Opinión
La OTAN renace en Ucrania
La Alianza Atlántica ha tomado conciencia de que debe revitalizar su defensa porque un conflicto de alta intensidad en suelo europeo es posible. Las candidaturas de Suecia y Finlandia demuestran la vigorosidad de la organización
La guerra de Ucrania, desencadenada por Rusia, ha propulsado a la OTAN al primer plano de la escena geoestratégica europea. Esta no es la menor de las paradojas en la medida en que Vladimir Putin no ha dejado de señalar el «activismo» de la OTAN hacia Ucrania como causa esencial de su ataque «preventivo» del 24 de febrero de 2022. Se abre así un nuevo capítulo de la historia para una Alianza nacida de la reconstrucción de un orden internacional sobre las ruinas de dos guerras mundiales. Ha tenido que garantizar su misión de defensa colectiva en cualquier circunstancia. A lo largo de su historia, la Alianza ha sido «víctima» de su propio éxito y ha tenido que responder a las aspiraciones de muchos países de unirse a esta singular organización político-militar.
En 1991, el final de la Guerra Fría y la disolución del Pacto de Varsovia marcaron una etapa clave en la transformación de la Alianza. Mientras algunos vaticinaban el fin de la Historia, ser miembro de la OTAN se convirtió en una prioridad para muchos países surgidos de la desintegración del «imperio soviético». La Alianza era la garantía definitiva de su independencia y seguridad. La ampliación de la OTAN y de su zona de responsabilidad en su parte oriental y luego hacia los Balcanes desplazó sus fronteras y, por tanto, amplió las necesidades militares vinculadas a su defensa colectiva. Este factor de fragilidad se ve acentuado por la reducción de los presupuestos de defensa de los aliados europeos, mientras que las grandes potencias, incluida Rusia, siguen aumentando sus capacidades.
En este contexto, Rusia desató las hostilidades en 2013. Esta guerra, que aún no decía su nombre, iba a dar la voz de alarma a la OTAN al tomar conciencia del riesgo de un conflicto de alta intensidad en suelo europeo y de la necesidad de revitalizar su defensa. Esta voluntad se manifestó en 2014, cuando los aliados se comprometieron a destinar un mínimo del 2% de su PIB a su defensa. En aquella ocasión, también se comprometieron a reforzar su cooperación con Ucrania, que en aquel momento hizo hincapié en la importancia de las garantías de seguridad de Rusia en el contexto del desarme nuclear de Ucrania. Polonia anunció en enero que alcanzaría la marca del 4% en 2023.
Muchos otros países europeos no se quedan atrás. Según un informe de la OTAN, Polonia gastó más del 2,4% de su PIB en defensa en 2022, lo que la sitúa en el tercer puesto de la organización, por detrás de Grecia (3,76%) y Estados Unidos (3,47%). La política de Varsovia se explica en parte por su proximidad a Rusia y la siempre tumultuosa y a menudo brutal historia entre ambos países.
En 2014, la OTAN adopta una postura firme y demuestra su compromiso inquebrantable con la soberanía y la integridad territorial de Ucrania dentro de sus fronteras internacionalmente reconocidas. En 2016, las medidas de apoyo a Ucrania se integran en un paquete global de ayuda para respaldar sus esfuerzos de reestructuración militar y desarrollo de capacidades operativas. Se están adoptando una serie de iniciativas cuyos efectos concretos pueden evaluarse ahora en función del nivel de resistencia de Ucrania frente a la agresión rusa (reorganización del mando, protección frente a ataques híbridos y resistencia de las instituciones y la sociedad ucranianas).
En realidad, las tensiones con la Rusia de Putin se habían centrado en el incumplimiento por parte de la OTAN de su compromiso de no ampliar sus «fronteras» más allá de las de 1997, es decir, de no incluir a los antiguos satélites de la URSS. La invasión de Ucrania, la reacción occidental y la (vieja) dialéctica nuclear ruso-soviética han acelerado las reflexiones sobre la revisión estratégica de la acción de la OTAN desde la Cumbre de Madrid (reforzando su presencia en el Este, tanto en el Norte como en el Sur, por ejemplo) hasta la entrega de armamento pesado a los ucranianos.
Resilientes son –o deberían ser– los aliados atlantistas en la transformación de la OTAN. La entrada de Suecia y Finlandia en la organización –bloqueada temporalmente por Turquía, que pronto cederá, ya que los terremotos la han debilitado considerablemente a ella y a su hombre fuerte Erdogan– y el refuerzo de tropas atlantistas en el Báltico, Polonia y otras fronteras orientales ilustran la necesidad de que la OTAN no espere al final del conflicto de Ucrania para realizar análisis metódicos de las capacidades que requiere un conflicto de alta intensidad en el siglo XXI. Será necesaria una evaluación de los puntos fuertes y débiles de la OTAN para garantizar su defensa colectiva, los esfuerzos presupuestarios que requiere, pero también la necesidad de una nueva estrategia militar polifacética y multidominio, o el papel destacado que debe desempeñar una industria de defensa robusta, innovadora y reactiva.
Más allá de la dimensión operativa y organizativa de la OTAN, es su marco geopolítico el que sus Estados miembros tendrán que actualizar, aunque hayan comprendido –un poco tarde, sin duda– que, detrás de «Moscú el enemigo», está «Pekín el rival sistémico» que se convertirá en el enemigo. El enfrentamiento entre Occidente y China es evidente en los ámbitos financiero, económico y tecnológico. T
ambién es evidente en el ámbito geopolítico. Mientras la OTAN suministra tanques y misiles a los ucranianos, los chinos venden a los rusos armas y logística para apoyar su esfuerzo bélico. Es indiscutible que la OTAN desempeña un papel crucial en el equilibrio de fuerzas entre Occidente y la potencia china con ambiciones hegemónicas. Es probable que los vuelos en globo de Pekín sobre Canadá, Estados Unidos y parte de Latinoamérica, así como el espionaje industrial y militar chino, pongan a prueba la capacidad de reacción de los aliados (y asociados) de la OTAN. El 24 de febrero de 2022, Putin y Xi Jinping fueron testigos de su renacimiento.
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