Opinión

El show

El actor Johnny Depp saluda a sus seguidores en el tribunal
El actor Johnny Depp saluda a sus seguidores en el tribunalSteve Helber / POOLAgencia EFE

Hay más peña atenta al juicio Johnny Depp que a la cuarta temporada de Stranger Things. Vivimos en una sociedad orwelliana y lo que pone a la gente ahora son los «realities». Hoy lo que mola es el show de la realidad, quizá porque la realidad siempre ha superado a la ficción o porque la ficción va en crisis, como encogida de imaginario y lustre, y todas las historias que nos cuentan nos suenan ya un poco contadas.

La vida ha dejado de ser privada y ahora es una telenovela donde los secretos personales son una mercancía pública, merchandising de uno mismo que colamos en medio de esa juerga mediática que son los Instagram, los YouTube, los TikTok o lo de Twitter, que una colega me chiva de pronto que es la plataforma de los cuarentones, de los carrozas analógicos que todavía pretenden ir de modernos.

En la vieja Europa, las familias mantenían cierta discreción y jamás sacaban a relucir los secretos de la intimidad. La heráldica no es más que un esoterismo que encerraba en campos de oro y bandas de azur las miserias consanguíneas. Aquí siempre hemos sido mucho de blasonar las impudicias, de encerrar las indigencias morales dentro de apellidos compuestos. Algo de esto asomaba en Valle-Inclán, en esa lucidez barroca que eran las «Comedias bárbaras».

En Holanda, dicen, que no hay visillos en las ventanas porque nadie tiene nada que esconder, aunque a lo mejor es porque tienen menos luz que en una sala de cine a medianoche. Ahora esa mentalidad puritana, tan Mayflower, trasluce en nuestros tiempos modernos, como diría Charles Chaplin. A la ejemplaridad no vamos a llegar por un ejercicio de convencimiento o de concienciación cívica, que sería lo ideal, lo que le fliparía a Sócrates y a los ilustrados, sino por mera coacción de las cámaras que nos vigilan, los WhatsApp que mandamos, los Pegasus que nos espían el móvil o el hacker espabilado que nos sonroja al asaltarnos el ordenador. Aquí vamos a terminar comportándonos bien no por educación, sino para evitar que cualquier espabilado nos ruborice las mejillas con los muertos que ocultamos bajo las alfombras.