Elecciones en Turquía
Erdogan quiere una prórroga para su sueño neootomano
El presidente turco aspira hoy a revalidar el cargo e insuflar nuevos bríos a sus ambiciones exteriores durante los próximos cinco años
Los sultanes otomanos morían por accidente o senectud en el cargo y, a buen seguro, la estancia terrenal les fue breve dados los retos y las ambiciones inherentes a un título de tanta grandeza, habrá pensado en más de una ocasión el actual jefe del Estado turco, Recep Tayyip Erdogan, que aspira este domingo a revalidar el cargo en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales turcas. El mandatario, veinte años en el poder como primer ministro y presidente turco, ansía cinco años más como jefe del Estado para tratar de materializar sus sueños en el ámbito doméstico y en política exterior.
El primer paso parece a esta hora relativamente sencillo para Erdogan, que rozó la mayoría en la primera vuelta de las elecciones presidenciales hace dos semanas, al lograr el 49,5% de los sufragios en unos comicios con participación récord (casi el 90%), y que, si entre todos trataron de convertir en un plebiscito sobre la figura y el régimen construido por el líder islamista, el actual presidente –aunque con menos apoyos que en la convocatoria de 2018- ganó.
Erdogan se enfrentará hoy a Kemal Kilicdaroglu, líder del socialdemócrata y secular Partido Republicano del Pueblo (CHP) y de una heterogénea alianza de formaciones entre las cuales también hay formaciones islamistas y hasta ultranacionalistas. El economista y exfuncionario, de 74 años, obtuvo algo menos del 45% de los votos en la primera vuelta y promete un retorno al sistema parlamentario –frente al hiperpresidencialista implantado por Erdogan en 2017-, gobernar buscando consensos, la ortodoxia económica para sacar al país del atolladero y una política exterior más cooperativa con la UE y Occidente en general.
Islamismo y nacionalismo turcos han sido las dos fuerzas motores de la acción de gobierno de Erdogan tanto dentro como fuera de Turquía, y su corolario ha sido la que se ha dado en llamar el neootomanismo, una suerte de liderazgo político, económico y
espiritual turco sobre las tierras del antiguo Imperio de la Sublime Puerta. Su ambición se acentúa con la reelección como presidente en 2007 y entra en una fase decisiva con la Primavera Árabe, cuando, desmoronándose el viejo orden regional y tambaleándose las dictaduras militares de Túnez, Libia, Egipto o Siria, el mandatario ve la ocasión perfecta para que el islamismo aproveche el vacío generado.
Desde entonces Erdogan, maestro de la transacción y el pragmatismo, ha sabido combinar su papel de socio imprescindible -y a menudo hostil- de Occidente con una inquebrantable alianza con la Rusia de Putin, su apoyo a los movimientos islamistas de la región con la reconciliación con las dictaduras militares de la región, una renovada relación con Arabia Saudí y también con su tradicional némesis, el régimen iraní, al tiempo que ha preservado una sólida cooperación con Israel y amplía sus tentáculos económicos en el África septentrional y occidental. La obsesión por mantener a raya a los movimientos políticos y armados kurdos dentro y fuera de sus fronteras le acercan cada vez más a Damasco después de más de una década de hostilidad con la dictadura de Bachar el Asad.
El portazo europeo a la candidatura turca de ingreso a la UE alejará a Erdogan cada vez más de Bruselas, pero las turbulencias en Oriente Medio y, sobre todo, las crisis migratorias de 2015 y 2016 –Turquía sigue acogiendo a cuatro millones de refugiados- lo convertirán en un socio imprescindible para Europa. Al fin y al cabo, la UE ha aprendido a lidiar con el actual régimen turco, a sabiendas de lo imprevisible de su líder, y sabe que el nuevo orden post-Erdogan –la integración en el bloque volverá a plantearse en el futuro- será necesariamente problemático.
Además, el papel militar de Turquía, undécimo Ejército del mundo, en el seno de la OTAN es cada vez más destacado al tiempo que Washington se retira poco a poco de Oriente Medio, y su reciente veto a la entrada de Suecia–a la que el mandatario acusa de connivencia con el “terrorismo kurdo”- evidencia la voluntad del mandatario de desarrollar una política de seguridad propia.
En este sentido, como explicaba recientemente el investigador del programa de Oriente Medio y Norte de África del think tank británico Chatham House Galip Dalay, durante sus dos décadas en el poder “Erdogan ha apelado directamente a los sentimientos y ego de un país y una sociedad post-imperial”. “Ha enfatizado la idea de la grandeza turca en los asuntos internacionales, enfrentándose a los poderes globales –fundamentalmente occidentales- y gozando de autonomía en su política exterior y de seguridad”, escribía.
El aldabonazo de la semana pasada, al lograr la prórroga del acuerdo para la exportación de cereales ucranianos, despeja cualquier duda sobre las intactas ambiciones de Erdogan por convertir a Turquía en una potencia cada vez más indispensable para Europa y Oriente Medio. El frenazo brusco sufrido por la economía turca y las carencias evidenciadas por la catástrofe natural de febrero pasado –deficiencias urbanísticas vinculadas a redes de corrupción- no parecen frenar al mandatario, de 69 años, que sabe que comienza inevitablemente a escribir la parte final y decisiva de su obra –quizás también la más radical y arriesgada-.
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