
Opinión
Los cien días que agitaron a EE UU y al mundo
La segunda Administración Trump es una apuesta por el choque, por la reforma y la reconstrucción de EE UU sin concesiones y sin importarles las consecuencias

Los primeros cien días del segundo mandato presidencial de Donald J. Trump han confirmado lo que muchos anticipaban: no solo el regreso del hombre, sino del proyecto, pero reforzado, endurecido y acelerado. El 20 de enero, frente a un Capitolio con ambas Cámaras dominadas por el Partido Republicano, controlado este por sus aliados y una nación polarizada, Trump inició una nueva etapa caracterizada por una ofensiva ideológica sin precedentes. Desgranó lo que sería una hoja de ruta y una diplomacia desafiante y un enfoque personalista e intervencionista del Poder Ejecutivo. Su segundo mandato no ha sido una continuación: ha sido una refundación de un proyecto que nunca vio la luz en Trump 1.0.
1. Nacionalismo ejecutivo: entre la afirmación y la exclusión
Desde el primer día, la Casa Blanca ha funcionado como una sala de mandos dispuesta a ejecutar, con velocidad de cirujano de urgencias, su visión de unos EE UU fortalecidos, aunque sus políticas no siempre tengan ese resultado. La batería de 143 órdenes ejecutivas (hasta la fecha), han querido aplicar de manera acelerada su hoja de ruta MAGA y muchas están orientadas a desmantelar políticas heredadas o reinstaurar lo que la Administración denomina «patriotismo institucional».
El desmantelamiento de los programas de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI) no solo ha sido simbólico. La retirada de más de 2.000 millones de dólares en subvenciones a universidades como Harvard ha abierto un debate de fondo: ¿puede una democracia penalizar la pluralidad ideológica en nombre de la libertad académica y de la lucha contra el extremismo ideológico (que es cierto se ha instalado en alguna de las universidades más prestigiosas del país)? Trump lo ha hecho. Y lo ha hecho con una narrativa que resuena poderosamente entre sus bases: la reconquista del mérito frente a la «ideología impuesta del privilegio» a unas minorías cuya discriminación el trumpismo considera superado y, en consecuencia, constituye una injusta ventaja por discriminación positiva de gentes perfectamente integradas en el sistema.
La doctrina «América Primero» ha vuelto con ímpetu redoblado. En actos como el multitudinario mitin en Flint (Míchigan), el presidente ha reafirmado su compromiso con las clases trabajadoras industriales, anunciando inversiones como la de Hyundai Steel en Luisiana, símbolo –más retórico que operativo– de su promesa de relocalizar la manufactura y reindustrializar el país.
En el terreno migratorio, el tono y el fondo han sido más duros aún. Sus bases se lo exigen y lo que es los europeos decidimos ignorar machaconamente es que son las minorías de inmigrantes nacionalizados o con sus papeles en regla los que más empujan al trumpismo a aplicar mano dura con la inmigración ilegal. Parece obvio los ilegales son competencia desleal a quienes han logrado de manera legal y con inmenso esfuerzo llegar al Valhala americano. Las deportaciones exprés, las imágenes de redadas transmitidas en horario estelar y la polémica (pero muy popular entre sus bases) reubicación de inmigrantes ilegales, acusados o condenados por graves delitos en centros penitenciarios de El Salvador, han sido aplaudidas con entusiasmo por sectores que ven en esta política un signo de soberanía recuperada. El trumpismo desprecia la alarma que ha provocado en sectores de la opinión pública internacional.
2. Tensión geoeconómica: aranceles, riesgos y apuestas
La «Liberación Arancelaria» del 5 de marzo –bautizada así por la propia Administración– ha supuesto un «shock» tectónico en la economía global. Aranceles del 145% a productos chinos, seguidos por medidas similares a México, Canadá y la Unión Europea, así como a países que se han convertido en centros manufactureros para la industria occidental (Vietnam, Indonesia, Bangladés, etc.) han precipitado una guerra comercial sin precedentes desde los años treinta, provocada entonces por el inefable presidente Buchanan, al que hemos dedicado ya algún «cariñito» en estas mismas páginas. Las bolsas reaccionaron con fuertes caídas. Wall Street perdió un 8% en dos semanas. Esto ha provocado estupor en un creciente número de multimillonarios estadounidenses que perdieron centenares de miles de millones de valor de sus imperios cotizados. En consecuencia, de este terremoto geoeconómico provocado por un grave desconocimiento de la moderna interdependencia e interconexión de la economía global (Lo mismo le ocurre al actual Gobierno de España con Red Eléctrica y no pocos otros asuntos…), el FMI ajustó a la baja sus previsiones de crecimiento económico globales. Sin embargo, en el relato trumpista, todo es parte del imprescindible «sacrificio patriótico» para que, «tras unos meses difíciles la economía estadounidense volverá a ser independiente, soberana y a crecer con vigor».
Lo cierto es que tras la errática estrategia diseñada por el estrafalario asesor comercial presidencial, Pete Navarro, las negociaciones comerciales y arancelarias las ha asumido el muy competente y más bien moderado secretario del Tesoro (ministro de Hacienda y Economía, en este orden) Scott Bessent. Su equipo económico, ha tenido que salvar los muebles y argumentar que estos aranceles son esenciales para sufragar recortes fiscales y contener la descomunal deuda nacional, estimada en 36 billones (trillones americanos) de dólares. Sin embargo, expertos del Yale Budget Lab advierten de que el coste por hogar de la guerra arancelaria puede alcanzar los 4.900 dólares anuales. El efecto final es incierto. No así la incertidumbre como método.
3. La geopolítica del riesgo: Ucrania, Gaza y Teherán
Trump prometió resolver la guerra en Ucrania «en 24 horas». Cien días después, la paz sigue tan distante como antes. La sugerencia de explotar recursos naturales ucranianos a cambio de apoyo militar ha sido calificada por Kiev como «chantaje sofisticado», y ha tensado las relaciones con el presidente Zelenski, si bien este, tras una complicada disputa con su Parlamento, ha tenido que ceder como se anunció el 1 de mayo. La percepción de un entendimiento con Putin, no siempre desmentida, ha inquietado incluso a aliados tradicionales de la OTAN.
En Gaza, la propuesta de convertir el enclave en una «zona de desarrollo inmobiliario bajo supervisión estadounidense» ha sido recibida entre la incredulidad y la indignación. Trump ha ratificado su apoyo incondicional a Israel, incluso en momentos de creciente condena internacional. En paralelo, ha generado división en el seno de sus bases al abrir el melón de la negociación nuclear con Irán. Los sectores más duros, los halcones más tradicionales de sus bases, han acusado a Steve Witkoff, su íntimo amigo y enviado especial «para todo» de laxitud con Irán. Don Trump Jr., verdadero ariete de su padre, se apresuró a defender al mejor amigo del presidente acusando a sus críticos de ser «neocons anti-MAGA del Estado profundo» (Deep State).
4. El equipo del presidente: lealtades, fricciones y egos
El equipo designado por Trump refleja un equilibrio tenso entre la incondicional fidelidad personal exigida y competencia política, que casi nunca van de la mano. El secretario de Estado, Marco Rubio, con diferencia el más competente del Gabinete junto a Bessent, ha asumido el papel más institucional de estés Administración. Sin embargo, sus divergencias con los sectores más duros y aislacionistas de la base MAGA son notorias. J.D. Vance, vicepresidente y estrella ascendente del trumpismo obrero,, aporta una dimensión cultural-populista que conecta con la América profunda, sin olvidar que se trata de un hombre que, si bien tuvo que luchar contra las adversidades familiares y sociales más tremebundas, es un hombre brillantemente formado (Grado con Magna Cum Laude y Derecho en Yale como alumno muy destacado) y muy culto que, además, no forma parte del «Bible Belt» Evangélico, pues es un converso devoto al catolicismo.
Nombramientos como del muy polémico Pete Hegseth en Defensa, pese a las graves acusaciones de negligencia en la seguridad de las comunicaciones, o Elon Musk en un caótico «Departamento de Eficiencia Gubernamental», reflejan una Administración que privilegia la audacia sobre la ortodoxia. La reciente salida de Mike Waltz (hombre moderado y competentes oficial de fuerzas especiales y héroe de guerra) como asesor de Seguridad Nacional –reubicado como embajador ante la ONU– pone de manifiesto que el control interno del aparato gubernamental es frágil y que tendrá que ser sometido a reajustes constantes.
5. Posibles fracturas en MAGA: la guerra interna
Uno de los elementos más novedosos de estos cien días ha sido la emergencia de un conflicto interno en el seno del movimiento MAGA. Como ya hemos mencionado, el «Súper-amigo» Steve Witkoff, ha sido blanco de ataques por parte de sectores ultraconservadores que acusan a la nueva élite trumpista de moderación y oportunismo. La defensa que ya hemos descrito de Don Jr. deja muy claro dónde están las lealtades de Trump: los ultra conservadores pasan a tercer lugar; su papel es apoyar al proyecto, no dirigirlo.
Esta pugna –más ideológica que programática– pone de manifiesto una tensión latente: entre los pragmáticos, que quieren transformar el poder en resultados tangibles y los puristas, que exigen una revolución permanente. La etiqueta «neocon» funciona aquí como anatema: simboliza todo aquello contra lo que Trump se ha alzado, las élites odiadas por sus bases, aunque no sean «liberal» (aquí sinónimo de izquierdas) y sean ultraconservadores. Básicamente el movimiento MAGA tiene un enemigo principal: «las élites que se refocilan el fango de la ciénaga de Washington, sea cual sea su ideología».
6. Mirando al horizonte: ¿hacia dónde va la segunda presidencia?
Con un índice de aprobación de apenas el 44%, Trump se enfrenta a un panorama complejo. La promesa de contener la inflación aún no se ha cumplido y el impacto de los aranceles en el consumidor medio podría erosionar su apoyo en los suburbios, clave en las elecciones de mitad de mandato.
En el plano internacional, el desafío es aún mayor: ¿cómo conciliar un discurso aislacionista con la necesidad estratégica de liderar en un mundo convulso? ¿Cómo evitar que las alianzas tradicionales colapsen mientras se coquetea con actores impredecibles?
La historia no ha terminado de escribirse. Pero si algo ha quedado claro en estos cien días es que Donald Trump ha regresado no para gestionar, sino para reconfigurar. El proyecto es disruptivo, polémico, audaz. Y sus consecuencias, tanto internas como globales, apenas comienzan a atisbarse.
Conclusión: entre la tempestad y la historia
La segunda presidencia de Donald Trump se perfila como un laboratorio de poder sin precedentes. No es una Administración conservadora en el sentido clásico: es una apuesta por el choque, por la reforma y reconstrucción de Estados Unidos sin concesiones y sin importarles las consecuencias. Está siendo y será un mandato definido por el ejercicio del poder que se sabe polarizante, pero se cree imprescindible. En cien días, Trump ha trazado las líneas maestras de lo que será, sin duda, un mandato muy polémico y de consecuencias hoy apenas previsibles. Ahora queda por ver si la historia lo recordará, como dicen sus incondicionales, por ser el artífice de una transformación duradera o como el responsable histórico de una fractura irreversible en su país y con los históricos aliados de Estados Unidos.
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