China
Política, patriotismo y propaganda: la diplomacia olímpica del dragón rojo
Los inminentes Juegos Olímpicos de Invierno de Pekín se enfrentan a varios retos, en parte por ser los más conflictivos desde los de Berlín de 1936
Los inminentes Juegos Olímpicos de Invierno de Pekín -los más conflictivos desde los de Berlín de 1936- se enfrentan a varios retos: Llamadas al boicot en Occidente, la nueva variante Omicrón, acusaciones de espionaje informático o de violar los derechos humanos y una silenciada demandante de #MeToo, la tenista Peng Shuai.
Las pistas de esquí y patinaje, así como los trampolines y la nieve artificial, están preparados en un país que se estrena como anfitrión y donde la planificación es casi una religión. La pirotecnia será espectacular, las instalaciones fastuosas y la mascota, un panda sonriente llamado Bing Dwen Dwen, será omnipresente. China promete unos Juegos “espléndidos, excepcionales y extraordinarios”.
Se trata de una competición mucho mas minimalista y discreta que la de 2008, donde el tradicional relevo de la antorcha olímpica lo harán 1.200 personas, robots acuáticos y un coche sin piloto, que se detendrán ante la Gran Muralla China, el Palacio de Verano y el gran Parque Forestal.
En unas instalaciones cercadas por una infinita valla impenetrable, los casi 3.000 atletas participantes, representarán 90 Comités Nacionales Olímpicos y se batirán durante dieciséis días en un ritual de exhibición de proezas. Para el gobierno chino, que en los últimos años no ha ocultado su deseo de promover su supremacía en el escenario internacional, el objetivo es llevar la gloria a la patria, y en esta ocasión la gloria viene en forma de aros olímpicos que abrazan al dragón rojo.
La celebración de los eventos en una burbuja hermética, sin público extranjero, otorga al Partido Comunista un control casi total sobre el evento, un verdadero instrumento de propaganda interna.
Pekín 2022 se disputará en un momento geopolítico histórico sin parangón, en la era posterior a la Segunda Guerra Mundial. En la era moderna, las olimpiadas siempre han tenido un sabor politizado. Recordemos el difícil clima político de los Juegos de Moscú de 1980 y Helsinki de 1952, en plena Guerra Fría, o el atentado terrorista de Múnich de 1972. Históricamente, muchos países los han boicoteado en protesta o en solidaridad por razones políticas y sociales.
En esta ocasión, Estados Unidos y sus aliados han declarado un boicot diplomático conjunto y han enviado un claro mensaje de oposición, tanto a las políticas y prácticas de derechos humanos de Pekín como a la “comunidad de futuro compartido para la humanidad” de Xi, que está preparada para convertirse en una de las narrativas clave de los Juegos.
Estos países han acusado a China de: el genocidio uigur, el aplastamiento de las libertades políticas y civiles en Hong Kong, el asalto a la cultura y la religión tibetanas, el olvido forzoso de la identidad mongola y de otras minorías étnicas, la “diplomacia de los rehenes”, los ataques a los abogados de derechos humanos, al Estado de Derecho, a la libertad de expresión, a la libertad religiosa...En pleno año electoral, Xi ha hecho del éxito de este evento una cuestión personal. Al igual que ocurriera con la Alemania nazi a mediados de 1936 con su rival Gran Bretaña, la China de principios de este año es una superpotencia reconocida y observada con recelo por sus vecinos, con un poderío económico en rápido crecimiento y con incontables agravios contra la que considera su máximo rival, Estados Unidos.
El partido comunista está centrado a su vez en los preparativos del 20º Congreso, que se celebrará este otoño y en el que se espera que Xi consiga un tercer mandato como secretario general, consolidando su condición de líder más poderoso del país desde Mao Zedong. La prioridad de cara al citado cónclave es garantizar la estabilidad interna y evitar las crisis públicas, por lo que la perspectiva de una flexibilización de las restricciones en su política de cero covid a corto plazo parece remota.
La pandemia otorga al país anfitrión la máxima cobertura para limitar el acceso de diplomáticos, de los atletas y de periodistas visitantes al resto del país, algo que la mayoría de los observadores consideran que hubiera perseguido de todos modos.
La competición se desarrollará con una “burbuja libre de Covid” para que los deportistas sólo tengan acceso a sus espacios vitales o a los de competición. Los espectadores serán mínimos y se ha excluido a los asistentes extranjeros. Se ha pedido a los presentes que aplaudan, los vítores y los gritos están prohibidos. Los esquiadores y patinadores deben vacunarse -o enfrentarse a una cuarentena de 21 días-, hacerse pruebas diariamente y llevar máscaras cuando no compitan o entrenen.
Xi desea impresionar con su capacidad para organizar estas Olimpiadas de acuerdo con su mandato de dos años enfocada a un país sin virus. Se aferra a este objetivo a pesar de que muchos médicos occidentales creen que la variante Omicron se instalará en el evento como un atleta más, debido a su perniciosa transmisibilidad y a sus síntomas a menudo imperceptibles.
De hecho, a menos de dos semanas del inicio, se detectaron los primeros casos de la variante altamente transmisible en la capital. El brote se atribuyó a un individuo sin antecedentes de viajes recientes, lo que hizo temer que el virus ya esté circulando por la ciudad, aunque las autoridades han tratado de desviar la culpa al correo internacional. Al menos nueve ciudades han notificado casos de Omicron, entre ellas la vecina Tianjin, Shanghai y el centro de fabricación de alta tecnología de Shenzhen, en el sur del país.Los sistemas de videovigilancia in situ y la tecnología de reconocimiento facial se utilizarán para seguir los movimientos de cada atleta. China cuenta con el más sofisticado mecanismo de identificación de rostros e inteligencia artificial del mundo.
El régimen pretende además controlar de forma exhaustiva todos los servicios de telefonía, Internet y redes sociales en las sedes olímpicas. Esta combinación de limitaciones de acceso, riesgos para la seguridad de las comunicaciones y restricciones de movimiento deriva del compromiso chino con la soberanía nacional como ideología dominante, y estará en plena exhibición durante la celebración.
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