RDC

La impunidad permite que continúen las violaciones masivas en el este del Congo

Solo en la provincia de Kivu del Norte, se denunciaron 56.000 casos de violencia de género en 2024 a manos de los rebeldes o del Ejército congoleño

FILE - Former members of the Armed Forces of the Democratic Republic of Congo (FARDC) and police officers who allegedly surrendered to M23 rebels arrive in Goma, Congo, Sunday, Feb. 23, 2025. (AP Photo/Moses Sawasawa, file)
Rebeldes del M23 en la ciudad de Goma (República Democrática del Congo)ASSOCIATED PRESSAgencia AP

El 19 de diciembre de 2023, tres hombres arruinaron la vida de Kambeni. La joven de 27 años, madre de dos hijos, estaba en su casa en Shasha (República Democrática del Congo), en un lugar seguro, recién acostada, cuando tres rebeldes del M23 entraron sin avisar, pegaron una paliza a su marido y abusaron sexualmente de ella entre las once de la noche y la una de la madrugada. Los atacantes procedían de un monte próximo a la localidad, donde llevaban apostados desde hacía varias semanas mientras bombardeaban Shasha de manera puntual. Fueron dos horas donde obligaron a mirar al marido.

Doce horas después de esta escena, Kambeni todavía llevaba puesto el vestido jironado de la noche anterior. El pelo sucio de tierra, las manos nerviosas, una mirada demacrada e indescriptible que zigzagueaba por la habitación del dispensario de Shasha mientras respondía las preguntas de las autoridades. Su marido no se atrevía a visitarla. Bastaron tres hombres con la lujuria desbocada para romper una familia que supo ser feliz en una de las esquinas más miserables de la tierra, hasta que la miseria se convirtió en un horror al que no se puede dar la espalda. Como Kambeni, hay miles de mujeres que han sufrido a lo largo de los últimos años la epidemia de violaciones que caracteriza al conflicto entre el gobierno congoleño y los milicianos del M23.

Amnistía Internacional publicó este miércoles un informe demoledor, titulado "They said we would die" (Dijeron que moriríamos) donde ahonda en los abusos sexuales ejercidos por las partes enfrentadas y deduce que “la brutalidad de las partes en guerra no tiene límites; estas atrocidades tienen como objetivo castigar, intimidar y humillar a los civiles, mientras cada lado intenta afirmar el control”. La dinámica lleva años repitiéndose bajo un silencio demoledor porque, en realidad, nadie posee la autoridad moral de denunciarlo: los rebeldes abusan de las mujeres, los militares congoleños abusan de las mujeres; incluso los Wazalendo, que son milicianos locales que juraron defender a su comunidad, abusan de las mujeres a niveles similares a los del M23. De las 14 sobrevivientes de violencia sexual de Kivu del Norte y Kivu del Sur entrevistadas por Amnistía Internacional, ocho dijeron que habían sido violadas en grupo por combatientes del M23, cinco dijeron que habían sido violadas en grupo por combatientes de Wazalendo y una dijo que había sido violada en grupo por soldados congoleños.

Hay tantos ejemplos que se desbordan. En la isla de Idjwi, en el lago Kivu, separada por una mancha de agua de los combates, Demelia sigue siendo una muchacha de 19 años pese a vivir como desplazada con su familia, lejos de casa. Cuenta a LA RAZÓN que los rebeldes entraron en su aldea en el pasado mes de febrero. Robaron ganado y comida, asesinaron a quienes se resistieron, violaron a las mujeres más hermosas y se llevaron consigo a los niños para “ponerlos a trabajar en las minas”. Demelia habla de un amigo de uno de sus hermanos, Emmanuel. Se lo llevaron y jamás lo volvieron a ver.

Alliance tiene quince años y también vive en Idjwi como desplazada. Solos ella y su hermanito. No ha hablado con sus padres desde el mes de febrero. Cuando se le pregunta por qué la enviaron a Idjwi, si sus progenitores se quedaron en su aldea de origen, responde de manera categórica: “Mi padre tenía miedo de que me violasen”.

Las cifras son similares a las de una epidemia. En la provincia de Kivu del Norte, por ejemplo, en 2023 se denunciaron más de 50.000 casos de violencia de género, que incluye violencia sexual; la cifra aumentó a 56.000 casos en 2024. Médicos Sin Fronteras señaló que entre enero y abril de 2025 trató a casi 7.400 nuevas víctimas y supervivientes de violencia sexual en Goma y sus alrededores. En Sake, una ciudad cercana a Goma, MSF trató a más de 2.400 víctimas en el mismo período.

Sería inútil afirmar que sólo los rebeldes cometen esta clase de actos. Sería mentir. En la carretera que lleva de Goma a Bukavu, donde decenas de pequeños pueblos y aldeas dormitan a las orillas del lago Kivu, los últimos tres años han supuesto un infierno donde los demonios visten de muchos colores. Numerosos entrevistados aseguran que las violaciones, que corresponden en ocasiones a campañas de castigo o de “educación”, pueden proceder de cualquiera de las partes. Cuando el M23 toma una aldea, castigan a los habitantes por su resistencia; cuando el ejército o los Wazalendo recuperan esa misma aldea, castigan a sus habitantes por colaborar con el enemigo. Ninguno piensa que los habitantes de la aldea sólo quieren vivir en paz.

Vivir en paz no es una alternativa para ellos. Por eso se amontonan los niños desaparecidos, un número inexacto que crece a diario y que apenas se puede entrever por declaraciones como las de Demelia. Un fragmento del último informe de Amnistía Internacional señala lo siguiente:

“El M23 ha llevado a cabo redadas a gran escala en varios barrios de Goma, Sake y otras zonas de Kivu del Norte y del Sur, en las que han secuestrado a cientos de hombres, mujeres y menores. Algunos de los secuestrados habrían sido reclutados por la fuerza, y otros han sido víctimas de desapariciones forzadas. Los combatientes del M23 no informan a las personas ni a sus familiares por qué están siendo secuestrados ni a dónde los llevan. En algunas zonas, hombres y mujeres congoleños prefieren pasar las noches en el bosque con la esperanza de escapar de estas redadas masivas”.

Son múltiples los testimonios donde el M23 entra en una vivienda, abusa de la mujer y se lleva al marido, que no vuelve a aparecer. La destrucción de la familia, que es sagrada en cuanto a que es el único refugio que le queda al ser humano en un país asediado por la violencia y la incertidumbre, se quiebra, se derrumba, los hijos que son la esperanza de sus padres son secuestrados y con ellos desaparece la esperanza. Cuando tres hombres arruinaron la vida de Kambeni el 19 de diciembre de 2023, y la joven de 27 años seguía sucia de tierra y con el vestido jironado doce horas después de sufrir el horror, el primer pensamiento que asalta al extranjero es la falta de humanidad con la que se ha tratado a la víctima. Sorprende que no la hayan lavado.

Luego se recuerda que hay 50.000 casos como el suyo en esta esquina congoleña. Que la ayuda internacional es paupérrima (en Shasha, en diciembre de 2023, no había ningún programa de ayuda en curso) y que, sencillamente, Kambeni tendrá que esperar a su turno para que la laven. Hay otras mujeres igual de rotas por delante de ella. Y vienen muchas más por detrás. Este periodista quiso escribir sobre mujeres que se sobreponen a las dificultades, modernas, independientes, libres, pero en Kivu Norte, cuando se trataba de investigar los abusos sexuales cometidos por los contendientes, apenas encontró a mujeres rotas, lejos de sus hogares, abusadas y marcadas por la saliva repugnante del hombre. Esta es su realidad.