Coronavirus

Donald Trump

Trump propone tres fases para la reactivación económica: “América quiere abrir”

El presidente estadounidense recula y deja en manos de los gobernadores la decisión de cuándo adherirse al plan de reapertura económica

El Gobierno de Donald Trump ha presentado su plan de “reapertura” económica y social poscoronavirus para Estados Unidos por fases, zonas y sin un calendario establecido. El líder estadounidense puso en manos de los gobernadores de los estados la decisión de cuándo adherirse al plan de reapertura, aunque dejó claro que los que cumplan con los requisitos y así lo deseen podrán hacerlo a partir de mañana mismo. Trump, de hecho, aseguró que 29 de los 50 estados del país están en condiciones de iniciar la reapertura mañana en la fase uno de tres.

A esa fase “uno” se podrá acceder si los casos de coronavirus han decrecido en un periodo de 14 días y los hospitales operan en situación de normalidad. Las escuelas seguirán cerradas, las visitas a las residencias de ancianos prohibidas, se pedirá a los ciudadanos que eviten concentraciones de más de 10 personas, se seguirá incentivando el teletrabajo y negocios como restaurantes, gimnasios o cines podrán abrir cumpliendo con normas de distanciamiento social.

En una segunda fase las escuelas podrán volver a abrir, también los bares, deberán evitarse concentraciones de más de 50 personas, se seguirá incentivando el teletrabajo pero se podrán reemprender los viajes considerados no esenciales.

Finalmente, en una fase tres se abrirán las visitas a residencias y hospitales, los centros de trabajo operarán sin restricciones, pero negocios como bares, restaurantes y cines deberán seguir cumpliendo con normas de distanciamiento social.

22 millones de personas en el paro

Fuera del Despacho Oval aumenta la presión para recuperar el pulso económico de EE.UU. Consciente de unas cifras cada día más parecidas a las de la Gran Depresión el presidente, Donald Trump, aspira a iniciar el camino hacia la normalidad y mientras sus asesores recuerdan que el país suma 22 millones de personas apuntadas al paro, 5,2 durante la última semana.

Al mismo tiempo que su entorno explicaba que el presidente lleva toda la semana entrevistandose con numerosos líderes empresariales las autoridades locales, como el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, explican que prorrogarán las medidas de confinamiento. En Nueva York, que el martes añadió otros 3.700 muertos después de que las autoridades dijeron hayan decidido incluir a todos los que no dieron positivo presentaban síntomas, las medidas más estrictas se extenderán, como mínimo, hasta el 15 de mayo.

El problema fundamental para reabrir la economía es que, de momento, todo son puras especulaciones. Nadie sabe cuántas personas han padecido la enfermedad. Sí están confirmados los 629.264 casos a nivel nacional. Pero se trata de positivos confirmados. El porcentaje real de personas infectadas resulta un misterio.

El caos con los tests, insuficientes, se suma al hecho de que durante semanas han circulado análisis poco fiables, que no pueden distinguir un coronavirus de otro y, en consecuencia, pueden confundir los anticuerpos. Toca añadir la saturación de los laboratorios, con retrasos de varias semanas para dar resultados. Más el hecho de que pueden ser cientos de miles o, incluso, los infectados asintomáticos.

Por supuesto, cuantas más personas hayan pasado la enfermedad mejor, por cuanto significaría que el país se aproxima a la anhelada “inmunización de rebaño” al tiempo que la tasa de letalidad caería en picado. Pero no es seguro que esto sea así. De hecho muchos epidemiólogos sospechan que el porcentaje de enfermos es mucho más bajo, no más del 5%.

Sea como sea resulta perentorio generalizar las pruebas para buscar anticuerpos, cosa que está muy lejos de ocurrir. Por no hablar de que ni siquiera sabemos si el hecho de haber padecido la enfermedad inmuniza a las personas,ni en qué medida, ni durante cuánto tiempo.

Tampoco está en marcha la imprescindible operación tecnológica para rastrear a todos los posibles infectados, controlar a sus contactos, alertar a la población y, en caso necesario, aislar no sólo a los enfermos sino a todo la población circundante.

Se trataría de seguir las recomendaciones anunciadas en su momento por el Imperial College y otros organismos científicos, que hablaron de unos confinamientos parciales, casi a la carta. Por más que el ejemplo británico, que lo fió todo a la inmunización de rebaño y a las certezas de los modelos matemáticos, haya resultado obviamente catastrófico.

Y tampoco está claro qué sucederá con los negocios que requieren de grandes concentraciones de personas, como la restauración, los eventos deportivos, los conciertos y festivales de música, etc. Ni con la educación, que se desarrolla en espacios cerrados.

Ni con ciudades como Nueva York o San Francisco, donde el factor crucial es la altísima densidad de población, y donde la economía vive de sectores, como el de los servicios, necesitados de industrias tan amenazadas como la del turismo. De hecho los investigadores consideran que lo más probable es que la vida no pueda recuperar una cierta normalidad hasta la llegada de una vacuna efectiva. Algo que posiblemente no sucederá antes de la segunda mitad de 2021. Si es que alguna vez llega la vacuna.

Ante la postura de varios gobernadores del país, que amenazan con ignorar sus órdenes, el presidente Trump invoca oscuros resortes constitucionales y habla, abiertamente, de unos políticos amotinados.

Hasta el punto de que dejó en Twitter un recado para quienes, como Cuomo, anuncia que trabajarán con sus colegas de Nueva Jersey, Connecticut, Pensilvania, Delaware y Rhode Island para «planificar una reapertura segura y coordinada».

Un acuerdo similar habría sido anunciado en la Costa Oeste, liderado por los gobernadores de California, Washington y Oregón.

Trump insistió en que la facultad o no re reabrir los estados le corresponde a la Casa Blanca. Un mensaje completamente contradictorio con todo lo que ha venido diciendo desde que arrancó la crisis, especialmente cuando desde la prensa y la comunidad científica alguien pedía que ordenara el cierre de los Estados que no han adoptado medidas de confinamiento.

«Dígales a los gobernadores demócratas», añadió Trump, «que “Mutiny on the Bounty” es una de mis películas favoritas de todos los tiempos. Un buen motín a la antigua de vez en cuando es algo emocionante y estimulante de ver, especialmente cuando los amotinados necesitan tanto del Capitán. ¡Demasiado fácil!».

Lo que nadie pareció explicarle es que en las películas, y en la historia real, el capitán William Blight, fue un sádico, contra el que peleará una tripulación cansada de tiránicos atropellos.