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Rebobine, por favor

Los videoclubes se pueden contar hoy con los dedos de las dos manos. Hace 20 años, había entre 3.000 y 4.000. El primero, Import Video, continúa en pie con Fernando Navarro al frente. Miguel Ángel Macías, dueño de Tauro, uno de los pioneros, cerrará en octubre tras más de 30 años.

Fernando Navarro es el propietario de Import Video, el primer videoclub de Madrid. Foto: Rubén Mondelo
Fernando Navarro es el propietario de Import Video, el primer videoclub de Madrid. Foto: Rubén Mondelolarazon

Los videoclubes se pueden contar hoy con los dedos de las dos manos. Hace 20 años, había entre 3.000 y 4.000. El primero, Import Video, continúa en pie con Fernando Navarro al frente. Miguel Ángel Macías, dueño de Tauro, uno de los pioneros, cerrará en octubre tras más de 30 años.

«Y esta tienda, ¿de qué es?», se pregunta un adolescente de 15 años al pasar frente al escaparate. «¡Mira, todavía queda un videoclub!», exclama otro vecino frente al número 61 de la Avenida Marqués de Corbera. Estas son las dos frases que en más ocasiones ha escuchado en los últimos años Miguel Ángel Macías, dueño del Videoclub Tauro. Nada más entrar, el cliente de este local del barrio de la Elipa encuentra un tablón con las últimas novedades en alquiler: «Yo, Tonya», «La forma del agua», «Todo el dinero del mundo»... Efectivamente, serán las últimas. Tras casi 35 años, Tauro echará el cierre el próximo 1 de octubre. De los seis videoclubes que había en el barrio, sólo quedaba el suyo.

Nos desplazamos ahora a Vallecas. Concretamente, al número 1 de la calle Carlos Martín Álvarez. «Import Video» es la «zona cero» del mercado videográfico de la capital: posiblemente el primer videoclub, inaugurado entre finales de los 70 y principios de los 80. Su dueño en estos 40 años ha sido el incombustible Fernando Navarro. Convive literalmente con montañas de DVD que, sorprendentemente, mantienen el equilibrio en un local de 50 m2. Confiesa que no sabe el número exacto de películas que atesora en su establecimiento, pero sí tiene un «mínimo»: 50.000. Ha ido adquiriendo los filmes que los otros videoclubes, cerrados de manera paulatina, han ido liquidando. Apenas trabaja ya el alquiler: la única salida que encuentra hoy en día a las películas está en el mercado de segunda mano.

Son los primeros y también últimos videoclubes de Madrid. Según los datos de Jonas García, de la empresa mayorista Das del Video, los locales que quedan en la capital se pueden contar con los dedos de dos manos: 10. En toda la Comunidad permanecen 15. Las cifras son desoladoras si se comparan con las de hace dos decenios: sólo en la capital había en torno a 3.000 o 4.000 videoclubes.

Miguel Ángel Macías repasa en su ordenador las películas que más veces ha alquilado. «Gladiator», «Braveheart», «Salvar al soldado Ryan»... entre 800 y 900 veces pudieron pasar por los reproductores de sus clientes. Todos ellos, no casualmente, títulos del siglo pasado. En los años 80 era un buen negocio. Su padre abrió el videoclub a principios de década tras una fallida tienda de compra-venta de coches. Le consultó a la familia: «¿Qué podemos hacer?». La respuesta fue Tauro, nombre dado por el signo zodiacal de su hija mayor. Cuando Miguel Ángel tenía 17 años, los videoclubes estaba en alza. Apenas empezaron con 50-100 títulos en los ya extintos formatos de Beta y VHS. Las películas de Beta fueron desapareciendo, pero no dejaron de subir en número de clientes.

Curiosamente, el primer aumento vino en 1990, con la llegada de las cadenas privadas. «Entonces cerraron varias tiendas, pero las que quedamos notamos un aumento», dice. El segundo incremento se produjo en torno a 1999: el DVD comenzó a popularizarse. «Fue la mejor época del videoclub. El cambio en la calidad de imagen era brutal», recuerda. Llegaron a tener 15.000 socios. Una veintena de personas podía hacer cola para llevarse el último estreno. En la Elipa todos conocían Tauro.

Fernando Navarro reconoce que le «gusta más hablar de cine que de videoclubes». De los directores actuales le chiflan David Fincher y Denis Villeneuve. Le encanta Jennifer Lawrence –¿«De verdad no te gustó “Gorrión rojo”?, se sorprende– y le maravilló «Animales nocturnos». No recuerda su primera película, pero sí el primer momento en que quedó hechizado en una sala de proyección: con la muerte de la madre de Bambi, en el desaparecido Cine Chueca. Tenía 4 años. El local de Vallecas empezó como un negocio de venta de electrodomésticos. Pero a Fernando le tiraba el cine. Llegó a tener cinco videoclubes más en Madrid y aledaños y 14 empleados. «Dos chicas hicieron la carrera de Derecho entera mientras trabajaban aquí», apunta. Tres trabajadores se encargaban de rebobinar las cintas de VHS. Sí, la habitual súplica al cliente del «rebobine, por favor» no se hacía en sus videoclubes. «Lo hacíamos nosotros. Era una comodidad para el cliente, pero también revisábamos si nos las habían devuelto averiadas. Las cintas VHS tenían riesgo de roturas», relata Fernando. Eran los «buenos viejos tiempos», en los que alquilar una película costaba entre 200 y 500 pesetas: entre 1,2 y 3 euros.

Todo se torció con la piratería. Incluso mucho antes de internet. Las «travesuras» iniciales consistían en copiar las cintas de VHS. Pero algunos se pasaban. Fernando cuenta que uno de sus clientes alquilaba sus películas, las desmontaba, le quitaba las bobinas y las «trasplantaba» a una cinta virgen que él se quedaba, mientras que al propietario del videoclub le devolvía la cinta con la misma película... pero grabada en vídeo cuando la emitían en televisión. «Le pillamos, pero vino su mujer, llorando, pidiendo que no lo denunciáramos... Y al final lo pasamos por alto». Miguel Ángel recuerda unos cuántos «nombres falsos» que daban algunos clientes para desaparecer posteriormente con la película. Fernando tomó medidas, como poner «superglue» en los tornillos de las cintas y evitar los «cambiazos». También surgió el «anticopy» para evitar grabar de vídeo a vídeo. Pero la piratería seguía su curso. Y las campañas de los distintos Gobiernos –«ahora la ley actúa»– se mostraban inoperantes.

«La primera bajada seria se produjo en 2005, cuando comenzó a cerrar la cadena Blockbuster. Se notaba: lo mismo que le pasaba a la música le iba a pasar al cine: copias piratas, “top manta”...», dice Miguel Ángel Macías. Internet, las «smart tv» y, como apunta Fernando, las nuevas plataformas televisivas, que permiten alquilar estrenos, fueron la puntilla. El paso del internet «de cable» al de fibra óptica, y la velocidad de las descargas supuso un rival imposible de tumbar: era el aquí y ahora. Las películas ya las puedes ver cuándo, cómo y dónde quieras. Un detalle: «Hoy te compras un ordenador y ya no tiene reproductor de DVD», apunta Miguel Ángel. Es triste, pero alguno se pasa por el local sólo para ver la lista de estrenos y averiguar si ya estan listas en internet para su descarga, legal o ilegal. Las cifras de venta de Tauro son significativas: en 2004 pudo llegar a alquilar 5.000 películas; en 2017 fueron 500. Ya no es sólo la industria; son los patrones de consumo los que han cambiado. «Antes se alquilaba una película y la veías en familia. Hoy, acabas de cenar, y uno ve vídeos de YouTube, otro lee, otro ve la televisión...», subraya Miguel Ángel.

Ninguno de los dos se engaña. Los videoclubes son historia. «En 10 años, como mucho...», estima Miguel Ángel. A sus 50 años le toca ahora «reciclarse» profesionalmente. Echará de menos la posibilidad de ver todo el cine que tenía a su disposición y, sobre todo, el trato con la gente, aunque muchos clientes desaparecieran de la noche a la mañana. Fernando, por su parte, seguirá en Vallecas hasta que el cuerpo aguante. ¿Un deseo? «Que no falle el público. Si sigo en esto es porque no me quiero apartar del cine», concluye.