Tesoros en los Museos
Así es la casa museo de Lope de Vega en Madrid: tragedia y éxito en cuatro paredes
El barrio de Las Letras alberga la casa en la que el dramaturgo vivió sus últimos 25 años
Su ubicación dentro del triángulo del arte o tratarse de la única casa del siglo XVII que se mantiene en pie podrían ser razones suficientes para hacer un alto en ella. Pero ser la casa en la que Lope de Vega vivió durante sus últimos 25 años de vida hace de esta un lugar particular. Sus paredes presenciaron la época de madurez y mayor sufrimiento del autor, así como de gran producción pues algunas de sus obras más notables como «La dama boba», «Fuenteovejuna» o «El perro del hortelano» nacieron allí. Tras su fallecimiento legó la casa a la única hija legítima que sobrevive, Feliciana y esta a Luis Antonio de Usátegui, nieto del dramaturgo que termina por venderla. Y aunque durante los siglos XVIII y XIX se perdió la pista de su propiedad y sufrió algunas transformaciones, en 1862 la Real Academia Española, con el permiso de los dueños de entonces, celebró allí el tercer centenario de su nacimiento. Con el único objetivo de convertirlo ya en museo, no es hasta 1931 cuando su última propietaria, que había creado una Fundación, nombra a la Academia como patrono y deciden crear allí el Museo de Lope de Vega.
Gracias a una importante obra, que recae principalmente sobre el arquitecto Pedro Muguruza, se recupera el nivel horizontal de lo que fue el huerto del dramaturgo y el vertical, de lo que fue la fachada original. Así, en 1935 el Museo abre sus puertas para cerrarse un año después a causa de la Guerra y no pudo reabrirse hasta los años 40. Esto no hubiese sido posible sin la colaboración de otros museos e instituciones con la cesión de obras de arte, enseres y mobiliario como el Museo del Prado, el Museo Arqueológico Nacional, la Real Academia Española, la Real Academia de la Historia o la de Bellas Artes de San Fernando, entre otras.
Entonces, y gracias al inventario, escritos y testamento que el dramaturgo dejó se ha podido recrear de forma aproximada la que un día fue su casa. No fue tan fácil en la planta baja, para la que no encontraron pistas suficientes para reproducir la distribución original y en la que hoy encontramos el zaguán, la recepción al visitante, las oficinas y la exposición en homenaje al cuarto centenario de la canonización de San Isidro. Un pequeño espacio que alberga verdaderas joyas de Ribera, Murillo, Zurbarán o Goya y que está resultando un punto atractivo para los turistas, pues han llegado a superar los mil visitantes por semana. Justo detrás de esta, encontramos el acceso a un elemento esencial en la casa de Lope: el jardín y huerto. Allí se han plantado algunas de las especies que gracias a los escritos se sabe que el autor tenía como un granado, un ciprés, una higuera o un naranjo. Y también se mantiene el pozo original dónde tomaba el agua.
Mientras que en la primera planta encontramos las salas que el dramaturgo dedicaba a la vida exterior. Estas son su estudio, el estrado, su alcoba y el oratorio. Este último tenía especial relevancia para el autor, pues tras su llegada a la casa en 1610, junto a la que era su segunda mujer, Juana de Guardo, y con el hijo que tenía con esta, Carlos Félix, estos dos últimos fallecen entre 1613 y 1614. Una fuerte crisis hace que procese como sacerdote y acabe oficiando a diario. En esta misma planta encontramos además el comedor, la cocina y la alcoba de las hijas. Y es que las mujeres jugaron un papel fundamental en la vida del dramaturgo. Cuando estos mueren, se trae a vivir con él a dos de los hijos que había tenido con Micaela de Luján, una actriz con la que tuvo una relación bastante extendida en el tiempo: Sor Marcela, que años más tarde fue superiora del Convento de las Trinitarias y Lope Félix, que también terminó siendo militar y según dicen murió buscando perlas en la Isla Margarita. Pero también vivió allí Antonia Clara, hija de Marta de Nevares, su último gran amor siendo ya sacerdote.
No fue hasta finales de los cuarenta cuando se abre la abuhardillada tercera planta, donde han sido recreadas la alcoba de los hijos, Carlos Félix y Lope Félix, a los que más menciona en sus escritos y cuya pérdida fue muy traumática. También la del capitán Contreras a quién tuvieron que acoger durante varios meses cuando Felipe III se instaló en Madrid con la Corte por tener una casa lo suficientemente grande. Tras escuchar todas sus aventuras por los diferentes lugares que ha recorrido por el mundo, este anima al dramaturgo a escribir sus memorias, y efectivamente así lo hace. «El acero de Madrid» es para él. También se ha recreado la que sería la alcoba del servicio. Se cree que el autor tuvo en mucha consideración a la gente que le sirvió. En particular a Lorenza, pues en muchos de sus escritos habla de los platos que le preparaba y tan alta fue la estima que le tuvo que llegó a dejarle parte de su legado. Así lo refleja su primer testamento, pero no el último. Aunque el motivo de su desaparición es toda una incógnita.
Es en 2008 cuando la Real Academia firmó un convenio con la Comunidad de Madrid a la que terminó por ceder su gestión a efectos museísticos. Desde entonces, Marina Prieto, es la coordinadora de la Casa Museo y que solo le llena de satisfacciones. «Claro que hay momentos complicados o cosas que se tuercen, pero es una preciosidad. Es un privilegio trabajar aquí y haber visto como crecía», confiesa a LA RAZÓN. Es difícil de creer que un lugar así fuese casi desconocido. «Los números no son importantes. Sí lo es pensar que cada vez va creciendo el interés por Lope de Vega».
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