vocación. Y todas tienen algo de irracional…
Además, te lleva a tener una visión del mundo. Te tiene en tensión. Vivo el periodismo de una manera en la que todo puede ser noticia. Hay profesiones en que tienes que tener un instinto, algo especial. Eso nunca se define por una nota de corte.

También es importante la curiosidad.
Lo importante no es hallar respuestas adecuadas sino preguntas correctas. Detecto que las nuevas generaciones no tienen interés, pues no se cuestionan nada. En el colegio, era superpreguntona, hasta el punto de incomodar a los profesores. Cuando quería saber algo, me corría calor por el pecho. No he cambiado.

Hoy se confunde la opinión con la información.
Lo que me preocupa básicamente es la gente. Pensemos que los chefs que tienen agencia de comunicación son los que están en los medios. Así que estamos en un mundo en el que la verdad apenas existe.

Cuesta más que nunca encontrarla.
No sabes cuál es la verdad, no la tienes. La razón es que todo está condicionado por lo económico. En este sentido, hay personajes de los que se puede hablar y otros de los que no.

¿Sigues creyendo en la utilidad del oficio?
Cuando escribo sobre gastronomía, necesito que ayude a alguien, que, entre otras cosas, tenga un componente nutricional o un consejo práctico. Rellenar por rellenar no va conmigo. Necesito creer que lo que escribo le va a servir al lector.

Has escrito cuatro libros sobre la Familia Real.
No soy monárquica, pero la he comprendido mejor. Tenía curiosidad por saber cómo eran. Y la monarquía tiene un valor unificador para nuestro país, siempre tan convulso y extravagante.

Quizá resulten algo lejanos.
El hermetismo que aún mantienen, y que yo he sufrido, no tiene sentido. Es una familia muy ejemplar, con sus defectos y con sus virtudes. Pero no saber apenas de ella agita las imaginaciones más perversas…

No sé si también les falta modernizarse.
Normalmente, las cosas que cuentan los miembros de la Familia Real -y cómo las cuentan- son de otro siglo. El príncipe Felipe está queriendo salir un poco de ello…

Parece que le está costando.
Porque hay una autocensura que les tiene atrapados a ellos mismos. Es una pena que no se muestren tal y como son. Además, ahora vamos hacia un cambio. El Rey, el que más ha reinado en nuestra historia, se merece un descanso. En la próxima legislatura habrá sorpresas…

¿Tus hijos están vinculados a Palencia?
El otro día hablaba con el presidente de la Casa de Palencia en Madrid y concluíamos que nuestros hijos se han desarraigado. Al no haber nacido y vivido su infancia y juventud en Palencia, la ven como algo muy ajeno.

Ah, eso es también la globalización.
En concreto, mis tres hijos están dentro el espíritu de las cosas de una gran ciudad. El mayor es actor, la mediana se encuentra en el Congo con una ONG y la pequeña es relaciones públicas de una multinacional. Todo eso es complicado hacerlo en Palencia.

Pero tú no te olvidas, como contabas.
Al contrario. Cuando iba en verano a casa de mi tía y de mi abuela, en Villalar de los Comuneros, paseaba entre esas espigas amarillas, agitadas suavemente por el viento, bajo un cielo azul… Esa imagen del mar de trigo va siempre conmigo…

Eva Celada ha logrado hacer lo que más le gusta. Todo un privilegio. Es probable que nuestro oficio en ocasiones sea más una degradación que un deber, como avisaba el gran Paul Johnson, pero algunos no lo cambiaríamos ni por una concejalía de urbanismo. Entre otras cosas, nos sirve para contar, en mitad de este acelerado mediodía de otoño en la capital de España, «la incomprensible abundancia de las cosas visibles». Y algo así resulta impagable, casi tanto como charlar con un león.


DECERCA
Un libro: La insoportable levedad del ser.
Una película: Último testigo.
Un periodista: Francisco Umbral.
Un lugar: Dalansala, en el norte de la India
Un cocinero: Ferrán Adriá.
Una virtud y un defecto: Honestidad e impaciencia.