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Liz Truss, la transformación de la nueva dama de hierro

Su sueño de convertirse en diputada estuvo a punto de frustrarse cuando la prensa sacó a la luz su `affaire´ de 18 meses con Mark Field

Cuando una joven Liz Truss se afilió al Partido Conservador, su padre no daba crédito. Se negó a hacer campaña por ella justificando que estaba demasiado ocupado “cortando el césped”. En un núcleo familiar de izquierdas donde se había criado a los niños entre manifestaciones por el desarme nuclear al cántico de “Maggie, Maggie, Maggie, fuera, fuera, fuera” le parecía completamente inverosímil que su primogénita quisiera seguir luego los pasos de la Dama de Hierro.

La joven activista liberal demócrata, la misma que defendía la legalización del cannabis y la abolición de la monarquía, protagonizó una gran metamorfosis para convertirse en la niña bonita del ala dura del Partido Conservador. La continua transformación ha sido siempre la clave de su éxito.

Hace apenas seis años, su carrera política se daba por terminada. Nadie que hubiera hecho campaña por la permanencia del Reino Unido en la UE aspiraba a tener alguna opción en una formación euroescéptica. Pero Truss supo reinventarse. Y su gran habilidad por la transmutación es lo que le ha acabado situándola en Downing Street.

Su metamorfosis de los liberal demócratas a los conservadores ha sido una fuente de intriga. Aunque muchos aseguran que siempre fue gran admiradora de Margaret Thatcher. Un año después de dejar Oxford, se unió al Partido Conservador, donde conoció a su esposo Hugh O’Leary. La pareja se casó en 2001 y son padres de dos niñas. Durante un tiempo, Truss hizo malabarismos para compaginar su carrera profesional en Londres -primero como economista de Shell y luego como jefa de asuntos públicos de Cable & Wireless- con sus ambiciones políticas.

Su sueño de convertirse en diputada estuvo a punto de frustrarse cuando la prensa sacó a la luz su `affaire´ de 18 meses con Mark Field, un parlamentario conservador diez años mayor que ella. Pero el empeño entonces de David Cameron por meter más mujeres y minorías étnicas para renovar al partido consiguieron su supervivencia y el tan esperado escaño llegó en 2010.

Durante la campaña del histórico referéndum de 2016, Truss hizo campaña a favor de permanecer en la UE. Pero tras la victoria del Brexit pasó a abrazar la causa euroescéptica con gran pasión. Durante el Gobierno de Theresa May ocupó la cartera de Justicia. Y Boris Johnson le agradeció luego su apoyo en las primarias de 2019 nombrándola responsable de Comercio. Fue entonces cuando se posicionó como la encarnación de Instagram de la Gran Global Britain, haciendo una crónica de todos los nuevos acuerdos que Londres cerraba con terceros países. No eran otra cosa que un copia y pega de los que tenía cuando era miembro del bloque, pero ella lo supo vender como gran triunfo.

Puede que queden dudas sobre sus credenciales como Brexiteer, pero tanto sus críticos como fieles están de acuerdo en una cosa: “es una tipa tremendamente divertida con fantástico sentido del humor”. Es conocida por sus interpretaciones de clásicos del pop en fiestas de karaoke. Los miembros de su equipo de seguridad entraron en pánico en la conferencia del partido del año pasado cuando se aventuró a salir a la pista de baile de un club nocturno lleno de gente para una fiesta organizada por conservadores LGBT+.

Tras la salida de Dominic Raab por su desastrosa gestión de la retirada de Afganistán, Truss pasó a ocupar uno de los puestos más destacados del Gabinete como ministra de Exteriores. Y respondió a la confianza que había depositado en ella Boris Johnson manteniéndose luego fiel a su antecesor hasta el final.

Cuando el pasado mes de julio tuvo lugar la rebelión que forzó la dimisión de la ambición rubia, Truss (47 años) estaba a punto de volar al otro lado del mundo hasta Bali, Indonesia, para asistir a una reunión de ministros de Exteriores del G20. Solo había dos opciones: cancelar el viaje y arriesgarse a parecer como ministra oportunista que intenta derribar al `premier´ o seguir adelante y arriesgarse a perder terreno frente a sus rivales ante la carrera por el liderazgo.

Jugó sus cartas y ganó. Sus partidarios la ven como una líder de fuertes convicciones. Sus críticos, como una ambición descarada y cínica con demasiado entusiasmo a aceptar cualquier propuesta con tal de tener respaldo político. Sólo el tiempo dirá quién llevaba la razón.