Funeral real
La soledad de la reina Isabel II marca el último adiós al duque de Edimburgo
Los Windsor y los británicos se despiden en una ceremonia austera y regia del príncipe Felipe, quien durante siete décadas fue el gran pilar de la monarca y que ahora deja un vacío inmenso
“Mi primera, segunda y definitiva misión es estar siempre junto a la reina”, llegó a decir en una ocasión el duque de Edimburgo. Cumplió su palabra. Durante más de siete décadas, fue el gran pilar de Isabel II. De ahí que el vacío que ahora deja sea inmenso. La soledad de la soberana marcó ayer el último adiós a una figura clave en la historia de la monarquía británica.
El príncipe Felipe, fallecido el pasado 9 de abril a los 99 años, tuvo el funeral que siempre quiso. Durante los últimos años, él mismo había preparado cada detalle. Y la familia real cumplió sus deseos con una íntima ceremonia, aunque televisada, para que los británicos pudieran rendir tributo a un hombre que supo ejecutar con gran maestría la compleja tarea de ser consorte real.
Siempre estuvo dos pasos por detrás de Isabel II. Salvo ayer, cuando la monarca cerró la solemne procesión que acompañó el féretro de su gran compañero de vida desde el castillo de Windsor hasta la capilla de San Jorge. El vehículo que trasportó el ataúd fue uno militar de la marca Land Rover que él mismo se encargó de diseñar. Siempre había dicho a la reina que transformaría uno de sus prototipos favoritos para convertirlo en su propio coche fúnebre, un empeño que le llevó 18 años y que sufrió distintas variaciones hasta que se consiguió el verde militar que él quería.
Aunque la gran pasión que sentía por el enganche ecuestre quedó también reflejada con la presencia del carro tirado por sus adorados ponis Fell. En el carro se pusieron ayer los guantes, la bufanda y la manta que él solía llevar en los numerosos paseos que realizó durante los últimos años.
“Cuando llegue mi hora no quiero un funeral de Estado, prefiero un entierro más modesto, acorde con lo que soy, solo un viejo cascarrabias”, confesó el duque antes de morir, con su particular sentido del humor.
Al ser marido de la soberana tenía derecho a un funeral de Estado. Pero él siempre quiso algo más sencillo, con honores militares. Algunos detalles tuvieron que modificarse por las restricciones de la pandemia, pero los símbolos más importantes estuvieron tal y como él siempre deseó.
A las 14:27 hora local, las bandas comenzaron a tocar. Entre ellas la de la Guardia de Granaderos, una de las militares más antiguas del mundo y de la que el duque de Edimburgo fue coronel durante 42 años. Los últimos tres siglos esta banda ha estado al servicio de quince monarcas distintos y ha puesto música a los hechos clave que han sucedido en la historia del Reino Unido, como la Segunda Guerra Mundial, donde sirvió el príncipe Felipe. Más de 700 soldados de todos los ejércitos le rindieron ayer tributo.
Entre la procesión que acompañó al féretro hasta la capilla de San Jorge estaban el príncipe Harry y el príncipe Guillermo. Era la primera vez que se les veía juntos desde marzo de 2020, cuando el hijo menor de Lady Di y su esposa Meghan Markle -que ayer no acudió debido a su avanzado segundo embarazo- decidieron romper sus lazos con la familia real para afincarse en Los Ángeles, donde recientemente concedieron una polémica entrevista acusando a la Casa Real, entre otros, de racismo.
Ceremonia solemne
Los hermanos eran ayer conscientes de la expectación que generaban. No caminaron hombro con hombro junto al féretro. Entre ellos estuvo su primo, Peter Phillips. Aunque tras el funeral, sí se les vio saliendo juntos de la capilla, para no avivar los rumores de distanciamiento y, ante todo, dar el protagonismo a su abuelo.
Felipe quería que sus hijos y nietos acudieran de uniforme militar. Pero no pudo ser. Tras salir de la familia real, al príncipe Harry -que estuvo en la guerra de Afganistán- se le quitaron los honores militares. Para no hacer crudas excepciones, todos vistieron de civil.
Una vez dentro de la capilla, la distancia que se tuvo que guardar por restricciones del covid entre los únicos 30 asistentes a la ceremonia dejaron una imagen aún más desgarradora de la soledad Isabel II. Sentada en su lugar de siempre en el Coro, bajó en más de una ocasión su cabeza dejando su ojos llorosos totalmente ocultos por el ala del sombrero.
“Su coraje, su fortaleza y su fe”
Quien tampoco pudo contener la emoción fue el príncipe Carlos, heredero al trono. Nunca llegó a entenderse del todo con su padre. “Mientras que yo soy pragmático, él es un romántico, por lo que vemos la vida de distinta manera”, llegó a decir en alguna ocasión el duque.
Felipe no quiso elegías familiares. El decano de Windsor, David Conner, le recordó someramente como, “un hombre de amabilidad, humor y humanidad, reconocido por su inquebrantable lealtad a la reina, al país y a la Mancomunidad de Naciones, y por su coraje, su fortaleza y su fe”.
Fue una ceremonia austera y breve. Pero cargada de significado a través de las piezas representadas por el coro, que también habían sido elegidas por el propio duque. Entre ellas, el himno de los marineros, “Padre eterno, fuerte para salvar” y el Kontakion ruso, himno tradicional en los funerales cristianos ortodoxos. El duque nació en Grecia y lo bautizaron en el cristianismo oriental. En su muerte volvía a sus orígenes, esos que en un principio le valieron en Palacio el apodo de “el intruso”.
Los restos mortales fueron ayer depositados en el panteón real bajo la capilla de San Jorge. Aunque cuando Isabel II (que el próximo 21 de abril cumplirá 95 años) fallezca, se le trasladará a la capilla conmemorativa del rey Jorge VI de la iglesia gótica para que el matrimonio esté enterrado en el mismo lugar. Ese diminuto templo conmemorativo familiar, situado en Windsor, cobija además los restos mortales del padre de la reina, Jorge VI, la reina madre y la hermana pequeña de Isabel II, la princesa Margarita.
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