Málaga

El optimista

La Razón
La RazónLa Razón

Zapatero llama a la movilización contra el pesimismo. O lo que es igual, a movilizarse contra la inteligencia. Zapatero nos quiere ver a todos tontos y sonrientes, esperanzados sin motivos, con la risa floja del imbécil de barra, de ese cuentachistes que tan bien conoce. La Cultura, el Humor y la Inteligencia, con mayúscula, siempre han sido pesimistas. Aquel gran estadista odiado por la Izquierda y los nacionalismos, Cánovas del Castillo, recelaba de los optimistas. «Son los más peligrosos de los hombres. Llenos de alegres, cuanto fútiles pensamientos, y poseídos de esperanzas insustanciales, son ellos los que siembran de ordinario la inútil semilla que produce la mala hierba». Y Cánovas, no se confundan, era además de un gran político, un cachondo mental de Málaga, entregado a la ironía y el humor. Y Federico García Lorca, el altísimo poeta cuya obra recomiendo su lectura a Zapatero, dijo que «el optimismo es propio de las almas simples. De las que no ven el torrente de lágrimas que nos rodea, producido por cosas que tienen remedio». Al fin y al cabo, como experimentó Jean Cocteau, el pesimismo no es otra cosa que una variedad inteligente del optimismo.

La sonrisa no es optimista. Es, simplemente, la sonrisa. Zapatero nos quiere a carcajada limpia, y esa pretensión se convierte en insulto cuando la situación de España más nos acerca al llanto que a otra reacción. Es lógico que exista un nutrido grupo de optimistas entre los suyos. Los que se están forrando a costa del resto de los españoles, que pagan con sus impuestos el lujo hortera y millonario de los golfos. Me parece correcto que Zapatero exija ser optimistas a quienes del dinero público se enriquecen, pero no a los pobres memos que alelados por su sonrisa, aceptan con alegría su obligación de apretarse el cinturón en beneficio de otros. Hace días, un presumible creador llamado Cuerda dijo que los del Partido Popular eran una turba de imbéciles. Me figuro que se referiría también a los diez millones de ciudadanos que votan al Partido Popular. Al menos, el tal Cuerda mostró más educación que la publicista Maruja Torres, que llamó a eso diez millones de votantes «hijos de puta». Cuerda es optimista, y con razón, porque pertenece al grupo de los favorecidos, agradecidos y beneficiados por las subvenciones y el canon. Pero confundir el pesimismo y el recelo anímico con la imbecilidad es consecuencia directa del agradecimiento personal. Las grandes obras literarias, poéticas y musicales, son benéficas por su belleza que no por su optimismo. La alegría contagiosa y falsa sí es una prueba rotunda de imbecilidad. Que Cuerda sea optimista con Zapatero es inteligente. Que lo sea un ciudadano que vota a Zapatero y que paga para que vivan mejor los millonarios de «Visa Oro», es de idiotas. Ahí están las hipotecas, la cesta de la compra, los gastos añadidos, la mala administración del dinero de todos, las canonjías, los masajes económicos y las dificultades de un 75% de las familias españolas de llegar a fin de mes. Si quieren votar a los socialistas, todo su derecho tienen. Pero que no les obliguen a hacerlo con alegría. El «buenismo» y el optimismo de Zapatero terminará por hacerlos llorar. No a Cuerda, a ellos, los optimistas sin motivo de serlo.