China

El Triángulo Dorado: «Las Vegas del crimen» en el corazón del Mekong

Entre Laos, Tailandia y Birmania, esta Zona Económica Especial se ha convertido en centro de corrupción y violencia

A night market is pictured at the Golden Triangle Special Economic Zone, GTSEZ, in Bokeo province, on July 28, 2024. Many sign illuminations are written in Chinese.( The Yomiuri Shimbun )
A night market is pictured at the Golden Triangle Special Economic Zone, GTSEZ, in Bokeo province, on July 28, 2024. Many sign illuminations are written in Chinese.( The Yomiuri Shimbun )Shinsuke YasudaAFP

En las entrañas del sureste asiático, donde el río Mekong traza sinuosas rutas entre selvas espesas y fronteras difusas, se atisba un enclave que desafía toda noción de ley y justicia: la Zona Económica Especial del Triángulo Dorado (GTSEZ). Ubicada en la provincia de Bokeo, Laos, y conectando Birmania, Laos y Tailandia, esta región es un punto rojo en el mapa, además de un vórtice de corrupción, violencia y codicia que opera con descarada impunidad ante gobiernos incapaces de contenerlo. Lo que nació como una promesa de desarrollo económico se ha transformado en un santuario para narcotraficantes, tratantes de personas y ciberdelincuentes, y un reino donde el crimen impera en un vacío legal. Un informe devastador del International Crisis Group destapó esta «cloaca», exigiendo la atención global.

La ostentosa GTSEZ fue concebida como un faro de progreso, una utopía de cooperación regional destinada a impulsar el desarrollo en una de las zonas más olvidadas del sureste asiático. Sin embargo, bajo la dirección del empresario chino Zhao Wei, sancionado en 2018 por EE UU por su implicación en tráfico de drogas, trata de personas, blanqueo de capitales, soborno y tráfico de vida silvestre, esta visión se ha transformado en una distopía. En el corazón de esta área opera el Grupo Kings Romans, un consorcio chino con un historial delictivo que hiela la sangre. Su colosal casino coronado con una flor de loto, un monumento grotesco a la avaricia, atrae a jugadores al borde de la ruina y funciona como una máquina de lavado de dinero, canalizando miles de millones en fondos ilícitos mientras sostiene un dominio de narcotráfico, esclavitud humana y fraudes cibernéticos. Este no es un simple centro de apuestas; es el opulento núcleo de una organización estructurada, protegida por milicias armadas y amparada por un sistema corrupto que sofoca cualquier atisbo de justicia.

Los números son escalofriantes. El territorio genera miles de millones de dólares anuales, gran parte provenientes de actividades ilícitas. Desde el Estado de Shan en Birmania, devastado por conflictos, fluyen opio y drogas sintéticas, con el enclave como arteria principal. El Triángulo Dorado se ha consolidado como el mayor centro mundial de producción de metanfetamina, inundando ciudades desde Bangkok hasta Nueva York con sustancias letales. Pero el narcotráfico no es todo. Redes de trata de personas aprovechan las fronteras porosas para traficar mujeres y niños hacia burdeles y talleres clandestinos, operando como una maquinaria bien engrasada. Las rutas fluviales del Mekong y los pasos fronterizos son autopistas para el crimen.

En paralelo, sindicatos de cibercrimen atrincherados en complejos fortificados ejecutan estafas globales que desangran a víctimas por cientos de millones. Escudados por la extraterritorialidad del enclave, estos delincuentes utilizan criptomonedas para mover billones sin dejar rastro. Los «hackers», algunos formados en universidades de élite, atacan bancos, gobiernos y empresas con «ransomware», robando datos y extorsionando con una eficiencia aterradora.

La tecnología es su arma definitiva: drones y sistemas satelitales les permiten burlar a las autoridades, mientras el Mekong se transforma en un campo de batalla donde las balas y las ganancias fluyen con igual rapidez. Las guerras entre bandas por el control del río son brutales, marcadas por emboscadas, asesinatos y tiroteos que recuerdan que, en este rincón del mundo, el poder se forja con sangre.

La impunidad de esta «Disneylandia del pecado» se nutre de un entramado de corrupción, intereses geopolíticos y codicia insaciable. Laos, un país estrangulado por la pobreza, ha cedido su soberanía a cambio de migajas económicas, otorgando a este refugio una autonomía casi absoluta. El Grupo Kings Romans, con vínculos al crimen organizado chino, ejerce un control que trasciende Bokeo. Funcionarios locales son comprados o silenciados mientras China, Tailandia y Myanmar guardan un silencio calculado, temerosos de perturbar el frágil equilibrio regional. Las élites laosianas, que tienen intereses en la zona, la presentan como una herramienta para transformar la región, reemplazando su imagen de foco de heroína por un polo de servicios y agricultura.

El cerebro detrás de esta operación ha tejido una narrativa de alivio de la pobreza y desarrollo económico para justificar la GTSEZ. Zhao ha invertido en escuelas, templos, carreteras y complejos deportivos en Laos, Tailandia y Myanmar, presentándose como un filántropo. Promete que la zona abarcará complejos agroindustriales, ganaderos, un centro de exportación, un hub farmacéutico y tecnológico. Los medios laosianos elogian el territorio por atraer inversiones y fomentar el turismo en regiones fronterizas subdesarrolladas. Además, las actividades legítimas de Zhao se alinean con los intereses estratégicos de China, fortaleciendo su presencia en el Mekong. Los inversores chinos gestionan la zona, el yuan es la moneda de intercambio, y tropas del Ejército Popular de Liberación chino apoyan a las fuerzas de seguridad laosianas. Así pues, Zhao ha vinculado la GTSEZ a la icónica Iniciativa de la Franja y la Ruta, prometiendo contribuir al desarrollo agrícola, tecnológico e infraestructural de Laos.

Sin embargo, esta fachada de progreso oculta una realidad bien distinta. A pesar de las condenas internacionales por secuestros, trabajos forzados y estafas, Pekín no ha intervenido de manera significativa. Las redadas y detenciones son esporádicas, y no hay evidencia de cierres de empresas o procesamientos de traficantes. Los casinos operan sin descanso, protegidos por milicias armadas. Los desalojos forzosos desplazan comunidades enteras para dar paso a complejos de lujo, mientras la contaminación y la deforestación están matando al Mekong.