Sudán

El fin de la quinta tregua en Sudán estrecha el cerco sobre los refugiados

Con el término de una tregua cuya prórroga ha durado casi una semana, los combates continúan en las principales ciudades del país y empujan a los refugiados hacia los pasos fronterizos

Sudanese evacuees wait before boarding a Saudi military ship to Jeddah port, at Port Sudan in Sudan, late Tuesday, May 2, 2023. Many are feeling the conflict in Sudan between the military and a rival paramilitary force. (AP Photo/Amr Nabil)
Evacuados de Sudán.ASSOCIATED PRESSAgencia AP

La guerra es en extremo irónica. Y para comprenderlo haría falta colocarse en la piel de un ciudadano de Jartum al que comunicaron que este miércoles terminaba la tregua iniciada el pasado 24 de abril y que fue extendiéndose cada 72 horas hasta la tercera jornada de mayo. Desde el comienzo del alto el fuego aquél (ya lejano) día 24, el sudanés ha escuchado el rugido de los aviones de combate, explosiones, el tartamudeo de las ametralladoras, historias de violaciones que incumben a amigas y vecinas, ha sufrido cortes de luz y ataques de pánico. Y le dicen que el miércoles acababa el alto el fuego que nunca comenzó. Cuando no irónica, la guerra es brutal.

Y los temores en Sudán se acumulan. Europa procura evitar una crisis de refugiados similar a la de Siria, los organismos de la ONU advierten una sucesión de catástrofes humanitarias que van desde la hambruna hasta el colapso de la región, Egipto titubea sobre su posición en el conflicto, los analistas advierten de la inclusión de elementos yihadistas en los combates y los civiles tiemblan cuando un Toyota de las RSF aparca cerca de su casa, pues esto significa que, antes o después, un proyectil lanzado por el ejército regular aterrizará en su garaje.

Mientras las RSF comunicaban este miércoles en su cuenta de Twitter que “durante nuestra contraofensiva, las RSF destruyeron cuatro Land Cruisers y capturaron otros cuatro, aniquilaron cuatro tanques y tomaron el control de otro”; Hamid Khalafallah, un civil sudanés, abandonó su casa en Jartum en la mañana del miércoles diciendo que “justo antes de partir, tres pickups de las RSF se encontraban aparcadas junto a nuestra puerta, lo cual implica el riesgo de un bombardeo. Dije adiós a mi hogar, pero nunca pensé que sería un hasta siempre”. Son las dos caras de la guerra: la celebración del asesino frente al llanto de su víctima.

A lo largo de los últimos días, las posiciones de los bandos enfrentados han variado ligeramente. Las RSF prosiguen su expansión por Jartum, en especial en las zonas que rodean el sur y el este del Aeropuerto Internacional, el Hospital Universitario y el sudeste de la capital. El ejército regular lucha para recuperar el control del barrio de Umm Durman, entre que los enfrentamientos por Geneina, Al Obeid y Fashir continúan sin interrupciones y las tropas del Al Burhan procuran avanzar en las regiones centrales del país.

Una crisis de flujos mixtos

Peter Kioy, director de la OIM en la región, advierte a LA RAZÓN que “si los combates prosiguen, seguirán empujando a personas, ya sean sudaneses o migrantes y refugiados venidos de otros países, hacia las fronteras que rodean Sudán y que ya traían en los meses anteriores a refugiados procedentes de dichos países, creándose así una crisis de flujos mixtos”. Habla de inocentes que vienen y van de una nación a otra en busca de una salvación que no aparece por ningún lugar. La tormenta perfecta está formándose en Sudán.

Los números de refugiados y desplazados internos crecen por cada casquillo que cae al suelo. La ONU calcula que más de 100.000 personas han huido de sus hogares y que otras 800.000 se sumarán al éxodo en las próximas semanas. Y los refugiados sólo pueden huir a otros países por una razón muy concreta: los combates se están dando en las zonas fértiles de Sudán y con acceso a las fuentes de agua, pese a que en el desierto, al norte, no hay enfrentamientos. Aunque, precisamente por ello, las únicas zonas a salvo de las bombas son impracticables para los refugiados debido a la falta de agua. La ironía sigue y sigue: las zonas seguras de balas no tienen agua y el agua está donde caen las bombas. Y cientos de miles de personas tienen que elegir hoy entre el fuego del desierto, el de la ambiciosa artillería o el de las pupilas de los nacionales del país al que decidan huir.