Y además

Los independentistas catalanes consiguen otra victoria, pero hueca

La baja participación y las profundas divisiones entorpecen el éxito de los secesionistas

Entre Biden e Illa
Entre Biden e IllaPSOE HANDOUTEFE

Los catalanes se enorgullecen de su seny, de su sentido común testarudo. Sin embargo, en política, como señaló Jaume Vicens Vives, gran historiador catalán de mediados del siglo XX, han actuado con mayor frecuencia con su contrario: la rauxa o impulsividad emocional. En el período previo a las elecciones autonómicas del 14 de febrero, muchos esperaban que asuntos prácticos como la pandemia y la crisis económica fueran lo más importante en la mente de los catalanes. Pero las heridas de octubre de 2017, cuando un referéndum inconstitucional sobre la independencia de una de las regiones más importantes de España provocó el encarcelamiento de nueve líderes separatistas, siguen en carne viva. Las autoridades catalanas dejaron salir a los presos el día de su puesta en libertad para que pudieran hacer campaña. Una vez más, la división emocional sobre la independencia dominó las elecciones.

Los partidos separatistas obtuvieron 74 escaños, aumentando en cuatro su escasa mayoría en el Parlamento catalán de 135 miembros. Por primera vez desde que lanzaron su campaña independentista en 2012, obtuvieron la mayoría del voto popular, con un total del 51%. Pero la importancia de eso se vio atenuada por una baja participación récord de menos del 54% (frente al 79% en las elecciones anteriores, en 2017), deprimida por la pandemia y el descontento político.

El voto nacionalista, entretanto, se dividió entre cuatro partidos con estrategias muy diferentes. Esto permitió que el afiliado catalán del Partido Socialista de Pedro Sánchez obtuviera más votos que cualquier otro partido, a pesar de que solo obtuvo el 23%. Para él fue una victoria útil, aunque limitada.

Esquerra (Izquierda Republicana de Cataluña), que ahora favorece la construcción gradual de un apoyo público más amplio a la independencia, obtuvo el 21% de los votos y 33 escaños. Ahora es el mejor situado para presidir la Generalitat, desalojando a su socio de coalición, Junts, el partido de Carles Puigdemont, ex presidente de la Generalitat que huyó a Bélgica en octubre de 2017, Junts todavía coquetea con una acción unilateral como la que tomó en 2017, cuando declaró la independencia tras el referéndum. Los dos partidos a menudo han estado en desacuerdo entre sí y con la CUP, un grupo separatista anticapitalista que aumentó sus escaños de cuatro a nueve. Las negociaciones para formar un nuevo Gobierno pueden llevar semanas.

“Es hora de sentarse y ver cómo solucionamos esto con un referéndum”, dijo Pere Aragonès, el líder de Esquerra, que probablemente sea el próximo presidente. También quiere una amnistía para los presos. Otro referéndum sobre la independencia agravaría un conflicto que divide a Cataluña por la mitad. Más modestamente, es probable que el Gobierno de Sánchez, que a veces ha dependido de Esquerra en el Parlamento nacional, apruebe indultos para los presos separatistas. Comenzó conversaciones inconexas con Esquerra que eventualmente podrían conducir a un acuerdo para una autonomía regional aún mayor, lo que podría satisfacer a la mayoría de los catalanes mientras irrita a otros españoles.

La mano de Sánchez se vio reforzada por los malos resultados en Cataluña tanto de Ciudadanos, un partido de centro derecha que perdió 30 escaños, como del Partido Popular, la principal oposición conservadora. Ambos fueron superados por Vox, un partido de extrema derecha, que obtuvo el 8% de los votos.

El desordenado resultado de las elecciones de esta semana prolonga más que resuelve el drama político de Cataluña. La región está “resignada y abatida”, dice Jordi Alberich, economista de Barcelona. “Los separatistas están resignados al hecho de que la independencia no sucederá, y los no nacionalistas a que no hay nada que hacer”. El implacable teatro de la campaña independentista ha perjudicado a la economía catalana, que fue superada en tamaño por la región de Madrid en 2017. “Es muy difícil deshacerse de esto”, dice Alberich. “Lleva mucho tiempo y eso tiene un alto costo diario”.

© 2021 The Economist Newspaper Limited. Todos los derechos están reservados. Desde The Economist, traducido por P. G. Poyatos bajo licencia. El artículo original en inglés puede encontrarse en www.economist.com