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Infancias truncadas

El Born acoge una muestra que visualiza cómo los niños vivieron los bombardeos de 1938

El Arxiu Fotogràfic de Barcelona cede las copias de Pérez de Rozas de aquellos días infames. Foto: Pérez de Rozas / Arxiu Fotogràfic de Barcelona
El Arxiu Fotogràfic de Barcelona cede las copias de Pérez de Rozas de aquellos días infames. Foto: Pérez de Rozas / Arxiu Fotogràfic de Barcelonalarazon

El Born acoge una muestra que visualiza cómo los niños vivieron los bombardeos de 1938.

Las bombas caían entre el estrépito de sirenas y los gritos de la gente que corría desesperada a los refugios. No había donde huir, sólo rezar y desaparecer, como esos niños que creen que nadie les ve si ellos no miran. A los lejos se oía el tambor martilleante de los motores de la aviación italiana y alemana, mientras el hedor a quemado se incrustaba en los nervios y ahogaba hasta la asfixia. «Y, sin embargo, lo que ponía más la piel de gallina eran los ladridos desesperados de los perros», recordaba el escritor Estanislau Torres, que durante los bombardeos de Barcelona de 1938 a penas tenía doce años.

En el colegio, los niños vivían una vida en alerta, con los músculos tensos, en que las bombas eran ese monstruo de pesadilla que se adueñaba por completo de su imaginación. Carme Miralles tenía once años entonces y dibujaba sin perspectiva aquellos terribles aviones destruyendo con bombas pequeñas una enorme masia, mientras los refugios parecían lejanos, imposibles, semiderruídos. Julia Coehlo, compañera suya, con once años también, dibujaba un edificio en llamas y ella huyendo, con su traje azul y sus coletas bien definidas, como si ni siquiera las bombas pudiesen destruir su vida cotidiana. Era una niña valiente. Mientras, José Luis Marín, de 12 años, imaginaba un campo de batalla cercano en una colina llena de sangre y muerte y sangre y muerte y sangre, sobre todo, muerte.

Los niños fueron una de las víctimas que sufrió con mayor violencia el horror de aquellos días en que Barcelona fue un grito en el cielo. Porque el eco de aquellas bombas no les abandonó nunca y marcaron a partir de entonces quién eran y, sobre todo, quién iban a ser. «A los nueve años estas cosas te marcan, ¿no? És una marca, un tatuaje que te queda para siempre, que no te lo puedes sacudir que a veces callaban de golpe y dejaban una sensación fantasmal», afirmaba el artista Josep Guinovart, que a los once años huyó de Barcelona de las bombas a Agramunt, sólo para revivir allí la misma angustia cuando la aviación alemana también arrojó allí su furia.

Cómo la vida implosiona

El Born Centre de Cultura i Memòria presenta ahora la exposición «Una infància sota les bombes», un intento de rememorar, a través de la mirada de los niños, los bombardeos que asolaron la Ciudad Condal en 1938 y que se cobraron la vida de 815 personas, de los cuales 118 eran niños. Comisariada por Jordi Guixé, la muestra se abre con el infame recuerdo del bombardeo en la plaza Sant Felip Neri que acabó con la vida de más de 40 niños, la mayoría huérfanos huyendo de los desastres de la guerra, que vieron como el techo de su refugio antiaéreo se hundía sobre ellos.

La segunda parte incluye una sala con cerca de 70 dibujos infantiles de aquellos días, iluminados cada uno individualmente, lo que les otorga una gran fuerza tanto testimonial como artística, como si los dibujos mismos estuviesen amenazados por la luz de las bombas. Los dibujos muestran cómo era el día a día en aquellos momentos de confusión. Algunos proceden de la colección Soley y fueron utilizados por la República como grito de socorro en el extranjero. La mayoría son del Institut Lluís Vives de Sants.

La muestra la cierra la obra «Des del Guernica», obra monumental de Josep Guinovart donde rememora su propia experiencia con el impacto que sintió con el Guernica de Picasso. La exposición se cierra con fotografías e instalaciones que nos recuerdan que el drama todavía existe por todo el mundo.