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Guerra

Kiev sobrevive a su noche más oscura

La escena que se dibujaba esta noche en las esquinas de la capital de Ucrania no es nueva para la humanidad, igual que tampoco lo son las promesas de paz

Estamos en guerra
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No es casualidad que la palabra humano y humanidad compartan las cinco primeras letras. También la humanidad, de una forma similar a cómo hace cada individuo en la soledad de su conciencia, gusta de hacerse promesas imposibles con una determinación y una energía que pronto se derrumban ante la inevitable evidencia de la realidad. La escena que se dibujaba esta noche en las esquinas de Kiev no es nueva para la humanidad, igual que las promesas de paz tampoco son nuevas en este amalgama de codicias e incomprensibles decisiones que aprisionan desde ayer a la inocente población ucraniana. Los fantasmas de Londres y de Berlín saben lo que significa sobrevivir a un bombardeo en Europa, ellos también sufrieron hace setenta años este ramal de promesas vacías que una y otra vez atenazan la garganta de la paz.

Es importante comprender que la guerra no se desarrolla en exclusiva en el campo de batalla porque un conflicto armado es demasiado vicioso para restringirse a un terreno tan pequeño: mintieron los poetas que nos dijeron que existe honor en la guerra (qué palabra tan espantosa y poco fonética), aunque sea una pizca. La guerra se agarra sin apenas esfuerzo a los soplos imprevistos del viento y en cuestión de pocas horas ha contaminado todo Ucrania. Desde primera hora de la mañana del jueves, en la capital podía apreciarse el fuerte olor que produjo el bombardeo nocturno, y el olor no se va, no se va. Parece que está cogiéndole un gusto especial a adherirse a la ropa y a las casas de los kievitas.

Muchos ciudadanos prefirieron pasar la primera noche de guerra escondidos en los refugios antiaéreos o las profundas estaciones de metro de la capital. Cada hora que crujía aumentaba su suplicio. “Allí dentro no tienes ojos ni manos ni sentidos, solo puedes escuchar los ecos del bombardeo sin saber exactamente de dónde viene”, dice una joven pareja tras pasar una noche en la estación de metro más cercana a su casa. El marido añade que, al cabo de unas horas allí metidos y sin saber lo que ocurría, “sentí unas ganas enormes de subir al exterior, no me importaban ya las consecuencias”. A duras penas consiguió reprimirse.

El honor ha desaparecido de Kiev. Los ucranianos, humillados por los rápidos avances del Ejército ruso hasta cercar su capital, ensordecidos por el aullido intermitente de las sirenas desde las primeras horas de la madrugada, con los oídos tensos y la espalda erecta mientras escuchan los bombardeos que vuelcan su siniestro eco sobre la ciudad, los ucranianos que digo, no se preocupan hoy por las nimiedades que barruntan las películas y los poemas inventados. El heroísmo cobra nuevas formas bajo el delicado gesto de Iván, el marido de una española que se ha visto obligado a quedarse en Kiev. En sus ojos de un azul somnoliento no se aprecia una pizca de ira. Pese a ser reservista ucraniano, él no quiere matar a rusos porque Iván es un héroe de los de verdad, de los que no salen en las películas. Y lo dice él: “¿Cómo voy a abandonar a mi madre? ¿A mi familia? Soy el único que puede protegerles”. Esta noche le temblaba todo el cuerpo mientras procuraba conciliar el sueño, arropado por el gélido edredón que le ha cosido el silbido de los proyectiles que impactan contra la ciudad. Pero empuñará el arma si llega el momento, no lo duda.

Otros han cubierto las ventanas de sus casas con cinta americana, por miedo a que la onda expansiva de alguna bomba reviente los cristales con ellos dentro. Otros se sientan y esperan. Otros tantos aguardan en sus apartamentos mientras ultiman los preparativos de sus cócteles molotov. Cobardes y valientes, patriotas y vendidos, héroes de todos los estilos se reúnen hoy sin remedio en Kiev, la ciudad milenaria que hoy atrae los ojos y los lamentos de Occidente, al menos durante la próxima semana. Luego ya veremos. Y luego ya veremos qué nuevas promesas vacías haremos, a quién, y por quién lloraremos luego.

Cargando las bolsas con la comida de los próximos días y visiblemente temerosa de que los rusos cumplan su amenaza de aislar Kiev cortando el agua y la luz, Anastasia es una anciana que vive sola en su casa y que no sabe qué esperar. Pero está muy enfadada conmigo. Grita que “los europeos han abandonado a Ucrania como hicieron con Polonia en 1939″ y piensa que “si no nos hubieseis hecho falsas promesas con la Unión Europea y con la OTAN”, nada de esto ocurriría porque Ucrania no habría roto relaciones con Rusia. Culpa a los europeos en mayor medida de lo que culpa al mismísimo Putin, señala a los líderes de Occidente por sus promesas vacías que solo han traído desestabilización y miseria a su país. Anastasia atravesó ayer su noche más oscura. Lo hizo sola. Nadie estaba allí para ella, como no fuera para tomarle una fotografía que arranque unas lagrimillas a 3.000 kilómetros de aquí, como si Anastasia fuera el molde que utilizaremos para la próxima promesa. Como si las promesas de Occidente las estuviesen rellenando ahora con su carne los propios ucranianos. Otra vez.