Reelección

Al Sisi apuntala su dominio faraónico en Egipto

El antiguo militar vuelve a imponerse en unas elecciones presidenciales con casi un 90% de los votos y refuerza aún más su poder dictatorial

Simpatizantes del presidente Al Sisi salen a las calles de El Cairo a celebrar su victoria
Simpatizantes del presidente Al Sisi salen a las calles de El Cairo a celebrar su victoriaTAREK WAJEHAgencia EFE

Un trámite como han acabado por demostrar los hechos, las elecciones presidenciales celebradas entre los días 10 y 12 de diciembre confirmaron este lunes la victoria incontestable de Abdelfatah al Sisi en las urnas. El antiguo mariscal de campo, jefe de Estado autocrático desde su golpe de Estado de julio de 2013, encara un nuevo mandato de seis años –gracias a su reforma constitucional de 2019— con más poder que nunca, el convencimiento de ser uno de los grandes líderes regionales y el riesgo de que los conflictos en Sudán, Libia y Gaza acaben afectando de lleno a Egipto.

A pesar del pobre balance de gestión económica –que ha relegado a dos tercios de la población egipcia, de 110 millones, a la pobreza— Al Sisi volvió a imponerse con una amplia mayoría –aunque inferior el porcentaje de adhesiones al de las dos últimas citas presidenciales—: un 89,6% de los votos. Inesperadamente, la participación se elevó 25 puntos respecto a las presidenciales de 2018 hasta el 66,8% del censo. Medios locales egipcios, como Al Ahram, atribuían la subida “sin precedentes” en el número de votantes a la preocupación de la población ante los riesgos para la seguridad que plantea la situación regional. Los medios opositores no ven sino una maniobra del régimen –que paga a los votantes por ejercer su derecho— para tratar de reforzar su legitimidad.

“Quiero expresar mi gratitud a todos los egipcios que participaron en las elecciones durante estas “circunstancias delicadas” en las que el país sufre la guerra en sus fronteras, lo cual plantea retos para la seguridad nacional y la causa palestina”, aseguró ayer Al Sisi, de 69 años, tras ser anunciados los resultados electorales. “Continúo ante vosotros mi compromiso con la construcción de la ‘nueva república’ en la que todos trabajamos; un Estado democrático que proteja a todos sus ciudadanos basado en la ciencia y la tecnología, y que preserve su identidad y cultura; y que busque para ellos una vida decente y cuente con las capacidades militares y políticas para mantener la seguridad nacional”, resumió su programa para el próximo sexenio el recién electo mandatario.

A pesar de sus promesas de convertir Egipto en una democracia –Al Sisi prometió marcharse en 2022—, en su primera década en el poder, el régimen no ha tenido ninguna contemplación a la hora de hacer tabula rasa con los avances logrados tras la revolución de 2011. El actual presidente es responsable de la detención de decenas de miles de personas entre activistas, periodistas, artistas o abogados por motivos políticos.

Con todo, en mayo –y tras un año de preparación— Al Sisi lanzó la iniciativa del Diálogo Nacional, una propuesta abierta sobre el papel a todas las fuerzas políticas y sindicales con objetivo teórico de mejorar la democracia egipcia. En octubre pasado, varias organizaciones internacionales de derechos humanos denunciaron “el uso masivo y sistemático de la tortura por parte de las autoridades egipcias”.

Pero el gran reto de Al Sisi para el nuevo sexenio es el de mejorar la situación macro y microeconómica de Egipto. Como consecuencia en parte de la pandemia y la guerra en Ucrania y a pesar de haber llevado a cabo una serie de reformas aplaudidas por los organismos internacionales, la inflación se sitúa en Egipto en el 40% y su divisa, la libra, ha perdido desde el pasado mes de marzo la mitad de su valor mientras se triplica la deuda pública.

En el ámbito doméstico cuenta en su haber con el logro de haber procurado la estabilidad a después de años de turbulencias que comenzaron con la revolución de Tahrir –epicentro de la Primavera Árabe—, la caída de la dictadura de Mubarak, la aprobación de una nueva Constitución, la celebración de las primeras elecciones libres y el triunfo y gobierno de los Hermanos Musulmanes –Mohamed Mursi fue el primer presidente elegido democráticamente de la historia egipcia— tras las elecciones de junio de 2012. Junto a la de la estabilidad, la otra bandera de Al Sisi ha sido la de la defensa de las minorías religiosas en el país; una protección reconocida por los líderes de la comunidades cristianas coptas –que representan el 10% de la población— tras su victoria electoral.

Fiel a la estirpe de dictadores que han detentado el poder en Egipto en las últimas décadas, Al Sisi quiere también pasar a la historia por haber llevado a cabo una serie de proyectos marcados por la desmesura. A la cabeza de ellos se encuentra la construcción de la Nueva Capital Administrativa en los alrededores de El Cairo, que tendrá un coste de 58.000 millones de dólares; con ella el antiguo mariscal de campo pretende inaugurar la refundación de la República de Egipto. Además, al Sisi completó en 2015 la ampliación del Canal de Suez, una obra que costó 8.000 millones de dólares.

En el frente exterior, los próximos meses estarán indudablemente marcados por la situación en la vecina Gaza, donde Israel –con el que El Cairo firmó la paz en 1979- y Hamás se enfrentan desde el pasado 7 de octubre. Egipto, que tiene en la península del Sinaí frontera y un paso terrestre con la Franja, se ha negado hasta ahora a abrir su territorio a la población gazatí. Al Sisi es consciente de lo que ha ocurrido con la población palestina refugiada en Siria, Jordania o Líbano: nunca hubo movimiento de regreso.

Además, a pesar de que su ascenso hasta el ministerio de Defensa durante la presidencia de Mursi no se explica sin vínculos personales con los Hermanos Musulmanes, Al Sisi es hoy enemigo declarado del movimiento fundado por Hassan al-Banna –que etiquetó como terrorista— y teme por ello la infiltración de militantes de Hamás en su suelo—especialmente en un territorio poroso y difícil como el Sinaí. Su defensa sui géneris de la causa palestina y resistencia ante las presiones de Israel le está dando ya un empujón de popularidad que lo apuntalará aún más en el poder una vez arrasada la oposición. El dictador favorito de Occidente, y también de Rusia y las monarquías suníes del Golfo –pieza clave en el actual tablero en Oriente Medio-, tiene ya la vista fija en 2034.