Internacional

Asalto al Capitolio

El golpe de Trump a la democracia

La noche del 5 de enero el presidente norteamericano trató de boicotear la nominación de su sucesor con una turba. El sistema aguantó

Jacob Anthony Angeli Chansley, durante el asalto al Capitolio de EE UU el pasado 6 de enero
Jacob Anthony Angeli Chansley, durante el asalto al Capitolio de EE UU el pasado 6 de eneroJIM LO SCALZOEFE

John Adams fuel el primer vicepresidente de EE UU con George Washington, así como el segundo presidente de la joven República. Tuvo una posición más que privilegiada para entender de primera mano las características de un sistema político experimental casi que acabaría convirtiéndose en el modelo y ejemplo a seguir: la democracia. Pero Adams sabía de la fragilidad de este modelo político que depende en gran parte de la buena voluntad por parte de los poderes públicos, no solo para su buen funcionamiento, también para su supervivencia. Sus miedos quedaron reflejados en una de sus más célebres frases que está grabada sobre el dintel de la chimenea del Comedor de Estado de la Casa Blanca «Que nadie más que un hombre honesto y sabio gobierne bajo este techo». Adams temía que los poderes del presidente pudieran caer en manos de aquellos que pudieran abusar de ellos, e incluso que pudieran llegarse a negar a entregar el poder una vez su mandato hubiera concluido. Este modelo político se basa en la voluntad de aquellos que ostenten el poder en dejar su puesto a los que hayan sido elegidos.

Ya en noviembre de 2020, apenas un par de días después de las elecciones, avisaba en LA RAZÓN sobre la estrategia que podría llegar a seguir Trump para no aceptar la victoria de Biden. Adams tuvo otra célebre frase en la que se refería al puesto de vicepresidente como «el puesto más insignificante que jamás haya inventado el hombre o concebido su imaginación», y, sin embargo, en lo que se refiere a la transición entre presidentes, el vicepresidente tiene la capacidad de hacer descarrilar el proceso.

El sistema estadounidense establece un cuerpo intermediario denominado el Colegio Electoral que es elegido por sufragio universal. Este es luego encargado de la elección del presidente. El hecho de que la elección no sea directa permite que este cuerpo tenga una gran influencia sobre el resultado final de las elecciones. Los parlamentos estatales pueden asimismo cambiar a los delegados al Colegio Electoral si la legitimidad de los comicios se pone en entredicho. Se puede dar el caso de encontrarse el día de la ratificación por parte de la sesión conjunta del Senado y la Cámara de Representantes con delegaciones distintas, en cuyo caso, el vicepresidente, como presidente pro tempore del Senado, tiene la capacidad de aceptar, o no, a los delegados del Colegio Electoral, cuyo cometido es la elección formal del presidente de EE UU.

Precisamente, esta fue la estrategia que Trump intentó seguir en la noche del 5 de enero en que pidió a su vicepresidente Mike Pence que no aceptara a los delegados del Colegio Electoral en base a supuestos fraudes de los cuales no ha quedado constancia alguna. Esta estrategia fue adoptada en una reunión el 4 de enero en la que John Eastman, abogado de Trump, delineaba punto por punto las formas de las que contaba el vicepresidente para evitar la ratificación del nuevo presidente. Afortunadamente, Pence se negó a seguir las instrucciones de su jefe.

A las 08:17 del 6 de enero, Trump tiraba de Twitter e instaba públicamente al vicepresidente: «Todo lo que tiene que hacer Mike Pence es mandarlos de vuelta a los Estados, Y GANAMOS. Hazlo Mike, es el momento de la valentía extrema». Desde ese momento la turba se hacía con el Capitolio, llegando a poner en peligro a varios senadores y representantes, así como al propio Pence, que se encontraba a metros de la muchedumbre. A las 14:24, ante la continua negativa por parte de Pence, Trump le señalaba: «No tuvo el valor de hacer lo que debía para proteger a nuestro país y nuestra Constitución».

Pence aguantó citando su juramento a la Constitución que le impedía en conciencia establecer por sí solo la legitimidad de los delegados del Colegio Electoral. Se unía así a otros vicepresidentes que se negaron con anterioridad a utilizar su poder en beneficio propio como Richard Nixon ante la elección de John F. Kennedy o Al Gore ante la elección de George W. Bush. La situación en Washington es preocupante. El país muestra síntomas de estar gravemente enfermo. Barbara F. Walter, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad de California, publicará en los próximos meses un estudio revelador. Aplicando parámetros desarrollados por el Center of Systemic Peace y que se utilizan para vigilar los niveles de violencia en lugares de alta inestabilidad política, según Walter, EE UU estaría llegando a niveles de polarización que indicarían una alta probabilidad de conflicto.

No necesitamos de detallados estudios para darnos cuenta de la extrema fragilidad del sistema. Nos encontramos en un momento de cambio de paradigma. Nuestras sociedades occidentales están cada día más divididas, y nuestro modelo político y social basado en el liberalismo está en entredicho. EE UU, a pesar de haber liderado el establecimiento del orden liberal, se encuentra también sumido en crisis. Su modelo político es el ejemplo, pero no es invulnerable, es un frágil sistema, no más que un experimento democrático en un mar de autoritarismo. No deberíamos darlo por hecho. Debemos apuntalar el sistema y alejarnos de los cantos de sirena del populismo y del nacionalismo que bien pueden llevar a nuestra endeble nave al naufragio entre las rocas.