Debate social

La guerra de las lenguas: métodos para integrar más de 2.000 idiomas en 54 naciones africanas

Desde sus independencias hasta hoy, el continente africano se ha visto obligado a escoger entre utilizar las lenguas de quienes les colonizaron o las propias

Thomas Sankara (izquierda) durante un desfile militar en Ouagadougou.
Thomas Sankara (izquierda) durante un desfile militar en Ouagadougou.DANIEL LAINE

Dicen que Léopold Sédar Senghor, expresidente de Senegal y reconocido poeta, escribió una carta a Thomas Sankara cuando el dirigente burkinés decidió cambiar el nombre de su país de Alto Volta a Burkina Faso (cuya traducción literal sería el país de los hombres íntegros), y nombrar además el gentilicio de sus ciudadanos como “burkinabé”. Senghor recordaba a Sankara que el gentilicio adecuado para los países francoparlantes sería “burkineux” y le recomendaba cambiarlo. A lo que Sankara contestó: “No somos franceses y no queremos hablar francés mejor que tú. Somos africanos y el gentilicio se quedará así”.

Lenguas oficiales extranjeras

Esta es una de las luchas del continente africano. Pese a contar con más de 2.000 lenguas en su territorio (frente a las 200 de Europa), y siendo hogar de idiomas hablados por decenas de millones, si no cientos de millones de personas, como pueden ser el suajili, el yoruba o el fula, todavía existe un debate recurrente entre aquellos que abogan por el uso de lenguas externas y quienes sueñan con desterrarlas. Tal es así, que sólo 15 de los 54 países que conforman el continente consideran como lengua oficial o cooficial algún idioma nacional que no sean el árabe o una lengua europea. Sin embargo, sólo el francés funciona como lengua oficial en 21 países. En algunos casos, como en Guinea Conakry, apenas un reducido porcentaje de la población habla el francés de forma fluida; mientras que el inglés, lengua oficial exclusiva de Namibia, lo hablan apenas un 7% de sus nacionales.

Se forman así tres niveles de la lengua en un gran número de países africanos: un nivel institucional, oficial y burocrático; un segundo nivel que concuerda con la lengua más hablada por la mayoría; y un tercer nivel compuesto por las lenguas habladas entre los diferentes grupos étnicos que forman la nación. Así, habrá países como Senegal donde la lengua oficial es el francés, pero cuya lengua más hablada es el wolof junto con otros 36 otros idiomas que son hablados por las diferentes comunidades que forman el país. O naciones como Somalia, donde tanto la lengua oficial y la lengua más hablada es el somalí, pese a que dentro del país existan además otros 11 idiomas. Es extremadamente difícil en África que los tres niveles lingüísticos coincidan, como no consideremos algunos países del Magreb (donde la lengua más hablada es el árabe, esto es, una lengua de origen no africano).

El profesor y escritor Yao N'Guetta señala en una conversación telefónica desde Costa de Marfil que “el drama de las generaciones actuales es que viven entre dos idiomas de los que apenas saben nada, no hablan bien el francés pero tampoco las lenguas locales”. En su opinión “se pierde el discurso y la literatura de un idioma: formas de saludar, ritos del lenguaje que están desapareciendo y que debemos recuperar para evitar la muerte de estos idiomas”.

Un asunto de vida o muerte

Hay quienes consideran que la muerte de un número limitado de lenguas africanas es inevitable. Mientras naciones como España hacen gala de siete u ocho lenguas, Nigeria cuenta con más de 500. Quienes opinan que un número de idiomas más reducido facilitaría su implementación en las estructuras del Estado. El profesor N'Guetta no lo ve así, y pone de ejemplo a Camerún, donde se hablan unas 230 lenguas. En este país se ha establecido un ordenamiento jurídico para otorgar la misma importancia a cada una y trabajar en su evolución de forma equitativa. Porque una lengua que no evoluciona, muere, siendo en este sentido como una criatura viva. “Y los marfileños tenemos sesenta lenguas pero no hacemos nada”.

Sin embargo, Camerún serviría también como ejemplo para comprobar hasta qué sangriento límite llega la cuestión del idioma en el continente africano. Su actual territorio fue víctima de la división colonial después de repartirse entre Francia e Inglaterra tras la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, lo que ha provocado en los últimos años un movimiento secesionista liderado por angloparlantes que desean escindirse de las regiones donde la lengua oficial mayoritaria es el francés. Miles de personas han fallecido como consecuencia de la guerra iniciada en 2017 y más de 500.000 inocentes se han visto obligados a abandonar sus hogares. Todo por una lengua que ni siquiera procede de su continente.

En algunos países de África se muere y se mata por las lenguas de otros. Y este asunto de vida o muertepuede en ocasiones significar la supervivencia de un idioma. Que muchas lenguas oficiales no concuerden con su realidad social ha provocado además una polarización del poder en manos de las élites que tienen acceso a una educación, digamos, acorde con las exigencias del Estado. No debería extrañar a nadie que el hijo del primer presidente de Kenia también fuera presidente, igual que encontraríamos a incontables ministros en el continente cuyos progenitores pudieron enviarles a cursar sus estudios universitarios en Francia o Reino Unido. Y lo dice N'Guetta: “La voluntad política a nivel nacional se plantea primero al nivel del individuo. ¿Qué hago yo, cual es mi papel con la lengua? ¿Me empeño en salvaguardar mi lengua o me posiciono en contra? Esta voluntad propia de cada individuo podría evolucionar a nivel nacional, algo que no ocurre. Preferimos hablar francés y nos basta. Si ya tenemos puesta la mesa, ¿por qué vamos a molestarnos en montar la cocina?”

El profesor N'Guetta explica además que España es un buen ejemplo para comprender la inserción de lenguas locales en las estructuras del Estado: “en cuanto el catalán o el euskera se introdujeron en el circuito económico, volvieron a hablarse tras décadas de represión. Insertar las lenguas en el ámbito comercial otorga valor a una lengua y fomenta el interés por mantenerla”. Lo que se produce, puede procurar venderse. Una venta conlleva un precio, un valor, un interés por mantener el producto. Y no deja de ser triste escuchar cómo los mayores defensores de la lingüística africana consideran vender su lengua como única alternativa para su supervivencia.

Entre las justificaciones halladas para apoyar el uso de lenguas europeas, existen aquellas que consideran el francés o el inglés como medios adecuados para unir la enorme diversidad étnica que afecta a muchas naciones africanas. El novelista ecuatoguineano Justo Bolekia, doctor por la Universidad de Salamanca y académico correspondiente de la Real Academia Española, negaba esta utilidad en su obra Lenguas y poder en África, al afirmar que “tampoco se trata de reunir etnias, sino de dejar que cada una de ellas goce de sus derechos plenos […] y lograr con ello una convivencia pacífica, permitiendo alianzas consensuadas entre unas etnias y otras”. Boleika incide también en el hecho de que a las sociedades africanas “se les negó la oportunidad de ser autosuficientes para no depender ni económica, ni política, ni lingüísticamente de sus agresores coloniales”.

Tanto Bolekia como N´Guetta, igual que tantos otros defensores de las lenguas africanas, consideran elementos como la Francofonía o la Commonwealth rivales a batir en la cuestión lingüística. Cuando organizaciones de semejante calibre hacen frente a países en una situación desfavorecida, el combate es desigual. Atreverse, organizarse e inventar estrategias son palabras que brotan de los labios de N´Guetta. Palabras igualmente aplicables a un escenario de batalla: “Yo mismo soy presidente de una asociación para la lengua añíī que defiende nuestra cultura, igual que tenemos la Academia Marfileña de Lenguas y Cultura”. Lengua y cultura se vuelven así un frente común, tal y como dijo Justo Bolekia, “la pérdida de una lengua, cualquiera que sea ésta, significa la desaparición de una cultura entera”.

Cultura es lengua

En esta fusión irremediable entre la cultura y la lengua, el papel de autores como N´Guetta (sus obras fueron escritas en añíī) es fundamental. También es de sobra conocido entre los literatos africanos el ejemplo promovido por el autor keniano Ngũgĩ wa Thiong'o, cuya novela más conocida, El diablo en la cruz, fue escrita en kikuyu durante su estancia en prisión y sirvió como una suerte de biblia africana para pronunciarse en defensa de la lengua y de la literatura africana. Los escritores resultan en activos fundamentales para la defensa de la lengua, es de sobra conocido, pero resulta difícil que su mensaje cale en países como Benín, República Centroafricana, Burkina Faso, Mali, Sudán del Sur, Chad o Níger, cuyas tasas de alfabetización son inferiores al 40%.

Otro problema con la escritura en lenguas africanas es su terrible escasez, más allá del término literario. Se ve también en la calle. Cada papelito administrativo de cada país, excluyendo ejemplos sagrados como Ruanda o Etiopía, está escrito en una lengua colonizadora, si no árabe, y debe responderse como tal. Vuelve así que leer en la propia lengua no sea tan útil como en otros sitios. Casi cualquier trabajo que no sea hacer surcos en el campo africano requiere de conocer, no ya dos, sino tres o cuatro idiomas como requisito para enfrentar al camarero/oficinista/doctor/vendedor de zapatos al huracán de acentos y contorsiones de la lengua que esperan en las ciudades.

Incluso en Etiopía, país que apenas sufrió la breve invasión de la Italia de Mussolini, uno encuentra un elevado número de textos y letreros públicos traducidos al inglés; lo que supone, irónicamente, un gasto adicional para un país cuyo único pecado fue inventar un alfabeto que no fuera redondeado. Retornando a lo que dijo N´Guetta sobre comercializar las lenguas, se diría que las hay en África que incluso hacen perder dinero.

Es evidente que se encuentran mejorías en esta materia desde comienzos de siglo XXI, y las cúpulas de poder africanas reconocen hoy en mayor medida la necesidad de incluir sus lenguas nacionales en las estructuras del Estado, para beneficio del pueblo. Al ejemplo de Camerún se sumaría la inclusión del suajili como lengua oficial de la Unión Africana en 2004, una puerta que abrió a que la UA concediera finalmente a todas las lenguas africanas el estatus oficial dentro de la organización. O el creciente uso de lenguas mayoritarias de etnias nacionales en determinados países, como pueden ser el wolof en Senegal o los dialectos mandé en Mali. Pero queda mucho trabajo por delante, tanto dentro como fuera de África: resulta interesante comprobar cómo la aplicación de Word todavía subraya de color rojo, como si fueran errores, palabras como añíī, peul, swazi, sona o soninké, algo que no ocurre al tipografiar frisón, gagaúzo o bable.

Se presupone que el lento avance provocará que los próximos años vean el final de incontables lenguas en el continente, la muerte de centenares de culturas, de la misma manera que otras, las más fuertes, encontrarán de forma paulatina un hueco desde donde fortalecerse gracias a un proceso evolutivo. A fin de cuentas, la batalla de las lenguas se resume a dos posibles resultados: la victoria de aquellos que desean homogeneizar las culturas africanas frente a quienes desean motivar su riquísima variedad culturar y tratarla con el mimo que merece.