"America is back"
El sueño multilateral de Biden se encalla en Irán y China
El equipo del presidente electo trabaja en una estrategia negociadora con Teherán y Pekín, pero el asesinato del científico nuclear enfría el diálogo con el régimen iraní
El sueño multilateral está plagado de demonios. Descontada el exotismo que representa Corea del Norte, los dos principales escollos son Irán e China. En el primer caso, la nueva Administración Biden aspira a regresar al viejo acuerdo nuclear. Aunque el asesinato del científico Mohsen Fakhrizadeh, la primera autoridad nuclear del país, complica las futuras negociaciones. Por ahora, el presidente Hasan Roahani y el ayatolá Ali Jamenei hablan de venganza y represalias.
Respecto a China, nadie duda o discute que se trata de un reto mayúsculo. Con Donald Trump en la Casa Blanca EE UU revirtió el incierto camino de sus antecesores. La mano dura, las amenazas de guerra comercial y las subidas de aranceles desembocaron en unas guerras arancelarias y unas negociaciones a cara de perro que tampoco han rendido grandes frutos más allá de lo meramente propagandístico.
La importancia de China no puede soslayarse. Hasta el punto de que las presidenciales también giraron sobre el gigante asiática. Trump ha intentado sin excesivo éxito lograr un acuerdo comercial satisfactorio entre ambos países. Pero la Covid-19 cambió todo. EE UU acusó a China de haber gestionado las primeras fases de pandemia con opacidad intolerable. Poco después tanto Trump como el secretario de Estado, Mike Pompeo, insinuaban que Pekín podría haber dejado escapar la enfermedad de un laboratorio en Wuhan. La enfermedad zoonótica, causada por el consumo de un pangolín que la habría contraído de un murciélago, y la evidencia de que la China contemporánea sufre de una modernidad a varias velocidades, con mercados de vida salvaje donde no se respeta ninguna medida profiláctica, era ya pura narrativa conspiranoica y grandilocuentes relatos de experimentos militares de aciagas consecuencias sanitarias.
«El acuerdo comercial significa menos para mí ahora que cuando lo hice», dijo Trump, mientras el coronavirus explotaba por todas las costuras de EE UU. Washington abandonó entonces la retórica más mesurada, y hasta los intentos de consolidar ningún acuerdo. Retomó los instantes más duros de un presidente que en los primeros meses de su mandato, y durante las primeras republicanas de 2015 y 2016 y durante la campaña presidencial contra Hillary Clinton, acusó a China de saquear las arcas estadounidense, manipular el precio de las divisas, robar los adelantos tecnológicos y la propiedad intelectual y destruir el tejido industrial nacional gracias a las terribles condiciones laborales de sus asalariados, que le permiten ejercer una labor de zapa en forma de competencia desleal contra la que resulta imposible luchar.
Por no hablar de Hong Kong, donde a las continuas violaciones de los derechos humanos hubo que añadir la aprobación de una ley de seguridad por China que corroe las libertades de la antigua colonia y amenazan con destruir los últimos bastiones de libertad del territorio.
Durante meses Washington no pareció demasiado sensible a las protestas de la oposición democrática en Hong Kong, pero con las leyes de seguridad, que los jerarcas chinos sacan adelante mientras Estados Unidos lidiaba con lo peor de la primera ola de coronavirus, la Casa Blanca marcó una línea en el suelo, habló de estafa y recalcó que estábamos ante una violación «del acuerdo entre Pekín y Reino Unido».
Todo esto lo heredará un Biden que, en principio, aspira a potenciar el multilateralismo. Entrevistado para el programa de la NBC «Squawk Box Europe», el economista Jim O’Neill, ex directivo de Goldman Sachs, cree que «los chinos están más preocupados por una Administración de Biden que una Administración de Trump». No solo porque entienden que Biden tiene «creencias filosóficas más sólidas» y, por tanto, dudan que improvise sobre la marcha. Además, el futuro Gobierno utilizará «los foros multinacionales existentes para tratar de hacer que China rinda más cuentas según los estándares internacionales de la OMS, el G-20, el Banco Mundial, etc., etc., en lugar de esta clase de negociación al estilo que tanto ama Trump».
Durante años Washington jugó con China al palo y la zanahoria con la esperanza de que el enriquecimiento económico y la mejora de las condiciones de vida empujaran a la dictadura hacia el concierto de las naciones democráticas. Pero no resultó del todo. El gigante chino abrazó el desarrollo y transformó el país para convertirse en una potencia, pero sigue muy lejos del mínimo exigible. Ni respeta los derechos fundamentales ni acata muchos de los principios comerciales básicos, comenzando por la propiedad intelectual e industrial, que saquea sin problemas. Para el columnista y escritor David Leonhardt, se trataría, básicamente, de un inmenso fracaso. Una táctica que se reveló insuficiente porque el blindaje de su potencia económica ha salvaguardado las anquilosadas tenazas de la dictadura y evitó que los jerarcas chinos tuvieran que comprometerse en serio con la vía hacia un Estado liberal.
En una pieza insoslayable publicada en el «New York Times», Leonhardt, un fiero opositor a Trump, al que ha atacado de forma implacable, al tiempo que un intelectual tachado de conservador, escribe que «China utilizó el acceso a los mercados del mundo para enriquecerse en sus propios términos. Rechazó muchas reglas internacionales, sobre propiedad intelectual, por ejemplo, mientras se volvía más autoritario en casa». No solo eso: con todas sus insuficiencias, caprichos e impulsos Trump vio mucho mejor que sus antecesores en el cargo la evidencia de que China constituye nada más y nada menos que «la amenaza más seria de EE UU desde la URSS».
Como en otros asuntos, Leonardt entiende que Biden cambiará el rumbo. En la cuestión China tendrá que aceptar el análisis de Trump. Asunto distinto es, que asumida la condición depredadora de Pekín, Biden quiera revertir las tácticas menos exitosas de su antecesor, alentando las complicidades con los aliados comunes al tiempo que mantiene firme la mano dura.
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