Análisis
Lo que las élites españolas no quieren entender sobre Marruecos
Lo que pasó en Ceuta no es el causante de la crisis diplomática, sino el síntoma de que los canales de comunicación y la confianza entre ambos gobiernos se han roto
A estas alturas en la crisis diplomática sin precedentes que atraviesan las relaciones entre Marruecos y España, es ya tiempo de que la razón y el sentido común prevalezcan sobre cualquier otra consideración partidista o mercantilista. Hay que hablar, hay que dejar las pasiones aparte y dejarnos llevar por la sabiduría. Aquellos españoles, y hay muchos, que creen en la posibilidad de que ambos países pueden entenderse, respetarse y crear un espacio de prosperidad común en el mediterráneo deberían alzar la voz y decir basta con tanta tendencia a la demonización de unos y otros.
Ahora bien, y a no ser que haya un cambio de rumbo en los días venideros, la actitud del gobierno español, así como la de amplios sectores mediáticos y políticos, no invitan al optimismo sobre un final cercano de la grave crisis diplomática. Las autoridades se mantienen inamovibles en sus posiciones y no se atisba ningún indicio de autocrítica. Tampoco se cuestiona la validez de algunas decisiones tomadas respecto a Marruecos desde hace unos seis meses a esta parte.
A tenor de la reacción enardecida del gobierno español y de la multitud de declaraciones en la cuales se ha hablado de “chantaje” marroquí, insistiendo en el carácter humanitario de la decisión de acoger a Brahim Ghali, parece que las autoridades españoles se resisten a admitir que dicha decisión no fue sino el colofón de una serie de decisiones hostiles a Marruecos que no reflejan el espíritu de confianza, entendimiento y respeto mutuo que ha imperado en sus relaciones durante la mayor parte de las últimas cinco décadas. No hay humo sin fuego.
Admitir la metedura de pata
Los españoles podrían admitir la metedura de pata y lo desafortunada que resultó la decisión de acoger a Ghali a espaldas de Marruecos. Así, podríamos evitar una escalada que no está en el interés de ninguna parta y sólo sirve el interés de la extrema derecha.
Ese es el fondo del problema. Lo que Marruecos exige de España es que respete sus intereses estratégicos y que tenga en cuenta el estatus de ser su socio privilegiado a todos los niveles. Marruecos no busca chantajear a España para que adopte una postura igual a la de Estado Unidos. Este es un simple disparate usado por la mayoría de los observadores y tertulianos que se resisten a admitir que la política exterior de este gobierno es la de un barco a la deriva que no sabe a qué santo encomendarse.
Lo que sí ha ocurrido es que el gobierno de Pedro Sánchez ha violado todos los códigos y reglas que han gobernado las relaciones bilaterales durante las cuatro últimas décadas. Estas reglas se han constituido en la consulta continua, honesta y de buena fe sobre todos los asuntos de interés mutuo, aun más sobre los temas conflictivos como lo son Ceuta y Melilla y el Sáhara.
Todos los logros realizados después de largas décadas de trabajo arduo están siendo tirados por la borda en aras de complacer a un sector de la opinión pública o de la izquierda que sigue teniendo una visión trasnochada de las relaciones bilaterales y no puede concebirlas sino desde el prisma de la confrontación.
En los últimos días, muchos ex responsables españoles han tenido el coraje de ir a contracorriente y recordarle al gobierno de Sánchez que su manera de proceder con Marruecos no es ni digna de España ni refleja la naturaleza de las relaciones entre ambos países.
Si el ex ministro de asuntos exteriores, José Manuel García-Margallo, y el ex ministro de defensa, José Bono, han criticado la falta de sutileza de este gobierno es porque saben que no se trata así a un socio tan privilegiado y crucial como Marruecos. Lo han hecho porque son conscientes asimismo de que Marruecos es una pieza clave en el éxito de la política migratoria española, así como de la lucha contra el tráfico. Eso sin olvidar la importancia del mercado marroquí par la economía española, ni el aporte crucial de la inmigración marroquí a esta economía.
Hasta noviembre del año pasado, hubo un pacto tácito entre Marruecos y España según el cual el primero congeló sus reivindicaciones territoriales sobre Ceuta y Melilla a cambio de una posición de neutralidad positiva de España con respecto al Sáhara. España rompió ese pacto con la repetición de sus acciones descabelladas hacia Marruecos. Es decir, con la decisión de acoger a Ghali con falsa identidad y persistir en desestimar las preocupaciones de Marruecos, España se ha disparado un tiro en el pie y ha abierto la caja de pandora.
Esta crisis diplomática va a dejar huellas y cicatrices psicológicas que serán difícil de sanar. Pero todo tiene solución si hay una verdadera voluntad de promover el respeto mutuo, la concordia, la paz y la convivencia entre ambos países.
Acabar con el sensacionalismo y los atajos
También hay que decir que la mayoría de los medios españoles ha tenido carencias y falta de profesionalismo y rigor en el tratamiento de la información. Los medios se han volcado al sensacionalismo atizando la crisis con insultos y un tratamiento irresponsable y sesgado para que la crisis diplomática adquiera dimensiones incontrolables.
Por otra parte, la prensa española y los líderes de opinión podrían poner punto final al relato insensato según el cual España detenta la soberanía sobre el Sáhara o cualquier otra responsabilidad. Este es un debate falso, incongruente y contraproducente que no hará más que enardecer el ambiente entre ambos países. El colonialismo -que no soberanía- de España se terminó con la firma del Acuerdo Tripartito de Madrid en noviembre de 1975.
Este acuerdo fue ratificado cuatro días después por las Cortes españolas y depositado en la ONU que lo publicó en conformidad con el artículo 102 de la carta magna de la ONU. Por más que se repita lo contrario en la prensa, España ya no tiene responsabilidad alguna en ese territorio. La hubiera tenido si el Acuerdo Tripartito no hubiera sido ratificado por las Cortes o si España lo hubiera denunciado o abrogado.
Esta crisis debería ser el punto de partida para abrir un debate serio en España sobre qué tipo de relaciones se desean mantener con Marruecos. Es preciso tener en cuenta que, si se quieren relaciones basadas en el respeto mutuo, debería reconsiderarse la lectura sesgada y apasionada de todo lo relacionado con Marruecos.
Nuevo comienzo
Un cambio de paradigma en las relaciones hispano-marroquíes se está cuajando. La élite académica, política y mediática española debería tomar nota de ello y actuar consecuentemente de una manera que procura salvaguardar su partenariado con Marruecos. Al parecer, lo que no terminan de comprender la mayoría de españoles, a falta de información amplia y veraz, es que el mundo está cambiando y en este cambio geopolítico Marruecos ha cobrado cada vez más relevancia a nivel regional e internacional.
El Marruecos de hoy no es el Marruecos de hace dos décadas. El Marruecos de hoy es un país más seguro de sí mismo y con importante proyección regional e internacional. Lo anterior queda claro con su presencia creciente en el África Subsahariana donde muchas potencias mundiales como Estados Unidos o regionales como España tratan de posicionarse. También en su gestión de la crisis sanitaria de COVID-19, pese a la escasez de recursos con respecto a Europa, Marruecos ha dejado claro que es un Estado fuerte que está en capacidad de enfrentar y afrontar situaciones de esta índole.
Persistir en tratar de enfocar el debate en lo que ocurrió en Ceuta la semana pasada, como lo ha hecho hoy el jefe del gobierno español, es una huida en adelante que no hará más que tensar y enardecer la atmósfera, alejando toda posibilidad de distensión. Hay que tomar el toro por los cuernos: lo que pasó en Ceuta no es el causante de la crisis diplomática, sino el síntoma de que los canales de comunicación y la confianza entre ambos gobiernos se han roto. Lo que sí causó la crisis diplomática han sido las posiciones en falso que el gobierno español ha dado en los últimos seis meses con respecto a los intereses estratégicos de Marruecos y de todo un pueblo.
En vez de tirar sus relaciones con Marruecos por la borda, España debería trabajar con su vecino con ahínco y elaborar estrategias comunes para trabajar de la mano en África, aunar sus fuerzas y afianzar su posición en este continente que cobra cada vez más importancia en el mapa económico mundial
En definitiva, Marruecos no busca torcerle el brazo a España. Lo que sí trata es de llamar su atención sobre algunas decisiones hostiles y recordar que es preciso enderezar el rumbo para asegurar la armonía y el entendimiento bilateral. Cuanto más pronto la élite española tome nota de ello y lo acepte, mejor sería para ambos países y más posibilidades habrá de que las aguas vuelvan a sus cauces, aunque cueste un mayor esfuerzo para conseguirlo que nunca.
Samir Bennis es politólogo y especialista en relaciones hispano-marroquíes
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