Análisis
Faltan tres semanas para que termine el periodo de transición que se dieron la Unión Europea y Reino Unido para negociar la relación futura tras la salida de Londres del club comunitario y todavía no sabemos en qué condiciones se va a producir la desconexión económica.
Nadie a estas alturas puede predecir sin riesgo a equivocarse si finalmente el 31 de diciembre habrá un acuerdo o no. Bruselas y Londres han alertado esta semana de las «altas posibilidades» de que el salto del Brexit económico se produzca sin red.
Dirigentes comunitarios advierten de que en estos momentos existe un 50% de posibilidades de un «no deal». Hemos superado el plazo del 15 de octubre para alcanzar un acuerdo, las «48 horas decisivas» del negociador jefe de la UE, Michael Barnier, y la «última cena» entre Boris Johnson y Ursula Von der Leyen este miércoles en Bruselas. Estamos en el minuto 90 del partido. En tiempo de descuento.
Un no acuerdo expondría la fragilidad de Reino Unido y la UE y el fracaso de la gobernanza global conque todas las oraciones se encomiendan a un «deal» para el 28 de diciembre. En la prórroga.
“La última cena”
«BoJo» acudió a la cena de Bruselas dispuesto a reproducir el acuerdo de «último minuto» que selló el primer ministro británico con los europeos en octubre de 2019. Pero fracasó. La presidenta de la Comisión Europea y el primer ministro británico constataron sus «divergencias».
Los tres escollos son pesca, competencia leal y gobernanza. En contra de lo que pareciera, el principal obstáculo de la negociación no es la pesca sino la competencia leal. La pesca tiene una profunda carga política. Los británicos entienden mejor la recuperación de la soberanía con el control total de las aguas que sin ella. Sirve para plastificar el Brexit y espantar el «Brino» abreviación en inglés de «Brexit in name only» (Brexit sólo en el nombre). Pero económicamente es insignificante. La pesca representa únicamente el 0,12 por ciento del PIB británico.
El nudo gordiano de las negociaciones está en la competencia leal. Desde el minuto uno del divorcio británico, los europeos temieron que Reino Unido se convirtiera en una especie de «Singapur sobre el Támesis». La UE aspira a un alineamiento en las regulaciones que incluya sanciones en el caso de que Reino Unido opte por otros derroteros. Desde Londres, sin embargo, se aboga por una recuperación absoluta de la soberanía y una independencia total de los estándares que se apliquen en Bruselas. La convergencia entre la integridad del mercado único europeo y la soberanía británica es harto difícil pero para eso está el arte de la negociación.
Trituradora política
En tres años y medio de conversaciones, Europa ha conocido a tres primeros ministros británicos. Un efímero David Cameron que dimitió tras triunfar el «Leave» en el referéndum de 2016, una dubitativa Theresa May, que fue humillada por los suyos con los tres «noes» al Acuerdo de Retirada, y un mutante Boris Johnson.
En «BoJo» es difícil diferenciar la ligereza del cálculo o la táctica de la estrategia. Hasta esta semana, había dejado la negociación a «Lord Frost» y sus ministros. Sus adversarios dicen de él que no destaca por su capacidad de trabajo y que está poco familiarizado con la letra pequeña.
La crisis sanitaria del coronavirus ha alterado las prioridades de todos los gobiernos, pero se ha cebado especialmente en Reino Unido. Es el país con mayor número de fallecidos en Europa y su primer ministro tuvo que ser ingresado en la UCI para tratar un empeoramiento de su salud por covid.
Acorralado por el coronavirus, dejó a sus lugartenientes que se quemasen en Bruselas. Ahora que se ha arremangado la camisa para entregarse a la negociación, sus socios se preguntan cuáles son sus verdaderas intenciones. Limitar las turbulencias económicas derivadas de la crisis sanitaria con un acuerdo sobre la relación comercial, aunque sea de mínimos. O, por el contrario, si prefiere un «no deal» con el que culpar a la intransigencia europea de las dificultades económicas que atraviese el país en 2021. Recientemente alguno de sus ministros ha dejado caer la idea de que el impacto de un no acuerdo será menor del esperado al producirse en un contexto de recesión económica derivada de la pandemia.
¿Y si se votase otra vez?
Si se realizarse hoy el referéndum sobre la Unión Europea, el último estudio del prestigioso instituto NatCen revela que un 47% del electorado británico votaría por quedarse y un 38% por irse. No es que los «brexiters» hayan cambiado de opinión, son los indecisos los que ahora (dos a uno) se decantan por el «Remain». Este estudio también advierte de que sólo una quinta parte de los votantes respalda una Brexit económico sin acuerdo. El autodenominado «primer ministro del pueblo» debería tomar nota.
A estas alturas, Londres y Bruselas admiten que con o sin acuerdo el abandono de Reino Unido del mercado único va a ser traumática para ambos lados del Canal de la Mancha. Pero un acuerdo que siente unas reglas mínimas podría reducir significativamente la factura. Pocos líderes como Margaret Thatcher apreciaron las ventajas del gran mercado europeo, al que ahora se da la espalda. El coste de la salida no solo es económico (el 47% de las exportaciones británicas van a parar a la UE frente al 7% en el sentido contrario) sino político. Escocia e Irlanda del Norte votaron masivamente por la permanencia en la UE. Un Brexit caótico podría disparar la nostalgia de Bruselas en las dos regiones. Especialmente entre los independentistas escoceses que exigen un segundo referéndum. Eso sí sería un mal negocio para Boris Johnson.