Historia

Templo de Debod: medio siglo en Madrid

LA RAZÓN hace un recorrido por su historia desde que fue traído de Egipto piedra a piedra

Visitar el Templo de Debod es obligado en Madrid
Visitar el Templo de Debod es obligado en Madridlarazon

Hay algunas imágenes que se quedan plasmadas en el imaginario colectivo. En Madrid, la del atardecer desde el Templo de Debod es una de ellas. Tanto, que ha sido protagonista de un sinfín de retratos de sus habitantes y turistas, e, incluso, de alguna que otra serie de televisión. Han pasado 50 años desde que el templo llegase a la capital y se dispusiera en un lugar que, por entonces, distaba bastante de ser el parque que hoy conocemos. En junio de 1970 era un solar con unas pistas de atletismo, sobre el cual se proyectó lo que hoy es una estampa icónica, lograda gracias a la cesión del templo a España por parte del gobierno egipcio cuando este procedió a construir la Presa Alta de Asuán, lo cual implicaba sumergir zonas de gran valor patrimonial como Debod, Taffa o Abu Simbel. Esto desató la que, hasta la fecha, ha sido la mayor campaña de colaboración internacional para salvar el patrimonio, y, tras ella, Egipto donó a cuatro países –Estados Unidos, Países Bajos, Italia y España– los templos de Dendur, Taffa, Ellesiya y Debod.

La reconstrucción completa del edificio, traído desde Egipto piedra a piedra, tal y como lo vemos hoy, no se logró hasta dos años después. Así, fue inaugurado el 20 de julio de 1972, y desde entonces ha permanecido abierto para agrado de madrileños y visitantes “que se quedan gratamente sorprendidos de la presencia de un templo egipcio en la ciudad de Madrid, más aún en una ubicación tan céntrica”. Así lo expresa a LA RAZÓN Alfonso Martín Flores, conservador del templo y quien codirige el proyecto Tahut –que en egipcio significa Debod– junto a Miguel Ángel Molinero, profesor titular de Egiptología en la Universidad de La Laguna. El proyecto, que se inició en 2003, tenía en principio una finalidad docente, para registrar los grafitis de las paredes del templo, pero también que sirviera para la formación de los estudiantes. Pero fueron más allá. “El interés que tenía el proyecto era el de incorporar esto al estudio del propio templo, ya que no tenemos mucha más información más allá del uso como templo después de su fin como elemento religioso”, explica Martín.

Ese fin se produce, oficialmente, “fijándonos en el caso del templo de Filé, dedicado a la diosa Isis, en el año 535 d.C.”. Este fue cerrado por orden del emperador de Bizancio. “La estatua de la diosa fue destruida y se expulsó a los sacerdotes del santuario”, apuna el conservador. “Probablemente ese fue el fin también de Debod, aunque lo más probable es que, durante todo el siglo anterior, poco a poco los templos de la región fueran vaciándose de fieles”, añade. Asimismo, señala que, si bien no hay constancia de que fuera consagrado como iglesia en ningún momento, realmente, desde el siglo I no hay constancia de qué pasó con el templo. De lo que sí se han podido averiguar más datos es de su pasado, como que hubo un templo previo. “La información que nos llega de él es a través de escritos de viajeros del siglo XIX y unas excavaciones que desarrolló el gobierno egipcio nada más desmantelar el templo para poder estudiar la zona justo antes de que quedase cubierta por las aguas”, explica Molinero.

El Templo de Debod en su estado original
El Templo de Debod en su estado originalLa Razón

Ese pequeño santuario dio paso a un templo muy particular, ya que está dedicado a dos divinidades: Amón de Debod, una divinidad con cabeza de carnero; e Isis de Filé. “Esto es muy raro en los templos egipcios”, dice Molinero, pero tiene una respuesta: en un territorio tan amplio, de miles de kilómetros cuadrados, una vez al año se organizaba una procesión que llevaba la estatua de la diosa por las tierras que estaban al sur de su templo en Filé. En este recorrido por el Nilo, la imagen pasaba la noche, o varios días, en distintas capillas para que pudiera ser venerada por los habitantes de la zona. “Esa capilla era la que había en un principio”, apunta Molinero. “200 años a.C. se construyó sobre ella otra dedicada al dios local, Amón, pero la diosa Isis, se alojaba en ella una vez al año”.

Todo ello hace que, el templo que ha quedado para nuestros días, pero, sobre todo, esta capilla central que aún se conserva, sea de una enorme importancia histórica. “Es un testimonio de la comunicación de las culturas del Mar Mediterráneo con las del centro de África a través del imperio de Meroe, que fueron quienes lo construyeron realmente en un momento en el que el sur de Egipto se independizó de Alejandría durante unos pocos años”, revela el egiptólogo. “Ese lapso de tiempo fue aprovechado por los reyes de Meroe para expandir su reino un poco más al norte y construir este templo, pero en seguida los reyes de Alejandría recuperaron la zona, de tal manera que, en la siguiente generación, el edificio comenzó a ser ampliado por los egipcios”, añade. Esa capilla central tiene, además de esta importancia histórica, un valor especial porque es la única que está enteramente decorada, de suelo a techo, con relieves. El vestíbulo, que también lo estuvo, solo conservan algunos, ya que fueron destruidos en la segunda mitad del siglo XIX. Y es aquí donde encontramos los lazos que nos vinculan con aquel Egipto faraónico en el tiempo y el espacio. “En estos relieves podemos ver, fundamentalmente, escenas de ofrenda y adoración del rey a las divinidades del templo”, señala Martín. Aparecen en ella representado Amón de Debod – en algunas ocasiones con su diosa consorte– mientras que al otro lado aparece la diosa Isis junto a su paredro, el dios Osiris. Aparte de ello, hay otras divinidades de fuerte implantación en Nubia, así como otras ampliamente conocidas como Horus.

“En las escenas, como casi todas las de los templos de esta época, aparecen ofrendas que pueden ser bebidas, comida, objetos, joyas…”, explica Martín. Hay, además, una enorme cantidad de inscripciones jeroglíficas en las que se hace alusión al contenido de la ofrenda, a los oferentes, a los recipendiarios, así como pequeños textos relativos al rey o a las divinidades. “Los textos son como un diálogo: el rey dice yo te ofrezco esto y el dios le responde ‘a cambio de lo que tú me das, yo te entrego esto y lo otro’. Es básicamente un intercambio de favores entre el rey que representa al pueblo egipcio, por lo que es su conjunto quien hace la ofrenda, y el dios da estos beneficios a él y a la totalidad del pueblo”, apunta Molinero.

Y es de esta forma como el Templo de Debod se convierte en testimonio vivo no solo del pueblo egipcio. “En una cultura como la occidental, en la que la memoria no alcanza mucho más de dos décadas, y en la que incluso la inauguración del templo de Debod nos parece que fue en la Prehistoria, realmente visitar cualquier objeto de patrimonio, tratar de comprender lo que representa, es un puente hacia un pasado que, aunque sea muy lejano en el tiempo y el espacio, es obvio que tiene relaciones con nuestra cultura”, reflexiona Martín. Y es que no deja de ser “una forma de ponerle cara al origen de la escritura, de las religiones organizadas y complejas, de instituciones como la monarquía o cuestiones políticas, como la preocupación de los monarcas egipcios por las necesidades del pueblo”. En la misma línea, Molinero subraya que “cuando uno mira los relieves y ve que lo que están ofreciendo son los productos de los cultivos pero que, al mismo tiempo, lo que están pidiendo es de alguna manera cubrir las necesidades básicas de los seres humanos, podemos ver que no somos tan distintos a quienes construyeron estos edificios”. “Tenemos unas necesidades primordiales que siguen siendo muy parecidas”, añade, “y eso es lo que realmente importante: que nos demos cuenta de que la humanidad en su conjunto tiene unas necesidades que nos pone en relación a unos con otros”.