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Comunidad de Madrid

Dentro del exclusivo club de caballeros

La Gran Peña, el local de esta naturaleza más longevo de la capital. Un libro conmemora el 150 aniversario de su fundación. Hoy cuenta con cerca de un millar de socios entre políticos, ex ministros, médicos, diplomáticos y militares

El salón Primo de Rivera, bautizado así por el militar que dio el golpe de Estado de 1923 y reconocido miembro de la peña. Foto: Gonzalo Pérez
El salón Primo de Rivera, bautizado así por el militar que dio el golpe de Estado de 1923 y reconocido miembro de la peña. Foto: Gonzalo Pérez© Gonzalo Pérez MataLa Razón

Son las 14:00 horas y algunos peñistas comienzan a pasar por la recepción de Gran Vía 2. En la planta baja, un retrato de Alfonso XIII antecede al suntuoso salón Primo de Rivera, en honor a Miguel, padre de José Antonio y miembro del club. Entre los numerosos butacones de cuero sobresale un enorme tapiz que reproduce «Los cuatro evangelistas» de Rubens; a sus pies, un piano Érard de 1906 con 90 teclas, no las 88 habituales. En el comedor, las mesas ya están perfectamente dispuestas para recibir a un centenar de comensales. El menú del día incluye, entre los primeros, consomé gelée con caviar, salmón ahumado con alcaparras y huevo...; entre los segundos, lomo de corvina con dados de vieira y langostino, chuletas de cordero recental a la parilla... «Se ruega a los señores que no utilicen el teléfono móvil en el comedor», avisa un cartel. Nos disponemos a subir por la escalera principal, de barandilla dorada e inspirada en la del baptisterio de la catedral de Ávila, y que ahora está coronada con un enorme árbol de navidad. Su destino, la primera planta: exclusiva para socios.

La Gran Peña, el club de caballeros más longevo de la capital, nos abre sus puertas. La ocasión lo merece: han transcurrido 150 años desde su fundación. Un libro editado por Turner e ilustrado con espléndidas imágenes a todo color reproduce un mundo que surgió cuando el arte de la fotografía era aún incipiente: 1869. Un tiempo convulso. La revolución conocida como la Gloriosa destrona y exilia a Isabel II. El Gobierno Provisional, presidido por el general Serrano, aprueba una nueva Constitución. Madrid pasa de ser monarquía católica a capital del Estado liberal. La vida gira en torno a la Puerta del Sol. Bullen los cafés y las tertulias, que irán desplazando a las reuniones de las casas aristocráticas... Es entonces cuando los clubes de caballeros, aquellos puntos donde las clases altas compartían intereses comunes (literatura, deportes, arte, viajes, política...) cruzan el Canal de La Mancha desde el West End londinense hacia el resto de Europa.

En marzo de aquel año, las peñas del Estado Mayor y de Artillería se reunían en el ya extinto Café Suizo, en las confluencias de las calles Alcalá y Sevilla, constituyendo la Gran Peña. Las charlas se iban haciendo más animadas... y peligrosas. Eran años de inquietud política: el más mínimo comentario de índole militar podía ser tildado de conspirador. En busca de mayor privacidad, alquilaron la primera planta. Y debido a que la peña no dejaba de aumentar –contaba con 388 fundadores–, el dueño subía progresivamente el alquiler. Finalmente, encontraron un edificio propio en los años diez del siglo pasado, dentro de un lote que se iba a construir en el comienzo de la avenida Conde de Peñalver, posteriormente Gran Vía. José Canalejas, José Calvo Sotelo y Santiago Bernabéu, entre muchos otros, eran asiduos a sus salones. El propio Franco fue peñista en los años veinte.

Vista general del salón de socios del club de caballeros. Foto: Cuauhtli Gutiérrez/ Libro La gran Peña 1869-2019 (Turner)
Vista general del salón de socios del club de caballeros. Foto: Cuauhtli Gutiérrez/ Libro La gran Peña 1869-2019 (Turner)larazonCuauhtu Gutiérrez

Más de un siglo después, un millar de socios conforman la Gran Peña. Según afirman los peñistas, y «siendo generosos», solo quedarían otros dos clubes de caballeros en la capital: el Nuevo Club, en la calle Cedaceros, y el Casino de Madrid, en la calle Alcalá. Si bien este último, dicen, ya no cuenta con esa exclusividad, al estar la mayor parte de sus instalaciones abiertas al público.

El predominio militar se ha ido diluyendo: hoy, solo un 10% de los peñistas luce galones. Políticos, ex ministros, embajadores y médicos son otros de los estamentos con buena representación. El modo de vida moderno se hace notar. Antaño, los socios venían todos los días. Jugaban al billar por la mañana, tomaban el aperitivo, almorzaban y, por la tarde, compartían tertulia. Ya pocos pueden permitírselo. Las tertulias siguen vivas: a las reuniones de la Sociedad Gastronómica –con catas de vinos, puros o foies cada quince días–, la Sociedad Histórico-Militar o la Sociedad Tauromáquica se suman las charlas que mantienen embajadores, médicos, tenientes militares... Hoy, sus responsables afirman que la Gran Peña es «un apéndice de tu propia casa: un punto de reunión con tus amigos». Cuando se fundó, la cuota oscilaba entre las 10 y las 12,50 pesetas, moneda creada apenas un año antes. Hoy, los precios han subido, aunque son «muy razonables»: lo que interesa al club «no es el dinero, sino la condición de sus socios».

No hay semana sin que se celebren un par de actividades. Son de seis días: de lunes a sábado, desde las 10:00 hasta las 00:00 horas, aunque con cierta flexibilidad. Los domingos permanece cerrado. Es día de descanso para las treinta personas que conforman el personal de limpieza, los camareros, la secretaría, etc.

La planta baja y el primer piso, de 1.000 m2 cada uno, pertenecen exclusivamente a la peña; el espacio que abarca desde el segundo al sexto está alquilado al Hotel Principal. Eso sí: solo los peñistas tienen acceso a la entrada de Gran Vía 2. Los huéspedes del hotel acceden al mismo por la calle Marqués de Valdeiglesias, sin cruzarse nunca con los socios.

Una de las tres bibliotecas reservadas para socios de La Gran Peña
Una de las tres bibliotecas reservadas para socios de La Gran Peña© Gonzalo Pérez MataLa Razón

No es fácil el ingreso. Quien quiera formar parte de la Gran Peña debe contar con tres padrinos que sean socios propietarios, es decir, con más de cinco años de antigüedad. A partir de ahí se inicia el procedimiento, que se expone en el tablón de anuncios del club. Y es que, si algún asociado tiene alguna objeción a la candidatura lo puede manifestar. Cosa, por cierto, que «no es excepcional». Una vez que los padrinos presentan el currículum del aspirante, se inicia la tramitación del expediente y se hace público en un plazo de 15 días. A partir de ahí, es el comité de la Junta Directiva quien debe dar el visto bueno. El potencial peñista debe contar en ese momento con otros dos nuevos padrinos para tener posibilidades. Ya no se usan «bolas negras» para expresar el veto. Pero sí que se exige unanimidad. Es «un pacto de caballeros»: si no están todos de acuerdo, el rechazo es inevitable.

Y es que la Gran Peña sigue siendo eso: un club de caballeros. No hay socias. Las esposas de los peñistas asisten a las cuatro cenas de etiqueta que se celebran al año. Pero la primera planta sigue reservada únicamente a los socios. En ese sentido, las costumbres se imponen. Y parece que así seguirá siendo.

Una vez subidas las escaleras, la primera planta acoge tres espléndidas bibliotecas, destacando la General con más de 21.000 obras. Próxima a la antigua sala de fumadores se encuentra la sala de juegos, donde el tapiz de los billares permanece impoluto. Sobre una de las mesas se encuentran las fichas de una partida de ajedrez inconclusa. Cada día, dos peñistas ejecutan un movimiento, se van, y regresan al siguiente para realizar un nuevo ataque. Es una cuestión de tradición como todo lo que sucede dentro de las paredes de la Gran Peña.

Las normas

  • Solo se puede acceder al club ataviado con chaqueta y corbata. Quedan terminantemente prohibidos los pantalones vaqueros, las camisetas de deporte y las zapatillas deportivas.
  • En total, el aspirante a entrar en la Gran Peña debe contar con el apoyo de cinco padrinos que cuenten con más de cinco años de antigüedad. Su solicitud es votada por la Junta Directiva.
  • Actualmente, la Junta Directiva está presidida por Antonio Gallego de Chaves y Escudero, marqués de Quintanar. Cuenta con dos vicepresidentes, dos secretarios, un tesorero y cuatro vocales.