El Muro
Despojado de sus redes sociales, abandonado por las grandes corporaciones, acusado por muchos de haber instigado la insurrección,Donald Trump decidió que su mejor forma de reaparecer debía de ser en Texas. Fue, de hecho, su primera salida mediática tras la debacle de Washington D.C.
En los jardines de la Casa Blanca, donde compareció brevemente ante los periodistas, y posteriormente en la base militar Saint Andrews, camino de San Antonio, insistió en que es inocente de cuanto le acusan. Nada de lo que dijo el 6 de enero alentó a la masa enfurecida. Sus comentarios fueron apropiados y la raíz del problema era y sigue siendo la frustración de la gente por el supuesto fraude.
Trump iba camino del Álamo, uno de los epicentros fundacionales de la mística estadounidense, donde atendió a la prensa. Insistió en que las únicas protestas problemáticas de los últimos meses fueron las desencadenadas por la violencia policial y del Black Lives Matter. «Los horribles disturbios en Portland y Seattle», dijo, «ese sí fue un problema».
Los componentes simbólicos del viaje no pasaron desapercibidos a su sobrina, Mary Trump. Entrevistada en la CNN por Andrew Cuomo sostuvo que su tío ha elegido reaparecer en El Álamo para evocar el componente mítico y poético de la batalla de 1836, donde los rebeldes texanos murieron a manos de las tropas de Santa Anna. Trump invoca así a Davy Crockett y a John Wayne, aunque para su sobrina, Mary, Trump es un oportunista, que vejó a su abuelo, Fred Trump, durante sus últimos días, y que ya habría demostrado su egoísmo tras la muerte de su hermano, el padre de Mary, Fred Jr. Por supuesto Mary es autora de Too much and never enough (Demasiado y nunca suficiente: cómo mi familia creó al hombre más peligroso del mundo), que vendió casi un millón de ejemplares en sus primeras 24 horas.
“Un bonito muro”
En cuanto al hecho de regresar junto al muro es imposible no recordar que la frontera le ha ofrecido a Trump munición nativista y xenófoba y que le ha permitido la construcción de uno de sus hombres de pajas dilectos, el invasor hispano, hispanohablante, mexicano o centroamericano, que alimentó sus discursos desde que presentó su candidatura a las primarias republicanas, en 2015.
Cuando Trump juró el cargo, en enero de 2017, el muro, que comprende desde cercas de hierro de 5 metros de altura a barreras improvisadas para vehículos y alambres de púas, ocupaban unos 1.000 kilómetros entre EE UU y México. Un tercio de la frontera total, que tiene 3.210 kilómetros. Según un informe reciente de Bloomberg, que bebe de los informes proporcionados por la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de EE. UU, a mediados de agosto, el Gobierno Trump había levantado 48 kilómetros de nuevas barreras y reparado y/o reforzado otros 394 kilómetros.
El presidente debilitado
Sea como sea el Trump debilitado que ayer viajó a Texas parece que conserva el orgullo intacto. Sigue refiriéndose a los manifestantes de la pasada semana como patriotas. No pide disculpas, está convencido de ser la víctima de una conjura monstruosa y podría repetir, punto por punto, lo mismo que dijo el 6 de enero, cuando delante de un mar de banderas y gorras coloradas habló del «atroz asalto a nuestra democracia» y exhortó a caminar hacia el Capitolio. «Nunca recuperaremos nuestro país con debilidad», dijo, «hay que mostrar fuerza, hay que ser fuertes».
Ayer, al referirse a sus palabras, sostuvo que su discurso ha sido analizado palabra a palabra, y nadie habría podido encontrar nada sospechoso. El verdadero peligro, sostiene, es la sombra del “impeachment”. El segundo al que tendría que hacer frente en apenas un año. Considera que «es realmente una continuación de la mayor caza de brujas en la historia de la política. Es ridículo, es absolutamente ridículo». «Este juicio político está causando un tremendo enojo, y es realmente algo terrible», añadió camino de Texas.
También acusó a la congresista Nancy Pelosi, presidente del Congreso, y al senador Chuck Schumer, líder de la futura mayoría demócrata en el Senado, de poner en peligro la república. «Están causando un peligro tremendo a nuestro país y están provocando una ira enorme». «No quiero violencia», remachó. «Nunca nos rendiremos», dijo el 6 de enero, durante el mitin convocado antes de la confirmación del resultado de las elecciones. «Nunca concederemos», proclamó, refiriéndose a la posibilidad de reconocer la victoria de Joe Biden, «eso no sucederá. No concedes cuando se trata de un robo».
Tampoco ha concedido nunca respecto a su vieja promesa electoral de expulsar a once millones de inmigrantes ilegales, de los que al menos dos millones eran adolescentes y niños, los llamados dreamers, criados en EEUU, hijos de inmigrantes ilegales, que carecían de papeles a pesar de que pasaron toda o buena parte de su vida en el único país que reconocían como propio. Los dreamers fueron uno de los grandes comodines de su presidencia, durante meses trató de canjearlos a cambio de más financiación para el muro. Y allí, delante de su «hermosa» barrera, agoniza ya la peripecia política de quien un 16 de abril de 2016 descendió las escaleras mecánicas de la Torre Trump para, según dijo, «restituir la grandeza de América».