El nuevo tablero político
La pandemia de la polarización sacude a Iberoamérica
La llegada a Perú del polémico Pedro Castillo refuerza a las izquierdas en el continente más violento y desigual del mundo
América Latina atraviesa un momento de profundos cambios. Sus casi 600 millones de personas en tres docenas de países viven en la región de menor crecimiento económico, más violencia y mayor desigualdad en el mundo; además de una de las peores tasas de mortalidad por COVID-19. En medio de ese escenario, se juega también su mutación política. Una más.
Hace una década y media se habló del giro a la izquierda de Latinoamérica. A la llegada al poder de Hugo Chávez en Venezuela le siguieron las de Néstor Kirchner y su esposa Cristina en Argentina, Lula da Silva y Dilma Russef en Brasil, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, José “Pepe” Mujica y Tabaré Vásquez en Uruguay, además de Daniel Ortega en Nicaragua, y otros representantes en Centroamérica. Fueron los tiempos del ALBA y Unasur, de arrinconar a la derecha en Colombia y Chile.
Pero el paso del tiempo dejó al descubierto varios problemas en todos esos casos: la poca capacidad de renovación de los liderazgos, los escándalos de corrupción, el populismo que no pudo superar problemas estructurales de los países, la falta de un diseño económico viable y hasta el doble discurso frente a temas como los derechos humanos. Se sumó el fin del boom de las materias primas. Entonces aquel castillo de naipes colapsó.
Pero ahora en 2021 se observa un resurgir de las izquierdas, en plural porque las hay desde las radicales y cercanas al castrochavismo como la de Perú con Pedro Castillo, pasando por las tendencias más comedidas de Carlos Alvarado en Costa Rica. Además, con las conquistas de la izquierda en Chile, que logró mayoría en la constituyente que redactará una nueva constitución y un comunista es favorito para la Presidencia; el crecimiento de la opción de Gustavo Petro para las presidenciales en Colombia de 2022, así como el regreso de Lula en Brasil como favorito en una eventual candidatura.
No es, en modo alguno, un regreso pleno de la llamada “marea rosa” que impactó al continente antes. En Ecuador el delfín de Rafael Correa no pudo imponerse. En Uruguay Luis Lacalle acabó con 15 años de gobiernos de izquierda. En El Salvador Nayib Bukele juega solo. En Paraguay Mario Abdo se mantiene firme. Y en Colombia -donde nunca ha gobernado la izquierda- o Brasil no todo está dicho.
Es una realidad que América Latina enfrenta bajo la mirada distante de Estados Unidos, que ha perdido liderazgo desde hace décadas en la región, pero con una influencia China cada vez más marcada. De hecho, los cambios políticos en la región fortalecerán las relaciones con el país asiático y reducirán las presiones sobre Nicolás Maduro para que celebre elecciones libres y justas en Venezuela -se ha desarmado prácticamente el Grupo de Lima y Argentina se retiró de la demanda ante la Corte Penal Internacional contra el dictador venezolano-, dos hechos que desafiarán a la administración de Joe Biden.
Incertidumbre y polarización
En América Latina se van imponiendo los blancos y negros, los debates entre izquierda y derecha, entre conservadores y radicales. Las medias tintas no están de moda. De hecho, donde antes había multitud de candidaturas, ahora se ha impuesto competencias bipartidista a la fuerza, y no solo por el balotaje en algunas naciones sino por la construcción de candidaturas unificadas de uno y otro lado. La izquierda agrupada bajo la bandera de las reivindicaciones sociales y la derecha con la del desarrollo económico.
El contraste en la retórica es transversal: unos insisten en que las élites se enriquecen y “el pueblo” no percibe la mejora en las condiciones macroeconómicas, y los otros enarbolan el fantasma del colapso socioeconómico y hasta democrático que ya se ha vivido en Venezuela y Nicaragua, que se combina con los deseos de perpetuarse en el poder.
Según el Informe sobre Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), América Latina convive con la ambivalencia de ser la región del mundo que registra mayor desigualdad de ingresos, pero al mismo tiempo con la amenaza constante de implosión de la democracia debido a la inestabilidad política motivada por el movimiento pendular enraizado en la contienda ideológica. Y a ello se suma otra disputa, la territorial: las provincias versus las capitales.
En Perú, por ejemplo, la moneda se desplomó y la bolsa cayó con tan solo la expectativa de que Pedro Castillo ganase las elecciones. Así pasó en Argentina cuando el kirchnerismo se hizo favorito a regresar a la Casa Rosada, y en otros casos similares. Y con economías más complicadas, las gestiones optan por sostenerse apelando a un mayor control social.
Jorge Sánchez Tello, director de Investigación Aplicada de la Fundación de Estudios Financieros, en México, advierte de una “era de incertidumbre” y Thomas Trauman, investigador de la brasileña Fundación Getulio Vargas, ha dicho que “es muy difícil saber hacia dónde se dirigen las cosas” en la región, pero que sí urge detener la erosión de la democracia en América Latina. “Dado el devastador impacto económico y de salud de la pandemia y la corrupción que la acompaña, el estado de ánimo del público es ”echar a los vagabundos”, dijo Cynthia Arnson, quien dirige el programa para América Latina en el Wilson Center en Washington, a Bloomberg. “Espere que los forasteros ganar elecciones. La palabra que me viene a la mente no es tanto “izquierda” como “volátil”.
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