Rusia

Nostalgia de la URSS treinta años después de su caída

El 25 de diciembre se cumple el trigésimo aniversario de la desintegración de la Unión Soviética marcado por la tensión entre dos de sus antiguos miembros

El entonces presidente de la Federación Rusa, Boris Yeltsin, da un discurso subido a un vehículo blindado en Moscú, en 1991
El entonces presidente de la Federación Rusa, Boris Yeltsin, da un discurso subido a un vehículo blindado en Moscú, en 1991larazon

El 25 de diciembre de 1991, la bandera roja con la hoz y el martillo, símbolo de la Unión Soviética, fue arriada definitivamente del Kremlin, poniendo punto y final a la historia del país más influyente del siglo pasado y a un régimen que, basado en el comunismo, convirtió el mundo en un sistema bipolar. La sentencia de muerte del país más grande del planeta se había firmado diecisiete días antes en la reserva natural de Belavezhskaya, situada en Bielorrusia, a pocos kilómetros de Polonia.

Allí, el 8 de diciembre, los presidentes de Rusia (Boris Yeltsin), Ucrania (Leonid Kravchuk) y Bielorrusia (Stanislav Shushkevich), las tres repúblicas que conformaban el núcleo primigenio de la Unión Soviética, se reunieron en secreto para rubricar el ya conocido como Tratado de Belavezha, por el cual estos tres territorios declaraban formalmente su independencia. Mientras el presidente de la URSS, Mijail Gorbachov vivía ajeno a lo sucedido, convirtiéndose en un presidente sin país, teniendo que dimitir tan solo unas horas antes de que se llevara a cabo esa histórica arriada de bandera, no sin antes declarar que “La disolución de la Unión Soviética fue una violación de la voluntad del pueblo”. El 17 de marzo de de ese mismo año más del 76% de los ciudadanos soviéticos votaron en referéndum que se mantuviese la URSS.

Casi setenta años habían pasado desde que en 1922 Vladimir Lenin fundara la Unión Soviética, el primer Estado socialista de la historia. Ideado como una federación de repúblicas, tras la Revolución de febrero de 1917. La URSS fue la sucesora del Imperio ruso, estableciéndose finalmente como tal después de cinco largos años de una guerra civil que enfrentó al Ejército Blanco, fiel a los zares, contra el Ejército Rojo, formado por los bolcheviques que habían llevado a cabo la Revolución, dispuestos a ejecutarla hasta sus últimas consecuencias. Por el camino quedaron miles de víctimas, contando entre ellas a los miembros de la familia imperial, con el zar Nicolás II a la cabeza, que fueron ejecutados a las afueras de Ekaterimburgo, el 17 de julio de 1918.

El último de los Romanov murió después de haber abdicado en marzo del año anterior, dejando a la monarquía de su país huérfana, algo que sigue añorando un alto porcentaje de la sociedad rusa. El avance de la sociedad, una vez establecido el nuevo orden, fue imparable, pasando de ser una sociedad feudal y con un exagerado nivel de analfabetismo a convertirse en el país más industrializado del mundo, primero en lanzar al hombre al espacio y con un potencial armamentístico sin precedentes en la historia de la Humanidad. Un desarrollo interrumpido por la invasión del Ejército nazi en junio de 1941, que sumió al país en la mayor catástrofe vivida en su historia, finalizada en mayo de 1945, después de perder a más de 23 millones de personas. Sería difícil adivinar adónde habría llegado la URSS, de no desintegrarse hace 30 años, pero lo cierto es que todavía hoy muchos de los ciudadanos que vivieron aquella época la siguen añorando. El presidente de Rusia, Vladimir Putin, dijo en una ocasión que “quien no extraña la Unión Soviética, no tiene corazón. Quien la quiere de vuelta, no tiene cerebro”, poniendo de manifiesto la grandeza de la extinta potencia y los fallos de un sistema que se vendía como utópico en el resto del mundo, pero que de puertas para adentro era cerrado y autoritario.

El final de la URSS supuso el comienzo de las quince repúblicas que la conformaban, que estrenaban independencia sumidas en una crisis económica y de identidad. La década de los noventa fue caótica para los 287 millones de antiguos ciudadanos soviéticos, que no tuvieron más remedio que acostumbrarse a un capitalismo cuyas reglas de juego nadie les explicó.

La aparición de las mafias y los oligarcas, unido a la continua devaluación de las monedas locales propiciaron una crisis de identidad y la bajada del nivel de vida. La trayectoria de las repúblicas que conformaron la Unión Soviética a lo largo de estos 30 años ha sido dispar, los Países Bálticos (Estonia, Letonia y Lituania), se encuentran completamente integrados en la Unión Europea y en la OTAN, mientras algunos países de Asia Central, como Uzbekistán, Tayikistán o Turkmenistán, viven en regímenes autoritarios propios de su zona geográfica. Rusia, autoproclamada heredera de la Unión Soviética, ha tomado el testigo de su antecesora convirtiéndose en una potencia en política internacional y con una economía estable, gracias a los boyantes precios de los hidrocarburos.

Echando la vista atrás muchos se preguntan qué pudo pasar para que la URSS desapareciera. La falta de libertades, de acceso a la propiedad privada y el declive económico de un sistema obsoleto pudieron ser las principales causas de su extinción, sumado al desgaste producido por la carrera armamentística y al interés de sus dirigentes para pasar a ser dueños de lo administrado fueron causas más que suficientes para enterrar un sistema que ya a pocos convencía. Las reformas emprendidas por Gorbachov no fueron suficientes y enfurecieron a los sectores más conservadores del comunismo, que demonizaron a la recién estrenada Perestroika, provocando el golpe de estado entre el 19 y el 21 de agosto de 1991. El suceso, lejos de afianzar los valores proclamados para su fundación por los ideólogos del golpe, supusieron la puntilla, no solo para Gorbachov, sino para la imagen que los ciudadanos tenían de su país, sumiendo al sistema en un caos aprovechado por algunas de las repúblicas para acelerar sus esfuerzos por alcanzar la independencia.